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jueves, 18 de enero de 2018

Al gozo por la obediencia- Parte I




Al gozo por la obediencia


La primera reacción al leer este encabezamiento quizás sea de sorpresa: «¿cómo puede la obediencia ser una fuente de alegría?» se preguntará el lector. De siempre el ser humano ha pensado exactamente lo contrario: la libertad sí que es una fuente de gozo, pero la obediencia lleva a la opresión y a la frustración. Estamos, por tanto, ante una de aquellas gloriosas paradojas del Evangelio que contradicen la mente natural para mostrarnos la profundidad del poder transformador del amor de Cristo.

Obediencia de corazón y obediencia por obligación


El amor de Cristo es la clave de nuestro tema y la explicación a esta paradoja. «El amor de Cristo nos constriñe» (2 Co. 5:14-15). El motivo por el cual obedecemos va a determinar nuestras actitudes y nuestros sentimientos. La obediencia del creyente nace como respuesta natural al inmenso amor del Señor Jesús. No es, por tanto, una obediencia impuesta a la que uno se somete porque no hay otro remedio, sino una obediencia voluntaria que emana del amor. Cuando uno ama, busca agradar en todo a la persona amada; así lo vemos en la relación de matrimonio. El apóstol Pablo se refirió a esta actitud precisamente como una obediencia de corazón: «...habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados» (Ro. 6:17). La obediencia que sale del corazón es voluntaria y produce un gran gozo porque se basa en el amor. Por el contrario, hay una obediencia que no sale del corazón porque no ama a su destinatario y genera un pesado sentido de sumisión y hasta de amargura. Éste es el problema del legalismo en el que puede caer el creyente cuando su fe es una religión pero no una relación de amor.
Aquí estamos ante uno de los aspectos más singulares del Evangelio: Dios no obliga a nadie a creer. Siguiendo con la ilustración del amor conyugal, Cristo no nos fuerza, sino que nos seduce con su amor. Tal fue la experiencia de Jeremías cuando obedeció al llamamiento divino y lo describió con estas hermosas palabras: «Me sedujiste, oh Señor, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo y me venciste» (Jer. 20:7). Por esta razón, Pablo -y todo creyente puede hacer lo mismo- se congratula de llamarse siervo -esclavo- de Jesucristo: es una obediencia que genera gozo porque ama a su Señor.

El gozo: por qué y dónde encontrarlo


El gozo es un sentimiento al que todos los seres humanos aspiramos, a la par que rehuimos su antónimo: la tristeza. No es casualidad que el himno oficial de la Unión Europea sea el «Himno a la alegría», fragmento de la novena sinfonía de Beethoven quien puso música a un hermoso poema de Schiller (Oda a la alegría). Todos nacemos ya con la necesidad de gozarnos. ¿Por qué? Ello es una consecuencia de la imagen de Dios en el hombre. Nuestro Creador es capaz de experimentar tanto el gozo como la tristeza y fue su voluntad que los seres humanos disfrutaran también de este sentimiento. La capacidad para sentir alegría es un recuerdo del sello divino sobre nuestra personalidad. De hecho, los animales no pueden alegrarse de la misma forma que el ser humano.
En numerosas ocasiones la Palabra de Dios nos exhorta al gozo y la alegría. Se nos invita a «gozar de la vida, de la esposa», etc. Tanto los Salmos como los llamados libros sapienciales (Proverbios, Eclesiastés) están repletos de alusiones a la alegría. Y también en el Nuevo Testamento, como veremos, este sentimiento forma parte de la experiencia del cristiano hasta el punto de que el gozo es un elemento esencial del fruto del Espíritu. Cristo vino para darnos no una vida mediocre, vacía o triste sino una «vida en abundancia» (Jn. 10:10). De la misma forma el Padre «nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos» (1 Ti. 6:17).
¿Dónde encontrar el gozo? Todos buscamos las fuentes de satisfacción en los más diversos campos de la actividad humana: culturales, políticos, religiosos. Así procuramos llenar nuestro tiempo de ocio con eventos a los que asistimos de modo activo o pasivo, como actores o como meros espectadores.
Sucede, sin embargo, que estas fuentes de alegría con frecuencia están secas o proporcionan una satisfacción muy efímera, por lo que se convierten en causa de desilusión, aburrimiento, y en no pocos casos en tedio y tristeza. Por tal razón, muchas personas ven en este mundo tan sólo un valle de lágrimas, en el que todo carece de sentido. ¡Todo es vanidad! como consideramos en los meses anteriores. Ese es el motivo por el que multitud de personas caen en el más deprimente pesimismo. Muchos hoy se preguntan: ¿hay motivos para la esperanza?. Un sí rotundo es la respuesta de los cristianos que se toman en serio las enseñanzas del Señor Jesucristo. Su certeza nace de creer y experimentar en su propia vida que Cristo es un manantial de donde fluye un gozo supremo.

Continuará:...

José M. Martínez y Pablo Martínez Vila 

Usado con permiso del autor

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