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jueves, 27 de julio de 2017

MUSICA CRISTIANA DE ADORACIÓN

Te gusta el cafe, los gatos, la lluvia, el pastel...las fotos en blanco y negro, etc Hermosisimo tema....
Escuchala con atención y ADORA A QUIEN TE CONOCE MEJOR QUE NADIE! 


 

lunes, 24 de julio de 2017

El tweet más importante de tu vida





«El justo por la fe vivirá»

«El justo por la fe vivirá»: una frase, seis palabras, lo que hoy llamaríamos un «tweet», constituyen el resumen por excelencia de la Reforma y una síntesis del Evangelio. De ahí el título de esta reflexión: «El tweet más importante de tu vida». Este texto se repite cuatro veces en la Biblia (Hab. 2:4; Ro. 1:17; Gá. 3:11; Heb. 10:38) lo cual ya nos da a entender que estamos ante un principio realmente importante: la fe es esencial para la vida.

Este versículo fue el motor espiritual y teológico de la Reforma. Durante la preparación de un sermón sobre la epístola de Pablo a los Romanos, Lutero tuvo una experiencia llamada «Experiencia de la torre» en el año 1519. Escribe Lutero al respecto:

«Al fin por la misericordia de Dios, meditando dia y noche en este versículo ("El justo por la fe vivirá") sentí que nací completamente de nuevo y que había entrado al Paraíso mismo atravesando sus puertas abiertas. En este momento se abrió delante de mí un nuevo rostro de las Escrituras».

Con esta frase estamos a la vez ante un compendio formidable del Evangelio y la semilla bíblica que dio lugar al gran avivamiento de la Reforma con todas sus consecuencias espirituales y sociales. No es exagerado afirmar, por tanto, que estamos ante el mensaje corto -el tweet- más importante de la vida.

Para entender bien este mensaje vamos a compararlo con un árbol: tiene un tronco -«por la fe»- el meollo del árbol, y dos grandes ramas, las consecuencias vitales: «el justo» - «vivirá».
Veremos en especial el tronco y, algo más someramente, las dos ramas:

POR LA FE

Constituye el meollo del texto, el tronco del árbol.

¿Qué es la fe?

La fe cristiana no es un asunto de creer en algo, sino de creer en alguien. La pregunta clave no es qué creemos, sino en quién creemos. Decía el apóstol Pablo: «Yo sé a quién he creído» (2 Ti. 1:12). El objeto, el destinatario de la fe es un ser vivo, el Dios personal revelado en la Biblia y encarnado en Jesucristo, no una fuerza abstracta o impersonal. Creer es mucho más que tener una creencia.

¿En qué consiste en la práctica esta fe? La fe implica tres pasos. Son exactamente los pasos de toda relación de amor y se corresponden, a grandes rasgos, con la experiencia espiritual de Lutero y las conclusiones que cimentaron la Reforma: Sola fide (Sola fe); Sola Sciptura (Sola Escritura), Sola gratia (Sola gracia).
  • La fe es conocer
  • La fe es confiar
  • La fe es comprometerse
Estos tres pasos progresivos, propios de una relación de amor, los encontramos también en la fe cristiana:

La fe es CONOCER a Dios a través de su Palabra

Al cristiano le es dado el privilegio singular no sólo de creer en Dios, sino de conocer a Dios. Hay un elemento imprescindible de experiencia vital, personal. Ello es así porque la fe no es sólo una ideología (no somos cristianos culturales), o sólo una religión (dogma y ritos), la fe es sobre todo una relación: una relación personal con Cristo. Para el creyente Dios no es un «ello», ni tampoco un «él», Dios es el «tú» cercano tan bien descrito en la primera frase del Padrenuestro: «Padre nuestro que estás en los cielos...» (Mt. 6:9). Por así decirlo, la fe nos permite hablarle de tú a Dios

Jesús lo resumió en esta frase tan decisiva: «Y esta es la vida eterna, que te conozcan a ti el único Dios verdadero» (Jn. 17:3).

