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miércoles, 28 de febrero de 2018

Bases para una familia sana (II)

Familia y Relaciones Personales


Bases para una familia sana (II)


En la primera parte de este tema, considerábamos la familia de Rut y Noemí en la Biblia como un modelo realista de familia, lejos de los ideales inalcanzables que a veces se nos proponen de forma triunfalista. Vimos cómo la capacidad para sobreponerse a las pruebas –saber sufrir- constituye la primera evidencia de salud y fortaleza de la vida familiar. Vamos a analizar ahora el segundo ingrediente de una familia sana.

2. Sabe expresar amor: Capacidad de amar


El segundo indicador de salud en la familia de Noemí fue su capacidad para demostrar amor. En la familia sana los miembros han aprendido a darse este amor los unos a los otros. Enfatizamos la palabra «expresar» o «demostrar» porque ahí radica la clave: no basta con amar a alguien; hay que hacerle llegar este amor, transmitirlo. En realidad, en la inmensa mayoría de familias existe amor. Es difícil encontrar, por ejemplo, unos padres que no amen a sus hijos. Parece, por tanto, un principio muy elemental. Sin embargo, son innumerables los adultos que tienen problemas emocionales porque en su infancia no sintieron el amor de sus padres. Sin duda que éstos les amaron, pero fueron incapaces de transmitirles adecuadamente este amor.

La pregunta lógica es entonces: ¿Cómo transmitir el amor dentro de la familia? En el libro de Rut descubrimos algunas formas prácticas. En concreto vemos tres maneras que constituyen algo así como la espina dorsal del amor.

A) Con las actitudes


En primer lugar, el amor práctico se manifiesta a través de actitudes. Es la expresión no verbal del amor. Está muy relacionada con nuestra forma de ser. No consiste tanto en lo que hacemos –las obras del amor-, sino en cómo somos. Nuestro carácter destila actitudes que pueden ser de amor, de hostilidad o de indiferencia. Las actitudes son el espejo profundo de nuestro carácter y revelan, sin disimulo, el contenido de nuestro corazón. Decía el apóstol Pablo que «somos cartas vivas» en las cuales los demás están siempre leyendo. Es por nuestra forma de ser que podemos «honrar a padre y madre», al cónyuge o a los hijos.

En el libro de Rut encontramos varios ejemplos de actitudes que son expresión de amor y que, a su vez, alimentan el amor en un «feed-back» admirable. En realidad, estas actitudes forman un todo inseparable, como un racimo. Son interdependientes y la una lleva a la otra. Destacamos tres por su trascendencia sobre la estabilidad familiar y porque, a nuestro juicio, son las más necesarias en las familias hoy.

La fidelidad. El compromiso, plasmado en aquella memorable afirmación de Rut que ha pasado a la Historia como una de las mayores declaraciones de amor familiar: «No me ruegues que te deje y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios» (Rt. 1:16). ¿Puede haber una mejor demostración de amor que esta fidelidad incondicional? Ahí está la mejor terapia contra la ansiedad y la inseguridad de tantos esposos o esposas que viven atrapados en la incertidumbre del futuro de su relación conyugal. Hoy la fidelidad matrimonial, en especial la idea del matrimonio para toda la vida, «hasta que la muerte nos separe» es objeto no sólo de rechazo, sino incluso de burla. Se prefiere la «monogamia consecutiva» (en expresión de un famoso político español). Desgarradoras y significativas son las declaraciones de una conocida actriz francesa: «Ya no sé qué hay que hacer para lograr mantener a tu lado al hombre que amas». Algo funciona mal en nuestra sociedad cuando el más básico de los pactos, el pacto matrimonial, se toma tan a la ligera. Una sociedad no puede funcionar bien cuando sus miembros no tienen una mínima voluntad de cumplir pactos y promesas.

La confianza. Es consecuencia de la anterior: cuando hay fidelidad, las relaciones familiares se caracterizan por una confianza recíproca profunda. No hay nada que temer, no hay motivos para la inseguridad. Había una confianza admirable entre Noemí y Rut, entre Rut y Booz y entre Noemí y Booz. Todos ellos podían confiar entre sí porque habían aprendido a confiar en Dios: el manantial que alimenta la confianza entre los hombres es, sin duda, la confianza en un Dios que dirige nuestras vidas. Cuán iluminadoras son al respecto las palabras de Booz a Rut: «He sabido todo lo que has hecho con tu suegra... Jehová recompense tu obra, el Dios de Israel bajo cuyas alas has venido a refugiarte» (Rt. 2:11-12).
¡Qué contraste más triste con la situación de muchas familias hoy! La confianza ha sido sustituida por los celos, a veces tan fuertes que son una de las causas principales de violencia doméstica. La desconfianza mutua es lo que lleva a muchos cónyuges a serios problemas en su relación. En casos extremos se llega a contratar a un detective para espiar y controlar los movimientos del cónyuge. Los celos no son expresión de amor, sino todo lo contrario: son expresión de falta de confianza en el cónyuge y también en uno mismo.

La abnegación. Negarse a uno mismo implica pensar en el otro, preocuparse por él, por sus necesidades, por su bienestar. El Señor Jesús nos enseñó muy bien esta idea con la conocida «regla de oro»: «Y todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Mt. 7:12). En realidad la abnegación es algo tan sencillo como «amar a tu prójimo como a ti mismo». El primer lugar, el más natural, para poner en práctica este mandamiento es la familia. ¿Dónde queda mi autoridad moral para darme a los demás si tengo descuidada a mi propia familia? La entrega generosa a mis seres queridos tiene un gran obstáculo: el egoísmo. éste es el peor enemigo de la abnegación. El matrimonio no es apto para egoístas porque el egoísmo apaga poco a poco la llama del amor.

La abnegación es una asignatura de la vida que se aprende ante todo en la familia: el modelo de padre y madre y la educación que ellos nos dan influirá mucho en nuestras relaciones de adultos. Por ejemplo, un hijo consentido tiene muchas posibilidades de ser un gran egoísta, como bien nos indica la Biblia: «El muchacho consentido avergonzará a su madre» (Pr. 29:15).

Es curioso observar cómo el ser humano ha sentido la necesidad de dedicar determinadas fechas del año a recordar y homenajear a los miembros de la familia: el día del padre, el día de la madre, el día de los enamorados, incluso la Navidad se nos presenta como el día de recogimiento familiar por excelencia. No tenemos nada en contra de tales celebraciones, salvo que en la actualidad están fuertemente comercializadas y sujetas a una presión publicitaria excesiva. Pero ¿no es cierto que detrás de la necesidad de estas fiestas se pueden esconder sentimientos de culpa porque durante el resto del año hemos sido egoístas? No hemos tenido las expresiones de amor adecuadas dentro de la familia. La entrega de flores, de regalos, las palabras amables, los gestos de cariño o de ternura no deberían quedar relegados sólo a unas fechas concretas. Cada día del año debería ser el día del padre, de la madre o de los enamorados.

B) Con las palabras


En segundo lugar, el amor se transmite con palabras. Es la expresión verbal del amor. No basta con tener actitudes buenas como las descritas. Las palabras son el complemento necesario que viene a aderezar la buena comida que es el amor. «La palabra dicha a su tiempo, ¡cuán buena es!» nos recuerda el autor del libro de Proverbios (Pr. 15:23). O también, «manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene» (Pr. 25:11).

