«El justo por la fe vivirá»
«El justo por la fe vivirá»: una frase, seis palabras, lo que hoy llamaríamos un «tweet», constituyen el resumen por excelencia de la Reforma y una síntesis del Evangelio. De ahí el título de esta reflexión: «El tweet más importante de tu vida». Este texto se repite cuatro veces en la Biblia (Hab. 2:4; Ro. 1:17; Gá. 3:11; Heb. 10:38) lo cual ya nos da a entender que estamos ante un principio realmente importante: la fe es esencial para la vida.
Este versículo fue el motor espiritual y teológico de la Reforma.
Durante la preparación de un sermón sobre la epístola de Pablo a los
Romanos, Lutero tuvo una experiencia llamada «Experiencia de la torre» en el año 1519. Escribe Lutero al respecto:
«Al fin por la misericordia de Dios, meditando dia y
noche en este versículo ("El justo por la fe vivirá") sentí que nací
completamente de nuevo y que había entrado al Paraíso mismo atravesando
sus puertas abiertas. En este momento se abrió delante de mí un nuevo
rostro de las Escrituras».
Con esta frase estamos a la vez ante un compendio formidable del
Evangelio y la semilla bíblica que dio lugar al gran avivamiento de la
Reforma con todas sus consecuencias espirituales y sociales. No es
exagerado afirmar, por tanto, que estamos ante el mensaje corto -el tweet- más importante de la vida.
Para entender bien este mensaje vamos a compararlo con un árbol:
tiene un tronco -«por la fe»- el meollo del árbol, y dos grandes ramas,
las consecuencias vitales: «el justo» - «vivirá».
Veremos en especial el tronco y, algo más someramente, las dos ramas:
POR LA FE
Constituye el meollo del texto, el tronco del árbol.
¿Qué es la fe?
La fe cristiana no es un asunto de creer en algo, sino de creer en alguien. La pregunta clave no es qué creemos, sino en quién creemos. Decía el apóstol Pablo: «Yo sé a quién he creído» (2 Ti. 1:12).
El objeto, el destinatario de la fe es un ser vivo, el Dios personal
revelado en la Biblia y encarnado en Jesucristo, no una fuerza abstracta
o impersonal. Creer es mucho más que tener una creencia.
¿En qué consiste en la práctica esta fe? La fe implica tres pasos. Son exactamente los pasos de toda relación de amor y se corresponden, a grandes rasgos, con la experiencia espiritual de Lutero y las conclusiones que cimentaron la Reforma: Sola fide (Sola fe); Sola Sciptura (Sola Escritura), Sola gratia (Sola gracia).
- La fe es conocer
- La fe es confiar
- La fe es comprometerse
Estos tres pasos progresivos, propios de una relación de amor, los encontramos también en la fe cristiana:
La fe es CONOCER a Dios a través de su Palabra
Al cristiano le es dado el privilegio singular no sólo de creer en Dios, sino de conocer a Dios. Hay un elemento imprescindible de experiencia vital, personal. Ello es así porque la fe no es sólo una ideología (no somos cristianos culturales), o sólo una religión (dogma y ritos), la fe es sobre todo una relación: una relación personal con Cristo. Para el creyente Dios no es un «ello», ni tampoco un «él», Dios es el «tú» cercano tan bien descrito en la primera frase del Padrenuestro: «Padre nuestro que estás en los cielos...» (Mt. 6:9). Por así decirlo, la fe nos permite hablarle de tú a Dios.
Jesús lo resumió en esta frase tan decisiva: «Y esta es la vida eterna, que te conozcan a ti el único Dios verdadero» (Jn. 17:3).
¿Cómo podemos conocer a Dios? A Dios lo conocemos, de entrada, por su revelación verbal, la palabra escrita. La experiencia espiritual del cristiano arranca de la fe en la Palabra (Sola Scriptura),
la convicción plena de que la Biblia es palabra de Dios. Este fue el
primer paso de Lutero: se aplicó en leer y leer la Biblia, en especial
la epístola a los Romanos.
La fe es DESCUBRIR la gracia de Dios en Cristo y apropiarse de ella
El conocimiento va seguido de la confianza, la fe en la Palabra lleva a la fe en la gracia (Sola gratia). Toda relación de amor implica confianza.
Éste fue el segundo paso en la experiencia de Lutero (como ampliaremos
después). La revelación de Dios alcanza su máximo esplendor en Cristo, la Palabra por excelencia, el Verbo. Cristo es «la imagen del Dios invisible» (Col. 1:15). Descubrir y apropiarme de la gracia de Dios en mi vida supone confiar en que Cristo no sólo murió, sino que murió por mí.
La gracia de Cristo en la cruz es el centro y clímax de la fe. «Puestos
los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe… considerad (descubrid) a aquel que sufrió tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo» (Heb. 12:2-3).
La fe es RESPONDER al amor de Dios en Cristo con mi amor
La confianza lleva al compromiso, el tercer elemento necesario
en una relación de amor. La cruz de Cristo me hace entender que Dios ya
ha dado el primer paso y que ahora me toca a mí responder. En este
sentido, el cristianismo es lo opuesto a una religión: cualquier
religión va de abajo arriba, es el conjunto de esfuerzos que el ser
humano hace por llegar a Dios; la fe cristiana es exactamente lo
opuesto: va de arriba abajo, es el conjunto de esfuerzos que Dios ha
hecho por llegar al hombre.
