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sábado, 27 de enero de 2018

«Si el mundo os aborrece...» Parte II

El Cristiano, la Sociedad y la Ética


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¡Dios le bendiga!


«Si el mundo os aborrece...»

continuando con la segunda parte...

La venganza (ver Ro. 12:17Ro. 12:19-20). La reacción más frecuente es la revancha, tomarnos la justicia por nuestra mano. En la tercera Bienaventuranza –«los mansos»- ya se nos advierte de cómo deben ser nuestras reacciones, incluso ante sufrimientos injustos o inmerecidos. La mansedumbre consiste precisamente en el control de nuestros actos y palabras en situaciones de injusticia, donde nosotros tenemos «toda la razón». 

El estoicismo, en una línea más propia de las religiones orientales, por ejemplo el budismo, donde uno logra «aguantar» porque ha aprendido a ser impasible, a estar por encima del bien y del mal y ya nada le afecta. El concepto bíblico de paciencia y de contentamiento está muy lejos del «nirvana» budista.

La autocompasión. Es la actitud que dice: « pobre de mí, qué desgraciado soy, no me lo merezco». Esta actitud, aunque no es frecuente en la persecución abierta, sí ocurre en las formas más soterradas de oposición, por ejemplo en las injusticias. El secreto está en no poner los ojos en la injusticia humana y levantar la mirada a Cristo, «quien cuando padecía... encomendaba la causa al que juzga justamente» (1 P. 2:23).

La rebeldía contra Dios o la amargura. Hay ciertamente lugar para preguntarle a Dios «por qué». Pero la queja ante Dios siempre debe hacerse desde una postura de lealtad y sumisión. A Dios no le ofende la perplejidad sincera de un hombre agobiado por la presión de una muerte inminente, como fue el caso de Juan el Bautista; tampoco las dudas de Habacuc o las lamentaciones de Jeremías. Muchos de los profetas vivieron persecución y hostilidad y, sin embargo fueron «ejemplo de aflicción y de paciencia» (Stg. 5:10-11).

El gozo del discípulo


¿Qué significa la expresión «gozaos y alegraos»? ¿No es un contrasentido? ¿Cómo puede alegrarse una persona cuando sufre persecución? ¿Acaso el Señor nos está invitando a algún tipo de masoquismo?
El gozo del creyente es mucho más que un sentimiento, no implica reír ni sonreír; va más allá de las emociones. El gozo es un estado profundo, una actitud de serenidad y de confianza que puede llorar sin sentirse desolado, que puede sufrir sin sentirse abandonado, que puede perder una batalla, pero se sabe ganador del combate porque Cristo venció en la cruz. Pablo lo expresa de manera inigualable en Ro. 8:28-39: «en todas estas cosas (tribulaciones) somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó».

El mismo Pablo y Silas nos dan un ejemplo extraordinario de gozo en la persecución cuando en la cárcel de Filipos no pueden dejar de cantar aun teniendo el cuerpo maltrecho y herido por los severos azotes del día anterior. Ciertamente el gozo del discípulo no es una emoción humana, es algo sobrenatural, es fruto del Espíritu.

¿Qué razones tenemos para gozarnos? El Señor menciona dos tipos de motivo por los que el creyente experimenta gozo al sufrir oposición por causa de su nombre:

«Porque de ellos es el reino de los cielos... porque vuestro galardón es grande en los cielos» (Mt. 5:10Mt. 5:12).

La primera razón tiene que ver con el futuro, concretamente con nuestra herencia en el cielo. Podemos perderlo todo aquí en la tierra, aun la vida física, pero hay algo que nadie puede quitarnos: «la herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros». «Por esto –sigue Pedro- vosotros os alegráis aunque ahora por un poco de tiempo si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas» (1 P. 1:41 P. 1:6). Encontramos la misma idea en 2 Co. 4:18-5:1 y Ap. 21:7. Es significativo que la promesa que se le da a esta última Bienaventuranza es la misma que en la primera: «de ellos es el reino de los cielos». ¿Puede haber mejor promesa que estar en el cielo mismo para toda la eternidad? Sin duda, éste es un «grande galardón».

«Porque así persiguieron también a los profetas que fueron antes que vosotros» (Mt. 5:12).

La segunda razón nos pone en la misma saga que los profetas. En este sentido, decíamos al principio, que la burla o el rechazo a causa de la fe constituye algo así como «el certificado de garantía», el control de calidad de nuestro compromiso con el Señor. Desde el simple comentario burlón de tu fe hasta la propia muerte como mártir, todos los grados y formas de oposición que puedas experimentar como creyente te hacen «bienaventurado», dichoso. Sufrir por Cristo es un grandísimo honor. Por esto constituye el clímax de las Bienaventuranzas, porque nos acerca no sólo a los profetas, sino sobre todo a nuestro modelo supremo, el Señor mismo.

Hacemos nuestra, a modo de oración, la conclusión que Jesús mismo dio a este memorable fragmento del Sermón del Monte:

«Así alumbre vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está e los cielos» (Mt. 5:16).

Pablo Martínez Vila

Usado con permiso de su autor.

(http://www.pensamientocristiano.com).

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