Para mí, uno de los rasgos más aleccionadores del libro de Rut es la riqueza de los diálogos entre sus personajes. Me fascina observar la dinámica de la comunicación dentro de aquella familia. ¡Cuántas horas habrán pasado Noemí y Rut hablando, escuchándose, consolándose la una a la otra o, simplemente, sufriendo juntas en silencio! La comunicación aparece allí de forma constante y espontánea. ¡Cuán hermosa y aleccionadora la escena cuando Rut llega a casa de Noemí después de espigar todo el día (Rt. 2:19-23) y le cuenta a su suegra con todo detalle sus vivencias del día, con la espontaneidad casi propia de una niña!. Esto ocurría así porque en una familia sana el diálogo surge de forma natural. La comunicación es expresión de salud en la familia y, a su vez, le añade más salud.

Hablar, escuchar, dialogar constituye una de las formas más prácticas de amarnos unos a otros. Por desgracia, el fenómeno inverso también es cierto: la falta de comunicación expresa egoísmo y genera aislamiento y separación dentro de la familia. No es casualidad que una de las causas más frecuentes de ruptura matrimonial sea la falta de diálogo. También ocurre entre padres e hijos. Una familia donde no se habla, donde nadie escucha, donde no hay pequeños espacios de tiempo para el compartir mutuo, es como una planta que poco a poco se va secando. ¡Cuántas familias hoy son como plantas que languidecen por falta de agua, el agua vital de la comunicación! Frases tales como «siempre estás en tu mundo», «cuando te hablo, pareces ausente», «con mis padres no puedo hablar porque no tienen tiempo para escucharme» son quejas frecuentes hoy.

¿Por qué es tan importante la expresión verbal del amor? La respuesta a esta pregunta nos lleva a un aspecto singular de la comunicación humana que no encontramos en los animales. éstos ciertamente se comunican entre sí, sobre todo en ciertas especies; los delfines, por ejemplo, tienen unas formas de comunicarse realmente sorprendentes. También en los pájaros vemos cierto tipo de código acústico o de lenguaje. Pero no es la comunicación humana. ¿En que se distingue la comunicación de un delfín o de un ruiseñor de la comunicación de una esposa con su hijo o con su marido? La singularidad de la comunicación humana viene dada por la capacidad de escucharLos animales pueden oír, pero el ser humano es el único capaz de escuchar. El oír es un acto mecánico e involuntario; escuchar, por el contrario, es un acto reflexivo que implica la voluntad, el deseo de hacerlo. Yo no puedo evitar oír, pero sí puedo evitar escuchar. Por ello, en la medida en que escucho a mi prójimo –esposo, hijo, etc.- le estoy expresando interés, dedicación, en una palabra, amor. Esta capacidad de reflexión y de escucha –de escucha reflexiva- única en el ser humano es fruto de la imagen de Dios en nosotros y una de las formas más sublimes de amar.

Quisiera proponer a mis lectores dos recomendaciones prácticas en forma de pequeños hábitos. Su puesta en práctica puede enriquecer la comunicación familiar de manera sorprendente:

1.- En primer lugar, apagar la televisión a la hora de comer. El sencillo acto de tener la televisión apagada durante toda la comida provee un marco precioso e insustituible para el diálogo en familia. La mesa es casi el último reducto de comunicación entre esposos o con los hijos. Los resultados sobre el bienestar familiar pueden ser de verdad sorprendentes.

2.- La segunda recomendación es más para los padres: buscar pequeños fragmentos de tiempo para estar con y por los hijos. Los llamaremos tiempos de dedicación familiar. Son momentos para estar con ellos, hablar, escucharles, averiguar sus necesidades, sus alegrías, sus penas, ponerse en su mundo. Pueden ser suficientes períodos tan cortos como 20 ó 30 minutos tres veces por semana, pero han de ser momentos de dedicación exclusiva. No basta «estar con», hay que «estar por». Esta proximidad emocional de los padres produce cambios notables en el ambiente familiar y en la conducta de los hijos. Además es la mejor manera de prevenir adolescencias tormentosas.

La misma sugerencia podemos aplicar a la relación entre los esposos: estos pequeños oasis de dedicación mutua serán vitales para mantener viva la relación matrimonial. Quienes lo han practicado reconocen, además, que es el mejor antídoto contra la rutina y el aburrimiento, grandes enemigos de la relación conyugal.


Pablo Martínez Vila

www.pensamientocristiano.com

Copyright © 2006 - Pablo Martínez Vila

lunes, 26 de febrero de 2018

Bases para una familia sana (I)

Familia y Relaciones personales


Bases para una familia sana (I)


Como creyentes vivimos hoy atrapados entre dos polos extremos en relación con la familia. Por un lado, el modelo del mundo occidental, para muchos un símbolo de progreso y de modernidad. Los que propugnan este modelo «nuevo» desacreditan, o incluso ridiculizan, a la familia tradicional, la constituida por un padre, una madre y los hijos, incluyendo a veces también a los abuelos. La presentan como una realidad ya pasada de moda y la llaman «patriarcal» porque así suena aún más obsoleta (el uso y manipulación de las palabras es muy importante en el campo de la ética). Su postura es que en pleno siglo XXI «la familia patriarcal» ha sido superada por conceptos mucho más «progresistas». Son modelos en los que se glorifica la independencia de cada uno para hacer «lo que bien le pareciere» en cada momento, guiados por una ética self made hecha a gusto del consumidor.

«Familias a la carta». Muy ilustrativas son al respecto las declaraciones de una ex ministra del gobierno español y escritora, Carmen Alborch: «Al vivir sola, tus relaciones son totalmente libres y de ese modo ganan en calidad y en profundidad. Puedes vivir sola y tener una relación estable con un señor o señora, una amistad profunda con alguien; puede que tu compañero viva en la misma ciudad o no, que os veáis mucho o poco, siempre o nunca, con hijos o sin hijos, todo es posible, somos libres» (sic). Hacía estas afirmaciones después de ridiculizar la fidelidad matrimonial y descalificar la idea del amor para siempre como un mito. Por cierto, estas declaraciones constituyen todo un manifiesto de religión secular - un verdadero credo laico. ¡Y luego acusan a los cristianos de proselitistas!
Así, cada uno se organiza la familia a su manera como mejor le convenga: no importa que haya sólo una madre, o dos padres o dos madres. Lo único que importa es la libertad para «montármelo a mi manera porque tengo derecho a ser feliz» (declaraciones textuales). Lo más importante es ser feliz, entendiendo por felicidad la ausencia de problemas o una pérdida de tu independencia.

«Familias de Disneylandia». Hasta aquí hemos visto el extremo triste de la sociedad actual. Sin embargo, algunos creyentes caen en el polo opuesto, quizás como respuesta a esta ideología tan contraria a la voluntad de Dios para la familia. Es el golpe de péndulo que surge más por reacción que por reflexión. Nos presentan un modelo de familia perfecto, impecable. Una familia sana –creen- nunca tiene problemas, es aquella cuyos miembros nunca discuten o alzan la voz, donde siempre hay sonrisas y buen humor, en una palabra, el cielo en la tierra! Este modelo más parece sacado de Disneylandia que de la enseñanza bíblica. Pero, además, es fuente de frustración para los que intentan alcanzar tal nivel «super-espiritual» (o quizás deberíamos decir «pseudo-espiritual»). Cuidado con los libros o las conferencias que enfatizan este enfoque triunfalista porque no refleja el realismo de la Biblia al abordar la vida de familia.