Un ejemplo histórico de este compromiso que nace en respuesta al amor
de Dios lo encontramos en el conde Nicolaus Ludwig von Zinzendorf
(siglo XVIII), quien se sintió profundamente impresionado por un cuadro
de Domenico Fetti, una imagen de Cristo crucificado, con una inscripción
al pie que decía: «Esto hice yo por ti, ¿qué has hecho tu por mí?». En
respuesta a esta pregunta la vida de Zinderdorf cambió y fundó la
comunidad de los Hermanos Moravos, un movimiento de despertar espiritual
con gran influencia en su época.
EL JUSTO
La primera consecuencia de la fe es que nos hace justos delante de Dios. Estamos ante la primera gran rama del árbol.
El apóstol Pablo lo expresa en términos muy positivos: «Justificados
pues por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo» (Ro. 5:1). La fe produce una limpieza moral imprescindible «por cuanto no hay justo, ni aun uno» (Ro. 3:10),
todos somos pecadores. Ahí está uno de los puntos clave de la Reforma:
la gracia nos limpia del Pecado por un mecanismo de transferencia.
Lutero lo llama «el dulce y maravilloso intercambio»: al creer, el
pecado se transfiere a -se carga sobre- Cristo y la justicia de Cristo
es transferida al pecador. Por la fe el pecador es declarado justo,
aunque todavía no es perfecto (simul justus et peccator).
Además, muy importante, la justificación ante de Dios nos capacita
para vivir justamente- con justicia-ante los hombres. Al elemento moral y
personal le sigue la dimensión social y comunitaria de la fe. El orden
es importante: la auténtica justicia empieza por la justificación ante Dios.
La ética cristiana arranca, nace de la fe, no es un mero humanismo que
busca construir al hombre a partir del hombre. La justicia entre los
hombres sólo es posible a partir de la justificación ante Dios.
VIVIRÁ
La segunda consecuencia de la fe es la vida. ¡Ahí es nada! La fe
genera vida. En la segunda gran rama hallamos una promesa de vida, por
tanto una palabra de esperanza. ¡Qué importante es tener esperanza en un mundo que anda a tientas en medio de tanta oscuridad!
La fe es esencial para la vida aquí y ahora, pero también en el más
allá, después de la muerte. Veamos en más detalle cuán fecunda es esta
rama.
Vida aquí y ahora: plenitud de vida
Dijo Jesús en una de sus citas más memorables: «He venido para que tengan vida y vida en abundancia» (Jn. 10:10). La palabra «abundancia» en el original significa superior, óptima, una vida de calidad.
Tres ejemplos nos ilustran cómo Jesús da plenitud de vida:
- La fe en Cristo ilumina.«Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas...» (Jn. 8:12).Su luz proporciona un profundo sentido de la vida y da significado a la persona (identidad). Sustituye el desesperanzado grito «vanidad de vanidades, todo es vanidad» (Ec. 1:2) por un exultante «plenitud de plenitudes, todo es plenitud», en acertada expresión de Unamuno.
- La fe en Cristo transforma.«Si alguno está en Cristo nueva criatura es, las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co. 5:17).Su poder ha cambiado y sigue cambiando las vidas de millones de hombres y mujeres. En frase del conocido cantante Bono de U2, «no me cabe en la cabeza que un hombre ordinario, o un enfermo, haya transformado la vida de tantas personas».
- La fe en Cristo restaura.«Mi gracia te es suficiente pues mi poder se hace perfecto (completo) en la debilidad» (2 Co. 12:9).Su gracia da fuerzas y restaura a los más débiles, a los pobres en su sentido más amplio. Jesús ha sacado del pozo de la miseria existencial a miles de marginados de la sociedad porque Él nunca «quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo que humea» (Is. 42:3)
La fe en Cristo vivifica personas, pero también transforma la sociedad. El mejor ejemplo es el que hoy estamos conmemorando: la Reforma Protestante.
Sobre todo por la difusión de la Biblia -la espada afilada que destruyó
oscurantismos medievales- tuvo una gran repercusión en la sociedad de
su tiempo y también en los siglos posteriores. Por cierto, ésta es una
asignatura pendiente en la historia de España: no haber tenido nunca la
extraordinaria influencia de la Biblia sobre la cultura y la vida del
pais. Con la Reforma todas las esferas de la vida, incluyendo la
economía y la política, recibieron el impulso de una fe viva y renovada.
Testimonio histórico de ello nos lo dan músicos como Bach, Mendelssohn y
Händel, pintores como Durero y Rembrandt, y una larga lista de
científicos, filósofos y políticos que experimentaron la plenitud de
vida que da la fe.
Vida en el más allá: la vida eterna
La vida que surge de la fe no se acaba aquí, sigue después de la
muerte. De hecho, es entonces cuando alcanza su cenit, su máximo
esplendor.
Jesús dijo: «El que oye mi palabra, y cree al que me envió (Dios),
tiene vida eterna; y no vendrá a condenación pues ha pasado de muerte a
vida» (Jn. 5:24). Trascendentales palabras, una promesa de vida eterna. Mi destino eterno después de la muerte depende de este tweet: la fe es esencial para la vida aquí, pero sobre todo para la vida en el más allá. De ahí nuestro título: El tweet más importante de tu vida. Préstale atención, medita en él.
No quiero concluir con mis propias palabras, sino con las de Jesús
mismo, con una cálida metáfora, una invitación a cenar juntos:
«He aquí yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo» (Ap. 3:20).
Jesús no fuerza la puerta; espera a que yo la abra. Si así lo hago,
comienza esta relación de amor, esa fe que nos hace justos y que nos da
vida para siempre.
Pablo Martínez Vila
Predicación del Culto de la Reforma, Madrid, 31 de octubre de 2015.
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