¿Cómo podemos conocer a Dios? A Dios lo conocemos, de entrada, por su revelación verbal, la palabra escrita. La experiencia espiritual del cristiano arranca de la fe en la Palabra (Sola Scriptura), la convicción plena de que la Biblia es palabra de Dios. Este fue el primer paso de Lutero: se aplicó en leer y leer la Biblia, en especial la epístola a los Romanos.

La fe es DESCUBRIR la gracia de Dios en Cristo y apropiarse de ella

El conocimiento va seguido de la confianza, la fe en la Palabra lleva a la fe en la gracia (Sola gratia). Toda relación de amor implica confianza. Éste fue el segundo paso en la experiencia de Lutero (como ampliaremos después). La revelación de Dios alcanza su máximo esplendor en Cristo, la Palabra por excelencia, el Verbo. Cristo es «la imagen del Dios invisible» (Col. 1:15). Descubrir y apropiarme de la gracia de Dios en mi vida supone confiar en que Cristo no sólo murió, sino que murió por mí. La gracia de Cristo en la cruz es el centro y clímax de la fe. «Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe… considerad (descubrid) a aquel que sufrió tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo» (Heb. 12:2-3).

La fe es RESPONDER al amor de Dios en Cristo con mi amor

La confianza lleva al compromiso, el tercer elemento necesario en una relación de amor. La cruz de Cristo me hace entender que Dios ya ha dado el primer paso y que ahora me toca a mí responder. En este sentido, el cristianismo es lo opuesto a una religión: cualquier religión va de abajo arriba, es el conjunto de esfuerzos que el ser humano hace por llegar a Dios; la fe cristiana es exactamente lo opuesto: va de arriba abajo, es el conjunto de esfuerzos que Dios ha hecho por llegar al hombre.

Un ejemplo histórico de este compromiso que nace en respuesta al amor de Dios lo encontramos en el conde Nicolaus Ludwig von Zinzendorf (siglo XVIII), quien se sintió profundamente impresionado por un cuadro de Domenico Fetti, una imagen de Cristo crucificado, con una inscripción al pie que decía: «Esto hice yo por ti, ¿qué has hecho tu por mí?». En respuesta a esta pregunta la vida de Zinderdorf cambió y fundó la comunidad de los Hermanos Moravos, un movimiento de despertar espiritual con gran influencia en su época.

EL JUSTO

La primera consecuencia de la fe es que nos hace justos delante de Dios. Estamos ante la primera gran rama del árbol.

El apóstol Pablo lo expresa en términos muy positivos: «Justificados pues por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro. 5:1). La fe produce una limpieza moral imprescindible «por cuanto no hay justo, ni aun uno» (Ro. 3:10), todos somos pecadores. Ahí está uno de los puntos clave de la Reforma: la gracia nos limpia del Pecado por un mecanismo de transferencia. Lutero lo llama «el dulce y maravilloso intercambio»: al creer, el pecado se transfiere a -se carga sobre- Cristo y la justicia de Cristo es transferida al pecador. Por la fe el pecador es declarado justo, aunque todavía no es perfecto (simul justus et peccator).

Además, muy importante, la justificación ante de Dios nos capacita para vivir justamente- con justicia-ante los hombres. Al elemento moral y personal le sigue la dimensión social y comunitaria de la fe. El orden es importante: la auténtica justicia empieza por la justificación ante Dios. La ética cristiana arranca, nace de la fe, no es un mero humanismo que busca construir al hombre a partir del hombre. La justicia entre los hombres sólo es posible a partir de la justificación ante Dios.

VIVIRÁ

La segunda consecuencia de la fe es la vida. ¡Ahí es nada! La fe genera vida. En la segunda gran rama hallamos una promesa de vida, por tanto una palabra de esperanza. ¡Qué importante es tener esperanza en un mundo que anda a tientas en medio de tanta oscuridad!
La fe es esencial para la vida aquí y ahora, pero también en el más allá, después de la muerte. Veamos en más detalle cuán fecunda es esta rama.