Hacia un modelo realista de familia


El modelo bíblico de familia es un modelo realista: no hay familias perfectas. Desde el principio de la historia, en concreto desde la Caída y la entrada del pecado en el mundo, la familia ha estado sujeta a fuertes tensiones y problemas. Recordemos cómo las primeras manifestaciones del pecado aparecen justamente en las relaciones familiares: Adán, en un alarde de irresponsabilidad, se lava las manos de cualquier culpa y señala a su esposa Eva: «la mujer que Tú me diste por compañera me dio...». Por cierto, este patrón de conducta se repite constantemente en muchos matrimonios, incapaces de asumir sus fallos o su responsabilidad. La razón siempre la tengo yo; la culpa siempre la tiene el otro. A esta primera tensión conyugal le sigue el drama de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín, acto espantoso de violencia familiar, preludio de la violencia doméstica tan tristemente de moda hoy.

No podemos disimular ni auto-engañarnos. Desde que el hombre es hombre, la familia ha sido escenario de algunas de las páginas más sangrientas de las relaciones humanas. ¿Por qué? La respuesta nos da una clave importante en nuestro estudio: la familia es uno de los blancos favoritos del diablo. Lo ha sido siempre. Su estrategia -dividir, engañar y hacer violencia- aparece de forma constante aun en las familias de la Biblia. Sorprende que en las familias escogidas por Dios para cumplir sus propósitos hay muchas tensiones y el pecado o los errores no escasearon en su seno. Así fue con la familia de Abraham, de Isaac, de Jacob, por no decir nada del gran rey David, modelo en tantas áreas, pero una calamidad en su vida familiar. Hasta tal punto fracasó David como padre y cabeza de familia que hacia el final de su vida lo reconoció con humildad y confesó en sus palabras postreras: «Mas no es así mi casa para con Dios.» (2 S. 23:5). Sin embargo, ¡qué alivio, qué gran consuelo saber que Dios usa familias rotas para cumplir sus propósitos. No importa que vengas de una familia con problemas o que nunca hayas podido disfrutar de la estabilidad de un hogar en paz. Nos alienta descubrir que en la genealogía del Señor Jesús aparecen familias que estaban muy lejos de ser perfectas, incluso hay una ramera. Dios, en su gracia, se vale de vasos de barro aun para los propósitos más excelsos.

Ahí tenemos, por tanto, al creyente en lucha por encontrar la voluntad de Dios para la familia en medio de fuertes presiones. Ello nos lleva a una pregunta capital: ¿Hay una teología práctica de la familia que nos sirva a nosotros hoy? ¿Cuáles son las características bíblicas de una familia sana?

Características de una familia sana


Decíamos antes que no hay ninguna familia en la Biblia libre de problemas o luchas. He escogido como modelo la familia de Noemí y Rut porque en ella aparecen los elementos clave para una familia sana. Antes de considerarlos, sin embargo, observemos que en la historia de la familia de Rut hay tres ingredientes que aparecen de forma consecutiva:

• El sufrimiento: las circunstancias que no podemos cambiar, aquello que nos acontece.

• El amor: la reacción de la familia a estas circunstancias. Es la parte que nos corresponde a nosotros: lo que hacemos ante lo que nos sucede.

• La restauración: la respuesta y provisión de Dios. él, en su providencia misteriosa, actúa a lo largo de toda la historia familiar.

Estos tres elementos se repiten en millones de familias. De ahí que la historia de Noemí y Rut sea un clásico cuyo estudio contiene una enseñanza riquísima para las familias hoy.

A la luz del libro de Rut, una familia sana tiene tres características. En el presente artículo consideraremos sólo la primera y dejaremos los otros dos aspectos para unos meses próximos.

1.- Sabe sobreponerse a los problemas: capacidad de lucha.

2.- Sabe expresar el amor en sus diversas facetas: capacidad de transmitir amor.

3.- Sabe confiar en Dios como el arquitecto de su vida familiar.

1.- Sabe sobreponerse a los problemas: capacidad de lucha


En una familia sana sus miembros se esfuerzan por superar los problemas y sobreponerse a las adversidades. Unas veces son conflictos internos producidos por las tensiones propias de la convivencia. Nunca enfatizaremos lo suficiente que la salud de un matrimonio no se mide por lo mucho o lo poco que discuten los cónyuges, sino por el tiempo que tardan en reconciliarse (ver, al respecto, el Tema del mes de marzo de 2005 - «Buscando la paz en las relaciones personales»). Su capacidad para afrontar estas diferencias y resolverlas de forma madura es mucho más importante que una paz aparente fruto de una convivencia superficial.

En otros casos, el golpe viene de fuera, acontece a modo de desgracia: una enfermedad, un accidente, el paro, dificultades económicas, un hijo difícil son eventos que ponen a prueba la unidad familiar. Tanto si los problemas son internos como si nos vienen de fuera a modo de tragedia, la respuesta sana consiste en afrontar tales circunstancias con serenidad y buscar salidas con decisión. La familia inmadura, por el contrario, se derrumba a las primeras de cambio cuando surgen tales tensiones o calamidades, es incapaz de buscar salidas y cae en uno de dos errores frecuentes: los reproches mutuos, buscando cabezas de turco –culpables- en los otros miembros de la familia, o una autocompasión paralizante: «¡Yo no merezco esto; qué mal me ha tratado la vida; nada me sale bien».

El libro de Rut ilustra muy bien este principio. En una primera etapa, Rt. 1, encontramos a una familia destrozada por el dolor. Al trauma de la emigración a una tierra extranjera por causa del hambre, se le añade la muerte inesperada de los tres varones, el esposo y los dos hijos. Así, Noemí queda sola, viuda, con sus dos nueras en una tierra extraña. Recordemos que una viuda en aquella sociedad quedaba en una situación de grave marginación, indefensa y desamparada desde el punto de vista social.

Esta etapa inicial fue tan dura que llega a exclamar: «No me llaméis más Noemí, sino Mara –que quiere decir "amarga"- «porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso. Yo me fui llena, pero el Señor me ha vuelto con las manos vacías» (Rt. 1:20-21). «Mayor amargura tengo yo que vosotras...» (Rt. 1:13). No es de extrañar que esta mujer piadosa se lamente abiertamente ante Dios. Esta expresión de sentimientos forma parte de la fe, no la contradice, y está en línea con muchos grandes siervos de Dios que en momentos de tribulación abrieron su corazón ante aquel «cuyos ojos están sobre los justos y sus oídos atentos al clamor de ellos» (Sal. 34:15). Dios en ningún momento reprende a Noemí; por el contrario, estaba muy cerca de ella controlando y guiando los acontecimientos para llevarlos a buen fin.
Ahora bien, la capacidad de lucha requiere un requisito: saber sufrir. Pablo empieza su formidable descripción del amor en 1 Co. 13 precisamente con estas palabras: «El amor es sufrido». ¿Será casualidad que ponga este rasgo en primer lugar? No, en absoluto. El amor maduro tiene como primera característica que sabe sufrir, es capaz de luchar y afrontar los problemas que, de forma inevitable, afectarán la vida familiar. Necesitamos, no obstante, puntualizar que el «ser sufrido» no es una invitación al masoquismo. La idea no es que el cónyuge tiene que aguantar sin rechistar y de manera indefinida todo lo que le venga; por ejemplo, los malos tratos y la violencia repetida. ésta sería una interpretación torcida, más propia del estoicismo que de la fe cristiana.

