Páginas

viernes, 19 de enero de 2018

Al gozo por la obediencia - Parte II


Las palabras de Cristo, fuente de gozo y poder


Uno de los rasgos más llamativos de la persona de Jesús es su humanidad. El apóstol Juan, que compartió con el Maestro horas de honda amistad, recogió de él enseñanzas preciosas que ponen al descubierto una de las facetas más radiantes de su carácter: su amor. «Nadie tiene mayor amor que éste: que ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos...» (Jn. 15:13-15). Y de este amor brota un gozo inaudito: «Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea cumplido» (Jn. 15:11). El gozo de Jesús era el emanado del conocimiento del Padre y del cumplimiento de su voluntad, es decir de la obediencia. De este modo se anticipaba a la imitación de sus seguidores y con su ejemplo señalaba el camino de forma diáfana.
La obra de Cristo en sus discípulos se llevaría a cabo no sólo por esta vía de la instrucción y del ejemplo, sino ante todo por la acción del Espíritu Santo, como nos lo muestran los escritos del Nuevo Testamento, especialmente el de los Hechos y los de las epístolas. El testimonio apostólico se enlazaría con la enseñanza de Cristo y la experiencia de la Iglesia apostólica de todos los tiempos. Su historia registra ejemplos de fe y dudas, padecimientos difícilmente soportables y ejemplos de valentía de mártires innumerables que han sido blanco de las burlas de incrédulos y perseguidores. Pero estos mártires, lejos de desfallecer bajo el peso de la tristeza y el temor, han tenido experiencias de gozo triunfal, tal como les dijo su Maestro y Señor: «Vosotros ahora tenéis tristeza, pero os volveré a ver y se gozará vuestro corazón y nadie os quitará vuestro gozo» (Jn. 16:22).
Ello es así porque el gozo va íntimamente asociado al poder de Cristo. Ya lo anticipó Nehemías cuando declaró con vigor al pueblo: «El gozo del Señor es vuestra fuerza» (Neh. 8:10). Es cierto que el creyente sufre en verdad muchos de las penalidades que aquejan al no cristiano, pero también es verdad que del Señor recibe las fuerzas para confiar en él y seguir sirviéndole con alegría (2 Co. 12:1-10). No menos alentadoras son las palabras de Pedro cuando declara en su primera carta que somos «guardados por el poder de Dios mediante la fe para alcanzar la salvación (...) en lo cual vosotros os alegráis, aunque si es necesario tengáis que ser afligidos en diversas pruebas» (1 P. 1:5-6).

La obediencia, garantía del gozo, requiere un esfuerzo


Hemos visto hasta ahora cómo la bendición de la alegría no es otorgada al creyente incondicionalmente sino que va ligada a la obediencia. Ésta se convierte así en la garantía del gozo. Pero, además, el «estar gozoso» es en sí mismo un acto de obediencia. Las exhortaciones de Pablo al respecto suelen ir en el modo imperativo, es un ruego a obedecer: «Estad siempre gozosos» (1 Ts. 5:16), «Regocijaos en el Señor siempre...» (Fil. 4:4). Hay, por tanto un elemento de esfuerzo por nuestra parte incompatible con la pasividad y la autocomplacencia. Sin duda la seguridad de nuestra salvación es una fuente perenne de gozo, un gozo espontáneo. Pero, en otro sentido el gozo es algo a cultivar, como una planta que hay que regar, tal como ocurre con las otras partes del fruto del Espíritu.

La paz, consecuencia del gozo


Es llamativa, y sintomática al mismo tiempo, la cercanía con la que el gozo y la paz aparecen en el Nuevo Testamento. Tanto en el texto por excelencia sobre el gozo (Fil. 4:4-7) como en el pasaje clave del fruto del Espíritu: «amor, gozo, paz...» (Gá. 5:22-24), ambos están íntimamente vinculados. Una relación tan estrecha no nos debe sorprender por cuanto el gozo auténtico del Espíritu es también fuente de una paz profunda. Cuando contemplamos nuestro estado actual en Cristo y experimentamos que «nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús», la paz y el gozo fluyen de forma abundante. Todo creyente se identifica con la reacción de los magos de Oriente quienes «al ver la estrella se regocijaron con muy grande gozo» (Mt. 2:10). La estrella, señal inequívoca del nacimiento de Jesús, nos recuerda la gloriosa esperanza, presente y futura, que tenemos en Cristo.
La conclusión de todo lo expuesto debe animarnos a cantar:

Las nubes y la tempestad
No ocultan a Jesús
Y en medio de la oscuridad
Me gozo en su luz.

Gozo, gozo, en mi alma hoy.
Gozo, gozo, doquiera que estoy.
Desde que a Jesús vi
Y a su lado fui
De su amor el gozo he sentido en mí

José M. Martínez y Pablo Martínez Vila

Usado con permiso del autor.

(http://www.pensamientocristiano.com)

Copyright © 2009 - José M. Martínez y Pablo Martínez Vila

No hay comentarios:

Publicar un comentario