El poder de su resurrección
Fuente de aliento para la vida diaria
«Acuérdate de Jesucristo resucitado de los muertos» (2 Ti. 2:8)
En el calendario cristiano ocupa un lugar destacado la llamada Semana Santa, cuando se recuerda la pasión y muerte de Cristo seguida de su resurrección. Desde el principio de la revelación cristiana, la crucifixión del Señor se ha considerado la clave de nuestra salvación. En la cruz del Calvario Jesús cargaba con nuestros pecados y mediante su sacrificio cruento los expiaba, Así abrió la puerta de nuestra reconciliación con Dios, principio de una vida nueva en su Reino Sin embargo, glorioso como es en sí el mensaje de la cruz, perdería su eficacia si nuestro Salvador no hubiese resucitado de entre los muertos. De ahí el empeño de los escritores sagrados, testigos del gran milagro, en destacar y acreditar este hecho. El apóstol Pablo, en una síntesis inigualada del Evangelio (1 Co. 15:3-4). Tres frases lo resumen todo: «»Cristo murió por nuestros pecados», «fue sepultado, «resucitó al tercer día conforme a las Escrituras». Y el resto del capítulo lo dedica a demostrar la veracidad histórica de este último acontecimiento. Tal importancia le concede que lo convierte en piedra de toque del mensaje cristiano: «Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe» (1 Co. 15:14).
En otro texto, el que encabeza este tema, el apóstol relaciona la resurrección del Señor con el ministerio cristiano. Timoteo, colaborador suyo, como fiel soldado de Jesucristo, había de sufrir penalidades a semejanza del propio apóstol (2 Ti. 2:3-9). Las circunstancias en que su milicia había de discurrir eran duras, una tentación al temor, al enfriamiento espiritual, a la deserción. Pues bien, hay un antídoto eficaz para el desánimo y la deslealtad, el dado por Pablo a su hijo espiritual, Timoteo: «Acuérdate de Jesucristo levantado de entre los muertos» (2 Ti. 2:8). Con este milagro se ponía de manifiesto su poder sobre todas las fuerzas de destrucción, incluida la misma muerte. No es posible hallar mayor fuente de estímulo y confianza. Su asunción personal ante cualquier tipo de peligro, duda o sufrimiento puede ayudarnos a salir indemnes de toda tentación:
Cuando sentimientos de culpa te lleven a dudar de tu salvación, «acuérdate de Jesucristo resucitado» y entenderás que «ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Ro. 8:1), pues Cristo «fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» (Ro. 4:25).
Cuando las tribulaciones de la vida amenacen con hundirte, «acuérdate de Jesucristo resucitado». Aun del sepulcro se levantó triunfante. A sus discípulos los libró del naufragio cuando una tempestad en el lago de Tiberíades estaba a punto de acabar con sus vidas. En otra ocasión, andando de noche sobre las aguas del mismo lago, provocó el terror de los discípulos que creían ver en la figura caminante un fantasma. En muchas situaciones oscuras de nuestra vida solemos ver fantasmas estremecedores cuando en realidad nos hallamos ante la presencia de un Salvador todopoderoso, a quien oímos decir:: «Soy yo, no tengáis miedo» (Mt. 14:22-27).
Cuando veas que tu cielo se nubla y te atenaza un sentimiento de frustración, «acuérdate...» y todo cambiará en tu interior, como cambió el de los dos discípulos de Emaús, primeramente tristes y desconcertados por la muerte del Maestro, pero después radiantes de gozo y pletóricos de energía espiritual al comprobar que su Señor, resucitado, era el Cristo, vivo y glorificado.
Cuando veas que la Iglesia languidece y se mundanaliza con peligro de extinción, «acuérdate...». Jesús te dice: «No temas, yo soy el primero y el último, el que vive; estuve muerto; pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.» (Ap. 1:17-18). él sigue diciendo: «Edificaré mi iglesia y las puertas del hades no prevalecerán contra ella» (Mt. 16:18)
Cuando tu fe se vaya enfriando y empiece a perderse tu primer amor,
«acuérdate...». Le oirás decir:
«Bástate mi gracia, porque mi poder en la debilidad se perfecciona» (2 Co. 12:9).
«El que ha empezado en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el Día de Jesucristo» (Fil. 1:6).
Cuando el temor a la muerte te deprima y debilite, o cuando te arrebate un ser querido,
«acuérdate...». El señor no sólo venció a la muerte, sino que, con su triunfo sobre ella, puede «librar a todos los que por el temor a la muerte están toda la vida sujetos a servidumbre» (Heb. 2:14-15). Cuando somos conscientes de estas realidades, podemos mirar a nuestro fallecimiento o al de nuestros deudos y amigos con serenidad, sin miedos recónditos o frías incertidumbres, Nuestra fe descansa en la promesa de Aquel que dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá» (Jn. 11:25). Tener a Cristo es tener la vida; nada ni nadie puede aniquilarla. Estamos unidos al Salvador mediante la fe, y nada podrá separarnos de él o de su acción redentora. Estamos unidos a Cristo como el cuerpo a la cabeza. En virtud de esta unión, Dios está totalmente a nuestro favor. Consecuencia: «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? (...) ¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (Ro. 8:31). Pablo responde con firme convencimiento: »Estoy cierto de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir (...) nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús.»
¡ACUÉRDATE...!
José M. Martínez
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