Para entender el amor como «sufrido» necesitamos recurrir a otro concepto bíblico esencial y que ocupa también un lugar central en la vida familiar: la paciencia. En el sentido bíblico ser paciente está muy lejos del fatalismo y la pasividad ante el sufrimiento. La paciencia es ante todo «grandeza de ánimo» (makrotimia). éste es el sentido que tiene en Heb. 12:1 cuando se nos exhorta a correr con paciencia la carrera de la fe. El ejemplo supremo de paciencia nos lo dio el Señor Jesús «varón de dolores y experimentado en quebrantos».

¿Por qué fracasan tantos matrimonios y se rompen tantas familias en nuestros días? ¿Por qué tantos hijos enfrentados con sus padres o los hermanos entre sí? No podemos simplificar un tema difícil y delicado. Como profesional de la psiquiatría conozco la complejidad de los conflictos conyugales y familiares. Pero tengo la convicción profunda de que muchos de estos conflictos se resolverían, independientemente de sus causas, si los cónyuges –ambos- tuvieran mayor disposición a «ser sufridos» en el sentido de buscar activamente salidas a sus problemas. Ello requiere tener paciencia el uno para con el otro, lo cual no abunda en nuestra sociedad hedonista que glorifica el bienestar individual –«tengo derecho a ser feliz»- y desprecia la lucha y el sacrificio en las relaciones personales. Muchos aplican hoy a las relaciones el principio del «mínimo esfuerzo partido por dos». Esta forma de pensar y de vivir está en las antípodas de los principios bíblicos. Los creyentes debemos revisar hasta qué punto estamos despojando nuestras relaciones familiares de este requisito primero del amor, «ser sufrido». Quizás bastaría con añadir pequeñas dosis de amor sufrido y paciencia para prevenir muchas crisis de familia y de matrimonios. Ahí radica una de las claves para correr cualquier carrera de fondo – y la vida familiar lo es- con perseverancia. Se consigue mucho más con unas gotas de miel que con barriles de hiel. De ahí la importancia del segundo requisito, saber expresar amor, que consideraremos en la segunda parte de este artículo.


Pablo Martínez Vila

www.pensamientocristiano.com

Copyright © 2005 - Pablo Martínez Vila

jueves, 22 de febrero de 2018

Recetas especiales con Olimar.- "Galletas de Avena, Pasas y Panela"-


Galletas de avena, pasas y panela

Ingredientes

200 gr de mantequilla con sal
200 gr de panela rallada
300 gr de harina 
200 gr de avena en hojuelas
150 gr de pasas
1 huevo
1 cda de Vainilla 

Preparación

En un recipiente, no necesitas batidora, deber ser un poco ordinaria la masa, mezcla  la mantequilla a temperatura ambiente con la panela rallada y agrega el huevo, incorpora la harina y la vainilla,  cuando estén todos estos ingredientes mezclados agregas las hojuelas de avena y las pasas, lo sacas al mesón y sin amasar demasiado unes y cortas las galletas con un molde pequeño, luego las colocas en una bandeja engrasada y enharinada,  llevas al horno por 20 minutos a 165º o 180 º dependerá de lo fuerte que sea tu horno, cuando están ligeramente doradas están listas, deja reposar y listo, una forma deliciosa de darles a los chicos avena y pasas, te encantaran, espero las hagan y nos cuenten.





miércoles, 21 de febrero de 2018

Aceptando los «aguijones» de la vida. (Parte 3b)

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Dé Gracias a Dios por lo que ha evidenciado en su vida y aplíquelo.

 ¡Dios le bendiga!


Continuando con:...


Aceptando los "aguijones" de la vida. ( III-b)

 

La adaptación a la pérdida de la autonomía

La relación de David con Jonatán es un ejemplo de este prinicipio. En su larga lucha contra el aguijón que significaba la persecución a muerte de Saul, David establece con Jonatán, su amigo del alma, un vínculo de confianza tan fuerte que llega a decir en aquella hermosa elegía (canción) póstuma: «Más dulce me fue tu amor que el de las mujeres». Y en otro texto leemos: «...el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo» (1 S. 18:1-3). Humanamente la vida de David dependió en muchas ocasiones de la ayuda y la información de Jonatán. Fue la clave que le permitió huir –adaptarse- durante tantos años de desierto absurdo. Sí, esta es la forma de actuar de Dios; Él raramente nos deja solos ante el aguijón. Dios suele proveer de un Jonatán que nos ayuda decisivamente en nuestra lucha. ¡Qué gran privilegio!
Pablo también tuvo que aprender este aspecto. Unas veces era por su dolencia en los ojos que le hacía depender de otras personas a la hora de escribir, tal como se nos relata en Gá. 6:11. Otras veces por sus experiencias de encarcelamiento, la expresión máxima de pérdida de autonomía y de libertad, como cuando escribe esta carta a los filipenses desde la cárcel de Roma. Ello le hizo dependiente de algunos colaboradores escogidos, personas de su confianza como Timoteo y Epafrodito entre otros, con los que llegó a tener este tipo de relación tan singular que antes hemos descrito. Es admirable comprobar los sentimientos de Pablo hacia Epafrodito en el pasaje de Fil. 2:25-30. Intenta descubrir quiénes son tu Jonatán o tu Epafrodito en tu lucha contra el aguijón. Ésta es una de las experiencias más enriquecedoras de una vida.
Alguien podría objetar que las aflicciones en la vida del apóstol fueron algo voluntario, fruto de una decisión -la conversión- que él tomo libremente, mientras que los aguijones de la vida, por lo general, nos vienen sin buscarlos ni desearlos. ¿Qué diremos a ello? Si, es cierto que algunos -no todos- de los aguijones de Pablo fueron consecuencia directa de su obediencia a Cristo. El «discípulo no es mayor que su señor» y, por ello, la vida cristiana está llena de experiencias duras que uno se habría ahorrado de no haber optado por el camino "estrecho". Como alguien ha dicho, la salvación es gratuita, pero en el discipulado no hay rebajas. Ello nos introduce en un tema fecundo: el aguijón por causa del nombre de Cristo, los sufrimientos y la persecución a causa de la fe. Por ello debemos concluir esta serie de tres artículos con el ejemplo de Jesús quien sufrió el mayor aguijón precisamente por su obediencia al Padre.

Cristo, modelo supremo de aceptación ante el mayor aguijón.

