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lunes, 7 de noviembre de 2022

La obra transformadora del Espíritu Santo en la vida personal (I)

 


La obra transformadora del Espíritu Santo en la vida personal (I)

“Dios se hizo hombre... no simplemente para producir mejores hombres de la vieja clase, sino para producir una nueva clase de hombre.” (C.S. Lewis)(1)

Convertirse en una nueva persona es el deseo profundo de muchos. A menudo oímos frases como “Ojalá pudiera empezar mi vida de nuevo”, o “cuánto me gustaría ser una persona diferente”. ¿Es esto posible? La respuesta es “sí”. La transformación está en el corazón mismo del Evangelio. Volver a empezar (un nuevo nacimiento) y ser transformados a la semejanza de Jesús (la santificación) son elementos esenciales de la vivencia cristiana.

Estamos ante una realidad apasionante y una gran bendición. Ser transformado por el Espíritu Santo constituye el meollo del discipulado y se convierte, además, en poderosa herramienta de testimonio. Magnífico... pero necesitamos abordar este tema con mucha sabiduría y, sobre todo, a la luz de las Escrituras. Como nos recuerda John Stott: “nunca debemos divorciar lo que Dios ha casado, es decir, su Palabra y su Espíritu. La Palabra de Dios es la espada del Espíritu. El Espíritu sin la Palabra no tiene armas, la Palabra sin el Espíritu no tiene poder”(2).

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Co. 5:17). Esta memorable afirmación de Pablo es a la vez punto de partida y resumen magnífico de nuestro tema. No podemos, sin embargo, interpretar este versículo caprichosamente. Si no lo entendemos bien puede causar más frustración que inspiración, más confusión que estímulo.

Algunos cristianos piensan que con el nuevo nacimiento pueden empezar de cero en todas las áreas de su vida. Les gustaría que el Espíritu Santo los cambiara de forma total e instantánea, borrando todo lo que no les gusta, ya sea en su temperamento, su personalidad o los recuerdos del pasado. ¡Esperan nacer de nuevo en un sentido casi literal! Por tanto debemos ser cuidadosos al adentrarnos en el tema.

Dios no nos promete eliminar un pasado doloroso o las limitaciones impuestas por nuestro temperamento y personalidad aquí en la tierra. El trabajo del Espíritu Santo dentro de nosotros no es destruir nuestro pasado sino construir nuestro presente y nuestro futuro, capacitarnos para vivir una nueva vida, la vida abundante de Jesús (Jn. 10:10). En este sentido, la paciente transformación del Consolador divino va mucho más allá de cualquier técnica o recurso humano porque no es algo natural, es sobrenatural. “La santificación sin la intervención de Dios es inimaginable. Con toda razón decía Pascal: Para hacer de un hombre un santo es absolutamente necesario que actúe la gracia de Dios, y quien duda de ello no sabe qué es un hombre ni qué es un santo”(3).

Tres preguntas nos guiarán para entender esta obra transformadora del Espíritu. En cada una de ellas veremos, a su vez, nuestra parte de responsabilidad en el proceso.

  • ¿Qué y para qué? La naturaleza y el propósito de la transformación. La necesidad de ser guiados por el Espíritu.
  • ¿Cómo y cómo puedo verlo? La dinámica y la evidencia de la transformación. La necesidad de permanecer en Cristo.
  • ¿Hasta dónde? Los límites y las frustraciones de la transformación. La necesidad de aprender aceptación.

Consideraremos también un obstáculo que dificulta nuestro progreso en el camino: “el espíritu de la época”, el molde social y cultural que se opone a la obra del Espíritu de Dios.

I - La naturaleza de la transformación: una metamorfosis divina

Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Co. 3:18).

Nuestra primera pregunta, ¿para qué?, nos lleva a ver la naturaleza y el propósito de la transformación.

Cuando era niño me fascinaba la asombrosa transformación del gusano de seda en mariposa después de un tiempo escondido en el capullo. Había algo de misterioso y emocionante para la mente de un niño de 7-8 años en este increíble cambio. Cada invierno me ocupaba de los gusanos para luego ver con entusiasmo emerger la mariposa. A esta temprana edad aprendí mi primera lección de teología. Recuerdo a mi padre explicándome cómo este cambio se llamaba metamorfosis y que la misma palabra se usaba para otro cambio aún más fascinante: el cambio que el Señor Jesús hace en nosotros preparándonos para que un día en el cielo podamos estar con Él(4). Nunca olvidé la ilustración y desde entonces he recordado el significado y la meta de la transformación iniciada por Jesucristo y realizada por el Espíritu Santo.

¿Cómo se opera esta metamorfosis? Cuando nacemos del Espíritu recibimos la naturaleza de Dios (Jn. 1:13Jn. 3:6), somos participantes de la naturaleza divina (2 Pe. 1:4). Es como recibir el código moral y espiritual de Dios, “el ADN divino”. Esta naturaleza, sin embargo, “no significa que el creyente recibe una porción de divinidad, que es un poco Dios –idea platónica o gnóstica más que cristiana-, sino en el sentido de que participa de su santidad”(5). El Espíritu Santo no nos hace pequeños dioses, sino grandes imitadores de Dios y de Cristo (Ef. 5:11 Co. 11:1).

En esta transformación hay un elemento de misterio que trasciende nuestro razonamiento humano. Sabemos qué ocurre, pero ignoramos mucho del cómo ocurre tal como Jesús mismo le declaró a Nicodemo (Jn. 3:8). Wayne Grudem escribe: “La naturaleza exacta de la regeneración es un misterio para nosotros. Sabemos lo que sucede -el resultado- pero no cómo sucede ni qué hace Dios exactamente para darnos la nueva vida espiritual”(6).