Vida aquí y ahora: plenitud de vida

Dijo Jesús en una de sus citas más memorables: «He venido para que tengan vida y vida en abundancia» (Jn. 10:10). La palabra «abundancia» en el original significa superior, óptima, una vida de calidad.
Tres ejemplos nos ilustran cómo Jesús da plenitud de vida:
  • La fe en Cristo ilumina.
    «Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas...» (Jn. 8:12).
    Su luz proporciona un profundo sentido de la vida y da significado a la persona (identidad). Sustituye el desesperanzado grito «vanidad de vanidades, todo es vanidad» (Ec. 1:2) por un exultante «plenitud de plenitudes, todo es plenitud», en acertada expresión de Unamuno.

  • La fe en Cristo transforma.
    «Si alguno está en Cristo nueva criatura es, las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co. 5:17).
    Su poder ha cambiado y sigue cambiando las vidas de millones de hombres y mujeres. En frase del conocido cantante Bono de U2, «no me cabe en la cabeza que un hombre ordinario, o un enfermo, haya transformado la vida de tantas personas».

  • La fe en Cristo restaura.
    «Mi gracia te es suficiente pues mi poder se hace perfecto (completo) en la debilidad» (2 Co. 12:9).
    Su gracia da fuerzas y restaura a los más débiles, a los pobres en su sentido más amplio. Jesús ha sacado del pozo de la miseria existencial a miles de marginados de la sociedad porque Él nunca «quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo que humea» (Is. 42:3)
La fe en Cristo vivifica personas, pero también transforma la sociedad. El mejor ejemplo es el que hoy estamos conmemorando: la Reforma Protestante. Sobre todo por la difusión de la Biblia -la espada afilada que destruyó oscurantismos medievales- tuvo una gran repercusión en la sociedad de su tiempo y también en los siglos posteriores. Por cierto, ésta es una asignatura pendiente en la historia de España: no haber tenido nunca la extraordinaria influencia de la Biblia sobre la cultura y la vida del pais. Con la Reforma todas las esferas de la vida, incluyendo la economía y la política, recibieron el impulso de una fe viva y renovada. Testimonio histórico de ello nos lo dan músicos como Bach, Mendelssohn y Händel, pintores como Durero y Rembrandt, y una larga lista de científicos, filósofos y políticos que experimentaron la plenitud de vida que da la fe.

Vida en el más allá: la vida eterna

La vida que surge de la fe no se acaba aquí, sigue después de la muerte. De hecho, es entonces cuando alcanza su cenit, su máximo esplendor.
Jesús dijo: «El que oye mi palabra, y cree al que me envió (Dios), tiene vida eterna; y no vendrá a condenación pues ha pasado de muerte a vida» (Jn. 5:24). Trascendentales palabras, una promesa de vida eterna. Mi destino eterno después de la muerte depende de este tweet: la fe es esencial para la vida aquí, pero sobre todo para la vida en el más allá. De ahí nuestro título: El tweet más importante de tu vida. Préstale atención, medita en él.
No quiero concluir con mis propias palabras, sino con las de Jesús mismo, con una cálida metáfora, una invitación a cenar juntos:

«He aquí yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo» (Ap. 3:20).

Jesús no fuerza la puerta; espera a que yo la abra. Si así lo hago, comienza esta relación de amor, esa fe que nos hace justos y que nos da vida para siempre.

Pablo Martínez Vila

Predicación del Culto de la Reforma, Madrid, 31 de octubre de 2015.

Copyright © 2015 - Pablo Martínez Vila

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jueves, 20 de julio de 2017

MUSICA CRISTIANA DE ADORACIÓN

AUN EN MEDIO DEL DOLOR SE PUEDE ALABAR, ADORAR AL QUE ESTÁ CON NOSOTROS EN LA PRUEBA!!