Hasta ahora hemos considerado la experiencia del apóstol Pablo. Hay, sin embargo, otro ejemplo que para nosotros constituye el modelo supremo de aceptación: Cristo ante el aguijón del pecado y de la muerte en la cruz. ¿Puede haber una experiencia más traumática tanto física como moralmente? En la cruz, Cristo experimentó una de las muertes más sádicas desde el punto de vista físico(1) y, sobre todo, la mayor injusticia y el mayor dolor moral que jamás hombre alguno haya sufrido. No debe ser casualidad que una de las escasas ocasiones en que aparece la palabra aguijón en el NT. se refiera precisamente a la muerte y al pecado (1 Co. 15:55-56). Cristo tenía que pasar por el mayor de los aguijones –experimentar la muerte y el peso del pecado- precisamente para librarnos a nosotros de su veneno mortal.
Nuestras experiencias de dolor pueden ser muy duras y difíciles de sobrellevar, pero quedan relativizadas ante el aguijón por excelencia que fue la cruz. Ningún aguijón humano puede ser mayor que éste: «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz fue sobre él y por su llaga fuimos nosotros curados». Este vívido pasaje profético de Is. 53 nos presenta a Jesús como un experto en el sufrimiento, "doctorado en aguijones": «despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores y experimentado en quebrantos...» (Is. 53:3). Todo ello porque Dios «cargó en él el pecado de todos nosotros» (Is. 53:6). Una lectura detenida de este capítulo nos ofrece una impresionante descripción del sufrimiento por amor. Es ahí donde empezamos a vislumbrar los poderosos rayos de luz que el Evangelio arroja sobre el misterio del sufrimiento injusto. Personalmente se me hace difícil leer este pasaje sin emocionarme.
En aquella noche oscura de angustia, vemos al Señor en Getsemaní ante el aguijón de su muerte atroz siguiendo los mismos pasos que hemos visto en el apóstol Pablo:
  • «Padre, si es posible, pase esta copa de mí». Lucha por eliminar el aguijón. Como hombre, Jesús tiene la misma reacción que cualquiera de nosotros: procura evitar aquel trauma, busca cambiar las cosas. Es la fase legítima y natural de lucha.
  • «Con gran clamor y lágrimas». Oración ferviente al Padre. El autor de hebreos nos describe con gran realismo, casi de forma cruda, la intensidad emocional de la lucha en oración de Jesús con el Padre: «Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.». (Heb. 5:7). Por el relato de los Evangelios sabemos que «se angustió en gran manera» y «estando en agonía oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra» (Lc. 22:44). Y en Mateo se lee: «mi alma está muy triste hasta la muerte» (Mt. 26:38).
  • «Mas no se haga mi voluntad, sino la tuya». Una disposición plena a la obediencia: «pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mt. 26:39). El sometimiento de Cristo a la voluntad del Padre era completo, ya desde el comienzo mismo de su vida en la tierra. El cántico de Filipenses 2 nos lo describe con estas palabras: «...se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil. 2:8).
La lucha por cambiar las cosas y la oración ferviente al respecto siempre deben venir enmarcadas por la sumisión a la voluntad de Dios, aunque nos parezca misteriosa y oscura. A primera vista nos sorprende la afirmación de que Jesús «fue oído a causa de su temor reverente» (Heb. 5:7). ¿En qué sentido fue oído? Dios no le libró de la muerte. Cristo tuvo que pasar por el trago amargo de la cruz. Desde nuestra perspectiva humana, ser oído por el Padre debería implicar una respuesta afirmativa a su petición, es decir librarle de la copa de la muerte. Pero sabemos que esto no fue así. Dios le oyó en el sentido de que envió un ángel del cielo para fortalecerle. Es muy evidente en el texto de Lucas la relación causa efecto entre la petición de Jesús «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa» (Lc. 22:42) y la respuesta inmediata del Padre: «Se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle» (Lc. 22:43). Gran lección para nosotros: Dios no siempre nos va a librar del aguijón, pero siempre nos dará los recursos necesarios para luchar contra él.
Concluimos. Cristo sufrió y superó de forma admirable el más grande aguijón. Por ello «no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades» (Heb. 4:15). Cristo nos ayuda en nuestros aguijones de dos grandes maneras: por un lado, porque nos da un ejemplo supremo, es nuestro modelo a seguir. Pero también, y sobre todo, porque su gracia sobrenatural nos fortalece en nuestra debilidad. Cristo, a diferencia de un gran maestro humano, como podría ser Gandhi, nos proporciona la fuerza que nos hace exclamar con Pablo «todo lo puedo en Cristo que me fortalece». Dependemos de Cristo porque su gracia se hace perfecta en nuestra debilidad.

Notas

(1) La muerte de un crucificado era lenta, duraba hasta 18-20 horas, y se consideraba la forma más atroz de ejecución en el Imperio Romano.

Pablo Martínez Vila

Copyright © 2006 - Pablo Martínez Vila

(http://www.pensamientocristiano.com).

lunes, 19 de febrero de 2018

Aceptando los "aguijones" de la vida. (Parte 3a)

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 ¡Dios le bendiga!



Aceptando los «aguijones» de la vida (IIIa)


3.- Aprender a vivir diferente

«Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado...»
En un viaje a la isla de Menorca descubrí una realidad muy ilustrativa de lo que es la reacción ante el aguijón. Paseando por la playa en un paraje protegido, observé cómo la vegetación, tanto arbustos como árboles, estaba fuertemente inclinada. El recio viento del norte que caracteriza esta parte de la isla ha moldeado un paisaje realmente curioso y altamente simbólico. Era espectacular contemplar los gruesos troncos de los pinos doblados como si de un juguete de goma se tratara. ¿Por qué hay árboles que se parten cuando sopla el huracán y otros, por el contrario, se adaptan a la fuerza agresora del viento inclinándose? La respuesta es importante porque ahí radica su capacidad de sobrevivir. La palabra clave es flexibilidad. Cuanto más rígido sea un árbol -lo mismo que un objeto- tantas más posibilidades de quebrarse bajo el efecto de una presión o un impacto fuertes. Por el contrario, cuanta más flexibilidad o elasticidad, tanto más se adapta a la presión agresora sin romperse.

Ante el trauma del aguijón, las personas somos como los árboles: tenemos una capacidad de adaptación que nos permite resistir y reorganizar la vida después del impacto de la experiencia traumática. A esta capacidad elástica se la conoce hoy con el nombre de resiliencia. Podríamos definir la resiliencia como la facultad de recuperarse después del trauma. El término se emplea en dos grandes áreas: en la metalurgia se aplica a la capacidad de un material de recuperar sus condiciones iniciales después de haber sufrido un golpe fuerte. De manera parecida, en física alude a la resistencia de los materiales a la presión y la recuperación de su estructura. El psiquiatra y etólogo francés Boris Cyrulnik ha sido el pionero en introducir esta idea en el campo de la psicología y aplicarla, en especial, a los niños víctimas de grandes traumas infantiles (por ejemplo, haber sobrevivido a los campos de concentración nazis). Cyrulnik nos viene a decir que una infancia infeliz no determina la vida. Sus conceptos nos sirven también para los adultos, en especial su énfasis en el amor como fuerza terapéutica suprema.

Una persona resiliente viene a ser como los árboles de Menorca: ante el embate del viento, se adapta. Instrumentos clave para ello son la reorganización y la adaptación. Veamos ahora de qué maneras prácticas puede reorganizarse la persona afligida por el aguijón.

La práctica de la adaptación. El ejemplo de Pablo.

Volvamos ahora a la experiencia de Pablo. En el pasaje de Filipenses 4, nuestra referencia en todo el tema del contentamiento, el apóstol menciona situaciones concretas que ha tenido que aprender: «Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado» (Fil. 4:12). Aunque Pablo aquí alude sobre todo a su situación material, sabemos que su vida constituye un excelente ejemplo de adaptación a uno o varios aguijones. Veamos con detalle tres aspectos que Pablo tuvo que aprender y que son elementos clave en toda adaptación al aguijón:

Disposición a cambiar. El cambio es parte integral de la vida. De hecho, nuestra supervivencia como raza depende en gran medida de la capacidad de cambiar para adaptarnos a las circunstancias nuevas. Sin embargo, a la mayoría de personas los cambios nos producen ansiedad porque nos abocan a situaciones desconocidas. Es la llamada ansiedad de abordaje o de inicio, fenómeno que en mayor o menor medida nos afecta a todos y que es normal. ¿Qué puede ayudarnos a asimilar los cambios que todo aguijón conlleva? El primer requisito es la flexibilidad como ya apuntábamos antes. Ser flexible es esencial para aprender a convivir con la nueva situación porque disminuye el estrés del cambio y nos permite, así, luchar mejor. Por el contrario, su opuesto que es la rigidez nos lleva a quedar anclados en el pasado añorando «lo que antes era o tenía» y lamentando, como el poeta español, «que cualquier tiempo pasado fue mejor». Una persona rígida no sabe adaptarse al presente, teme al futuro y se refugia en el pasado. Esta actitud es un gran obstáculo para la adaptación.