Esta nueva naturaleza viene a ser como una semilla o un embrión que va creciendo hasta su pleno desarrollo. Es un proceso muy similar al crecimiento de un niño de modo que el propio Pablo usa esta metáfora: Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros (Gá. 4:19). Es un crecimiento hacia la madurez. De hecho, la palabra “maduro”, o “perfecto” -téleios- aparece numerosas veces en este contexto de transformación. Pero, ¿de qué tipo de madurez hablamos?

La respuesta a esta pregunta nos aclara el propósito del crecimiento: Somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. El objetivo de nuestra transformación es ser más y más como Cristo cada día. La transformación es, en esencia, la formación del carácter de Cristo en nosotros. Somos llamados a ser como espejos que reflejan “la imagen de Cristo”.

Un ejemplo notable de este poder transformador lo vemos en el apóstol Pablo quien pasó de ser un perseguidor a ser perseguido. También los apóstoles fueron transformados de forma tan sorprendente después de Pentecostés que la gente se maravillaba y les reconocían que habían estado con Jesús (Hch. 4:13). La misma influencia transformadora ha continuado a lo largo de los siglos cambiando a millones de personas.

Esta transformación personal tiene, además, implicaciones comunitarias. Es un cambio individual, pero no individualista, va más allá de la esfera personal para influir en toda la sociedad. Por citar solo un ejemplo: el impacto social de la obra del Ejército de Salvación entre los marginados en Londres en el siglo XIX fue tan grande que Spurgeon afirmó: “Si el Ejército de Salvación desapareciera de las calles de Londres, cinco mil policías no serían suficientes para reemplazar su vacío en la prevención del crimen y la delincuencia”(7). Cientos de vidas fueron rescatadas del lodo de la marginación y cambiadas a la imagen del Señor Jesús.

Estamos, por tanto, ante una gran bendición, un enorme privilegio: “Sí, el mayor regalo que el cristiano ha recibido, recibirá o podría recibir es el Espíritu de Dios mismo”(8).

¿Y qué se espera de nosotros? ¿Qué hemos de poner de nuestra parte? La voluntad, el deseo genuino, de ser guiados por el Espíritu, «vivir (andar) por el Espíritu» (Ro. 8:14Gá. 5:161825). Como un velero despliega sus velas para ser llevado por el viento, así nosotros necesitamos dejarnos guiar por el viento del Espíritu.

II - Las evidencias de la transformación: un cambio en tres niveles

Nuestra segunda pregunta es ¿cómo? y ¿cómo puedo verlo?

¿Cómo? La dinámica de la transformación

La obra transformadora del Espíritu Santo es un proceso que ocurre en tres niveles:

  • Ser una nueva persona: Recibimos una nueva identidad expresada en un nuevo carácter (Gá. 5:22-23).
  • Ver desde una perspectiva diferente: Recibimos una nueva mente expresada en un nuevo propósito de vida.
  • Vivir una nueva vida: Tenemos una nueva ética expresada en un nuevo comportamiento. Creencia y vivencia son inseparables.

Ser, ver y vivir como Jesús se convierte en el núcleo y la meta de la obra transformadora del Espíritu Santo.

¿Cómo puedo verlo? Las evidencias de la transformación

Esta triple transformación se manifiesta de muchas maneras prácticas. Podemos resumir en dos las evidencias visibles de la santificación:

Recibimos un “nuevo corazón”: un cambio radical e integral. Algunos de estos cambios son inmediatos y totales, otros son progresivos y parciales, pero todos son radicales. Radicales en el sentido original de la palabra, es decir, llegan hasta las raíces de nuestra persona, afectan a cada “habitación” de nuestra vida. Se opera una transformación existencial, emocional y moral.

C.S. Lewis lo expresó de esta manera: “El hombre regenerado es totalmente diferente del no regenerado, ya que la vida regenerada, el Cristo que se forma en él, transforma toda su persona: su espíritu, alma y cuerpo”(9). Sin duda Lewis tenía en mente las palabras de Pablo: Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Ts. 5:23).

Ya en el Antiguo Testamento Dios mismo explica este cambio con una hermosa metáfora: Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Ez. 36:26-27). Los nuevos nombres dados a Abraham, Jacob, Mateo, Pedro o Saulo, entre otros, simbolizan esta nueva persona resultante de su encuentro personal con Dios.

Recibimos ojos nuevosla mente de Cristo. A medida que el Espíritu Santo nos va cambiando somos capaces de mirar todas las cosas (y a todas las personas, incluidos nosotros mismos) con ojos nuevos porque las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.

Esta nueva mirada es posible porque tenemos la mente de Cristo (1 Co. 2:16). La palabra mente aquí (nóos) no significa tanto pensar como percibir. Es una nueva percepción, una mirada nueva con ojos distintos. Cambia toda la perspectiva de la vida, nuestra cosmovisión. Pasamos a tener actitudes diferentes, nuevas prioridades, una nueva escala de valores, nuevas relaciones, una perspectiva de futuro llena de esperanza... todo se ve de forma diferente. El apóstol Pablo lo resume de forma muy precisa: andamos en novedad de vida (Ro. 6:4 RVR1977)(10).

¿Qué se espera de nosotros aquí? Necesitamos permanecer en Cristo. Estar en Cristo es la única condición (Jn. 15:4-5). Para ello contamos con dos grandes recursos que son la esencia de nuestro alimento espiritual:

  • La oración que nos permite cultivar la presencia de Dios.
  • Las Escrituras que nos permiten nutrirnos de la Palabra de Dios.

                                                 Pablo Martínez Vila

                                            pensamientocristiano.com

                                        (Usado con permiso de su autor)

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