El apóstol Pablo fue un verdadero maestro de la flexibilidad y la disposición a adaptarse –contentarse- a nuevas situaciones. Su dramática conversión supuso un cambio tan radical que afectó hasta lo más profundo de su identidad, simbolizado en un nombre nuevo. Saulo, el perseguidor, pasó a ser Pablo el perseguido; de una posición social respetable, pasó a ser un paria para sus ex colegas fariseos; de tener autoridad, pasó a sufrir azotes y cárcel. En un memorable pasaje Pablo nos abre su corazón para compartir con detalle algunos de estos cambios tan significativos (Fil. 3:4-8). De igual manera en 2ª Corintios nos da algunas pinceladas de su estado emocional: «como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo» (2 Co. 6:9-10). ¡Formidables paradojas que nos describen con gran fuerza la profundidad del contentamiento! Es el contraste entre la apariencia -como... como...-, y la realidad profunda.

Aprender "idiomas" nuevos. El segundo instrumento imprescindible para adaptarnos es el aprender nuevas habilidades, formas de vida que disminuyan el impacto del aguijón. Viene a ser algo así como aprender idiomas distintos que nunca antes habíamos hablado. A veces este aprendizaje es literal, como el invidente que debe aprender el braille. Otras veces es un aprendizaje manual, técnico: el discapacitado que debe aprender a andar de nuevo en su silla de ruedas. En ocasiones se trata de una forma de relación nueva, distinta a las anteriores, como los padres que han de aprender a comunicarse con un hijo afecto de una minusvalía mental. La lista de ejemplos podría ser muy larga. Prácticamente no hay aguijón que no requiera un lenguaje nuevo.

Característica común al aprendizaje –adaptación- de todos estos idiomas es que nos hacen sentir como niños otra vez. Hay que aprender a andar, a hablar, a leer o a relacionarse de formas que nunca antes habíamos hecho. Por ello el requisito fundamental aquí es doble: humildad y perseverancia. Al principio, el obstáculo parece insalvable. Es normal. También el niño que da sus primeros pasos caerá una y diez veces antes de coger la soltura suficiente para andar con seguridad. El adulto que empieza a hablar un idioma extranjero se siente tan limitado en su vocabulario como un niño que balbucea sus primeras palabras. No importa que te sientas así, como de vuelta a la infancia. Pronto descubrirás que aquello que te parecía un problema se ha convertido en una oportunidad que te enriquece y te abre unas perspectivas de crecimiento personal insospechadas.

La adaptación a la pérdida de autonomía. Una de las consecuencias más molestas de muchos aguijones es el no poder valerse por uno mismo. Tener que depender de los demás es, probablemente, la experiencia más dura en todo el proceso. La autonomía personal es un bien precioso del que no somos muy conscientes hasta que lo perdemos. Los ancianos conocen muy bien este sentimiento. Es necesario aprender a pedir ayuda. ¿Acaso para pedir ayuda hay que aprender? Sí, sin duda, cuando esta petición nace de la persona impotente que quiere pero no puede. Está claro que el aguijón genera un grado de incapacidad que nos obliga a depender de otros. No hay por qué avergonzarse ni sentirse humillado por tener que pedir ayuda cuando se necesita. En el fondo, esta es la esencia misma del Evangelio: «este pobre clamó y le oyó Dios» (Sal. 34:6).

El requisito esencial aquí es la confianza. En la lucha contra el aguijón, tan importante como aprender a confiar en ti mismo, es saber confiar en los demás. Por supuesto que no nos referimos a confiar en cualquier persona o en todo el mundo. Se trata más bien de establecer vínculos especiales, sólidos, con unas pocas personas muy significativas. Éstas llegarán a ser como una extensión de ti mismo en una relación que puede ser preciosa. En realidad, la fuerza misteriosa de este vínculo es bilateral. También los cuidadores llegan a establecer esta confianza intensa. Nunca olvidaré el impacto que me produjo la relación que unos padres, amigos míos, tenían con su hijo afecto de parálisis cerebral infantil en grado profundo. ¡Qué comunicación más inefable, cuánto afecto había contenido en aquellos besos, en las caricias suaves en cada palabra que el niño parecía no entender con la cabeza, pero sí con el corazón!

La relación de David con Jonatán es un ejemplo de este prinicipio. En su larga lucha contra el aguijón...Continuará!

Pablo Martínez Vila

Copyright © 2006 - Pablo Martínez Vila
(http://www.pensamientocristiano.com).


jueves, 15 de febrero de 2018

Recetas especiales con Olimar. -"Mermelada de Mango"-




Aprovechar las frutas de temporadas nos ayuda mucho en la economía, esta semana me trajo mi esposo unos mangos del árbol que está en la radio, allí hay un árbol cuyos mangos son muy ricos, así que  todos aprovechamos de disfrutarlos, yo  hice jugo de mango y una rica mermelada, no fue necesario esperar que estuvieran maduros pues estaban en el punto exacto para hacerla.

Es muy fácil y lleva pocos ingredientes.

1 1/2  Kg de pulpa de Mango
1/2  Kg de azúcar
El jugo de 1 limón

Puedes ponerle más azúcar unos 200 gr más pero a mí en lo personal me gusta así:

Pon los mangos  en una olla con abundante agua deja que hiervan de 12 a 15 minutos minutos, sácalos  y déjalos reposar para que pierdan el calor, luego sácales la piel es muy suave y fácil,  y ahora despúlpalos, deja limpia la semilla.

Coloca en una olla, la pulpa, el azúcar y agrega el jugo de 1 limón, ponlo a cocinar a fuego bajo, con una cuchara de madera mueves para que no  se  pegue,  su color será más intenso y  brillante y cuando le veas consistencia de mermelada lo sacas del fuego, luego lava y esteriliza unos frascos que  tengas guardados, envasa al vacío y si gustas decorarlos, con un pedazo de tela y una cinta, en mi caso yo tejí unos granny y los decore.

Si es tu gusto hacer el envasado al vacío aquí te dejo las indicaciones de cómo hacerlo.

Primero que nada, debemos tomar cada uno de los frascos aptos para envasar al vacío y meterlos dentro de una olla con agua hirviendo sin la tapa, luego los dejamos dentro unos minutos y los retiramos con mucho cuidado, después de esto podemos optar por que se sequen solos, para esto pueden ir en el horno pero tendríamos que dejarlos unos segundos, vertemos dentro nuestro producto, ponemos la tapa correspondiente y llevamos a baño María 1 o 2 minutos para que se cierre la burbuja de aire, entonces hemos terminado nuestro trabajo de envasar al vacío y empezar nuestro proyecto ya sea con fines lucrativos o simplemente para tener en casa algo más sano.


                                        

miércoles, 14 de febrero de 2018

Aceptando los "aguijones" de la vida. Parte 2b

Tenga preparada su biblia.  Ore antes de comenzar a leer este artículo. Marque las citas, respaldará lo aprendido. Dé gracias por lo Dios ha evidenciado en su vida y aplíquelo.  ¡Dios le bendiga!

Continuando... 

Aceptando los aguijones de la vida Parte (II b)

Hábitos positivos de pensamiento
¿Cómo podemos combatir estas pautas tan negativas? Recordemos la regla de oro de la terapia cognitiva: tal como pensamos, así sentimos; no son las circunstancias, sino las actitudes lo que nos hace felices o desdichados. Por ello necesitamos aprender preguntas estimulantes que produzcan respuestas positivas y, finalmente, sentimientos de esperanza. En mi experiencia de consejería con personas afligidas por aguijones hay cuatro preguntas sumamente útiles. Al exponerlas pensamos no sólo en los propios afectados, sino también en las personas que desean ayudarles.
1.- ¿Puedo hacer yo algo para cambiar o mejorar esta situación? ¿Hay algún remedio con el que pueda contribuir a aliviarla? Si es así, por pequeño que sea el paso inicial, empieza ya. A veces, pequeños cambios producen grandes modificaciones. No hay que ser demasiado ambicioso ni maximalista –«o todo o nada»- a la hora de empezar a actuar.
2.- ¿Qué tiene –o podría tener- de bueno esta situación? No son pocas las circunstancias de aguijón donde podemos descubrir aspectos positivos. Pero ten en cuenta que estos «beneficios secundarios» hay que buscarlos activamente; raras veces uno los encuentra «por casualidad». Recordaré siempre la ilustración de los buscadores de oro: las pepitas de oro se encuentran en medio del fango; no hay oro sin fango. Uno tiene que hurgar en medio de la suciedad del barro para hallarlas.
3.- ¿Qué puedo aprender? ¿En cuanto a mí mismo? ¿En cuanto a los demás? ¿Qué quiere Dios enseñarme en cuanto a su voluntad para mi vida? El valor pedagógico del sufrimiento es algo aceptado no sólo por los creyentes, sino también por todos aquellos que conocen bien los entresijos del alma humana: pedagogos, psicoanalistas, escritores etc.
4.- ¿Hay algo o alguien por lo que puedas estar agradecido? Busca motivos de gratitud a Dios o a los demás en medio de tu agujón. Normalmente las circunstancias de sufrimiento son una oportunidad formidable para el amor y la solidaridad. Una de las peores catástrofes naturales de la humanidad en los últimos siglos -el tsunami, maremoto que causó 250.000 víctimas– dio lugar a la mayor manifestación de solidaridad conocida en la Historia.

El sótano y el ático de la vida. David, un ejemplo a imitar.

Todos tenemos en nuestra mente algo así como dos «habitaciones»: un sótano y un ático. En el sótano, el piso más bajo de un edificio, sólo hay oscuridad, humedad y algún que otro ratón. No es agradable estar en el sótano. El ático, por el contrario, es el lugar con más sol y luz de toda la casa, bien ventilado, un sitio muy apreciado porque se está bien allí. En el sótano de nuestra mente es donde encontramos todos los problemas, los pensamientos tristes y las preocupaciones. Es la dimensión oscura de la vida; es real, existe, todos tenemos un sótano. Pero, gracias a Dios, hay también un ático donde encontramos los motivos de alegría, de gratitud, las cosas buenas de la vida, las grandes y pequeñas ilusiones. ¿Por qué muchas personas se empeñan en bajar con tanta frecuencia al sótano, incluso se quedan allí mucho tiempo? ¿Tanto cuesta subir al ático y llenar nuestra mente de luz, de aire fresco y de gratitud?
En el Salmo 103, el salmista nos da un ejemplo formidable de cómo se sube al ático de la vida y repasa una a una las bendiciones que Dios le ha dado. No olvidemos que David sufrió una opresora experiencia de aguijón de parte de una persona, Saúl, que le persiguió durante 18 años para matarle. David tenía muchos motivos para quejarse al Señor y lamentar, como en realidad hace en algunos de sus salmos. Y sin embargo, cuán luminosas y estimulantes son aquí sus palabras:
«Bendice, alma mía, a Jehová,
Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová,
Y no olvides ninguno de sus beneficios.
El es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus dolencias;
El que rescata del hoyo tu vida,
El que te corona de favores y misericordias;
El que sacia de bien tu boca
De modo que te rejuvenezcas como el águila.» (Sal. 103:1-5)
Observemos cómo el salmista, en un espontáneo ejercicio de terapia cognitiva, dialoga consigo mismo y le envía a su mente mensajes de estímulo y de esfuerzo: «bendiga todo mi ser su santo nombre» y «no olvides ninguno de sus beneficios». De hecho, si apuramos nuestra ilustración, bajar siempre requiere mucho menos esfuerzo que subir. Por ello David empieza esta oración antológica que es el Salmo 103 haciendo un esfuerzo por subir al ático de su vida y descubrir los innumerable motivos de alabanza y gratitud que tenía para con Dios.
Cuánto necesitamos todos aprender de David, tanto los que viven afligidos por una experiencia de aguijón como los que no. Subir al ático de nuestra mente y evitar en lo posible instalarnos en el sótano es la mejor manera para poder exclamar «Bendice alma mía al Señor... y no olvides ninguno de sus beneficios». En el camino de la aceptación éste es un paso imprescindible.
La diferencia entre una vida plena y una vida amargada no radica tanto en las circunstancias del entorno, sino en las actitudes del corazón.

                                   Pablo Martínez Vila

                                      Copyright © 2006 - Pablo Martínez Vila

                    (http://www.pensamientocristiano.com).

lunes, 12 de febrero de 2018

Aceptando los "aguijones" de la vida- Parte 2a

Tenga preparada su biblia. Ore antes de comenzar a leer este artículo. Marque las citas, respaldará lo aprendido. Dé gracias por lo Dios ha evidenciado en su vida y aplíquelo.  ¡Dios le bendiga! 


Continuamos...

Psicología y Pastoral

Aceptando los «aguijones» de la vida (II)

En la primera parte de este tema consideramos el primer ingrediente de una aceptación genuina: aprender a ver diferente. Pasamos ahora al segundo aspecto que nos lleva a poder aceptar nuestros aguijones.

2.- Aprender a pensar diferente. Como se piensa, así se siente.

«Llevando cautivo todo pensamiento... a Cristo» (2 Co. 10:5)
Una herramienta imprescindible para llegar a ver diferente radica en aprender a pensar diferente. Como decíamos antes, estas facetas ocurren de forma simultánea, no consecutiva. El principio esencial aquí es: lo que sentimos depende en gran manera de lo que pensamos. Lo importante en nuestra vida no es lo que nos pasa sino cómo lo interpretamos, lo que pensamos en cada momento. En otras palabras, no puedes controlar lo que te sucede, pero sí puedes decidir cuánto te afecta. Si logramos entender y aceptar esta realidad, podremos empezar a controlar nuestras emociones mucho mejor de lo que habíamos imaginado. Por ello vamos a explicar con detalle por qué hacemos esta afirmación que es vital en el proceso de aceptación de un aguijón.
Ante todo, veamos el mecanismo psicológico. El pensamiento viene antes que la emoción y es lo que nos hace sentir bien o mal, afortunados o desdichados. Mis emociones vienen determinadas por mi forma de pensar. Por esta razón ante un mismo acontecimiento, las personas reaccionan de muy diversas formas, porque lo interpretan de manera distinta. Observemos esta frase: «No puedo soportarlo más; me está amargando la vida y, además, esto será para siempre». Estas palabras de un hombre de mediana edad con una diabetes que le afectaba la vista y le impedía desarrollar su trabajo habitual reflejan sus sentimientos, muy negativos, ante el aguijón. Sí, los pensamientos son los responsable de nuestras emociones. Una ilustración nos ayudará entenderlo: mi personalidad es como un jardín en el que planto constantemente semillas, los pensamientos. Según la semilla, así será la planta. Puede ser un pensamiento de ánimo y entonces me hará sentir bien, o puedo sembrar ideas pesimistas, desalentadoras y me causarán desazón. Aun sin darme cuenta, le estoy enviando a mi mente mensajes todo el tiempo que influyen mucho en mi estado de ánimo, mi calidad de vida e incluso en mi salud.
La conclusión es obvia: ser felices o desdichados, en gran manera, depende de nuestra reacción ante la desgracia. En esta reacción contamos con una poderosa herramienta, el cerebro, que podemos poner a nuestro favor como un aliado o en contra nuestra como un enemigo. Elegir entre una u otra opción va a influir decisivamente en la aceptación de mi aguijón. Por tanto, una parte clave en el proceso de aceptación radica en una decisión mía, no en el acontecimiento adverso que me «abofetea». De la misma manera que el amor implica sentimientos, pero en último término es un acto de la voluntad, algo similar ocurre con la aceptación. Por tanto, si aprendemos a controlar nuestros pensamientos, podremos controlar mucho mejor nuestras emociones. En palabras de un psicólogo contemporáneo, «la actitud es el pincel con el que la mente colorea nuestra vida».

La terapia cognitiva en la Biblia.

Este principio básico -lo que sentimos depende en gran manera de lo que pensamos- ha dado lugar en psicología a la llamada terapia cognitiva. Consiste en sustituir los pensamientos negativos o distorsionados –llamados creencias erróneas- por pensamientos positivos, adecuados a la realidad y generadores de emociones positivas. Este proceso de «re-aprender a pensar» se parece al aprendizaje de una lengua extranjera: hay que practicarlo, requiere voluntad y no es instantáneo. Para nosotros, como creyentes, es muy interesante descubrir que la terapia cognitiva no es un invento de la psicología moderna, sino que ¡ya el apóstol Pablo la recomendaba a los lectores de sus cartas hace 20 siglos! Hay dos pasajes sobresalientes al respecto en 2 Corintios y en Filipenses.
Analicemos en primer lugar el pasaje de Corintios: «Llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Co. 10:5).
La terapia cognitiva según Pablo la describe tiene estas características:
Requiere un esfuerzo. La idea de «llevar cautivo» implica una lucha previa. Uno debe pelear contra los pensamientos negativos, desarmarlos y hacerlos prisioneros o cautivos. Todo ello excluye una actitud pasiva, hay que esforzarse, y aquí la voluntad juega un papel clave. Uno de los mejores aliados del pesimismo –el pensamiento negativo- es la indolencia, la falta de esfuerzo que es caldo de cultivo para la autocompasión y la amargura.
El destinatario es Cristo y la meta la obediencia. El siguiente paso después de dominar y hacer cautivos mis pensamientos negativos es presentarlos a Cristo. Aquí la terapia cognitiva practicada por un cristiano se diferencia radicalmente del enfoque humanista. Tiene una meta muy precisa: Cristo. El control del pensamiento no busca sólo ni en primer lugar mi beneficio personal. Lograr la paz mental es legítimo tal como el mismo Pablo lo expresa en Fil. 4:7. Pero esta paz que «sobrepasa todo entendimiento» no es la meta de la terapia cognitiva en el creyente, sino una de sus efectos beneficiosos. La meta es una mayor obediencia a la voluntad de Dios. Es muy importante esta diferencia porque nos recuerda que la santidad viene antes que la felicidad; el propósito de la vida del discípulo es agradar y obedecer a Dios, no estar cada día mejor. Para el cristiano la práctica de la terapia cognitiva es teocéntrica, está centrada en Dios, y no en el hombre. Además huye del hedonismo contemporáneo que hace de mi felicidad la meta suprema de todo.
El pasaje de Filipenses, un formidable resumen de terapia cognitiva, viene a ser una perla inestimable para la paz del creyente. Es casi imposible llegar a una aceptación plena de cualquier aguijón sin aprehender y practicar el mensaje contenido en este memorable pasaje.
«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.» (Fil. 4:8)
Queremos destacar los siguientes aspectos:
Los ocho elementos de la lista tienen una clara connotación moral. Afectan no sólo mi ánimo o sentimientos, sino mi conducta. El beneficio no es sólo psicológico –relax mental, un efecto ansiolítico-, sino ético. En la medida que yo cultive –«pensar en»- esta lista de virtudes, estaré influyendo también en los demás, afectará no sólo mi mente, sino también mi conducta y mis relaciones. De nuevo, aquí la terapia cognitiva bíblica se aleja del enfoque egocéntrico y hedonista que ya hemos apuntado, tan propio de nuestra sociedad y de las populares modas de autoayuda.
El verbo «pensar» (logizomai) no significa tanto tener en mente o recordar, sino sobre todo reflexionar, ponderar el justo valor de algo para aplicarlo a la vida. De manera que su efecto positivo no es fugaz, un breve rato de «meditación trascendental» que me ayuda a relajarme, sino que afecta a mi vida de forma profunda y duradera. Es un hábito que moldea mi conducta.

La paz de Dios, beneficio último de la terapia cognitiva

La introducción al versículo 7 objeto de nuestro análisis no puede ser más extraordinaria: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones en Cristo Jesús» (Fil. 4:7). Para los hebreos, el shalom es una paz completa, que afecta a toda la persona, mente, cuerpo y espíritu (en realidad, la OMS –Organización Mundial de la Salud– se ha inspirado en el concepto bíblico hebreo de paz para su definición salud). Pues bien, dice Pablo, esta paz es de Dios, viene de él, y su resultado cardinal es que nos mantiene «guardados» –cobijados- en Cristo Jesús. La paz de Dios no es tanto un sentimiento como una posición existencial. Hay una relación inseparable entre la paz de Dios y el Dios de paz.

La terapia cognitiva aplicada al aguijón

Vamos a identificar, en primer lugar, cuáles son los hábitos de pensamiento negativo más frecuentes en la persona afligida por un aguijón.. Ante la adversidad, la persona suele darse tres explicaciones:
1.- La culpa es mía. Se busca una causa personal a la adversidad. Culpabilizarse es una reacción propia del duelo que desaparece con el tiempo.
2.- No va a cambiar nunca. El aguijón será permanente. No se ve ninguna luz en el futuro; todo parece negro. Es como si el mundo se acabara.
3.- Va a arruinar toda mi vida. Sus efectos son globales, afectan todas las áreas. Estoy incapacitado para hacer nada.
Darse uno mismo estas explicaciones personalespermanentes y globales para las cosas malas que le suceden en la vida constituye el mejor camino para destrozar la autoestima y producir un sentimiento de derrota e impotencia. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo luchar contra estos hábitos negativos de pensamiento?

Continuará...

Pablo Martínez Vila

Copyright © 2006 - Pablo Martínez Vila

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