UNETE A ESTE CANTO DE ADORACIÓN


lunes, 17 de julio de 2017

Los silencios de Dios









«¿Hasta cuándo, oh Señor, clamaré y no oirás?» (Hab. 1:2)

Cuando parece innegable su pasividad moral

Ésta fue la causa de la perplejidad de Habacuc. El profeta se debate en un conflicto torturador ante la enigmática situación histórica que le tocó vivir. En su mente pugnan dos realidades aparentemente incompatibles. 

Por un lado, sabe que Dios es justo y todopoderoso y que con soberanía absoluta controla el curso de la historia. Por otro lado, ve cómo su pueblo (Judá), rebelde e inicuo, es castigado por otro pueblo mucho más reprobable, los caldeos (Hab. 1:12-17). Entiende bien que Judá sea castigada a causa de sus pecados (Hab. 1:2-4); pero ¿a manos de un poder que encarnaba lo más inhumano de la injusticia y la crueldad? A todo ello los caldeos unían una soberbia intolerable «haciendo de su fuerza su dios» (Hab. 1:11). ¿Acaso no era esto una provocación intolerable al soberano Señor de cielos y tierra? 

Y para hacer más incomprensible el curso de los acontecimientos, se destaca el hecho de que es Dios mismo quien los determina por expreso designio suyo (Hab. 1:5-6). ¿Cómo entender que el agente disciplinario que había de castigar a Judá fuera una nación horriblemente injusta, idólatra y brutal, infinitamente más pecadora que el pueblo escogido, aunque apóstata? A Habacuc no le cabe en la cabeza la idea de que un Dios santo tenga parte activa en semejante anomalía. De ahí su profunda desazón. Y su clamor, ante el que Dios calla. 

Un problema semejante se le planteó a Jeremías (Jer. 12:1). Es la cuestión que sigue turbando a muchos que observan con preocupación el curso de la historia contemporánea con sus páginas horriblemente estremecedoras.

El problema, en otro contexto y con matices distintos, sigue inquietando a muchos espíritus, desconcertados por lo que aparentemente es una incongruencia inconcebible: un Dios santo, justo, poderoso y bueno que calla inmóvil frente a graves males desencadenados por la perversidad humana. Todavía producen un estremecimiento de horror los solos nombres de Auschwitz, Hiroshima, Bosnia, Ruanda. Y ¿qué decir de la indignación que nos invade cuando vemos la suerte del mundo en manos de los poderosos, cegados por la ambición, carentes de escrúpulos, manipuladores de una globalización que hace mucho más ricos a los dirigentes de empresas multinacionales y deja en una mayor pobreza a los más desfavorecidos, que son millones?

«¿Hasta cuándo?» Dios no quiere dejar a Habacuc en la tortura de su incomprensión. Y finalmente rompe su silencio dando al profeta lecciones hondamente saludables. En primer lugar, el sufrimiento de Judá tiene un carácter justamente retributivo. Pese a que los caldeos, ejecutores del juicio divino, eran más dignos de castigo que el pueblo de Judá, Dios, en el ejercicio de su soberanía, va a usarlos como instrumento (Hab. 1:12). En segundo lugar, Dios hace saber a su siervo que el estado de cosas que le turba no va a durar siempre. 

En su momento, todo cambiará. Este cambio todavía tardará, pero -palabras de Dios- «aunque tarde, espéralo, porque sin duda vendrá... y sin retraso» (Hab. 2:3). En tercer lugar, Habacuc ha de saber que lo que debe hacer no es especular inútilmente, sino confiar y mantenerse fiel, pase lo que pase, dejándolo todo en las manos de Dios. «El justo por su fe vivirá» (Hab. 2:4). Al final todo resplandecerá con la gloria de Dios. A su debido tiempo los injustos tendrán su merecido (Hab. 2:6-20). Y el pueblo escogido será restaurado, ricamente bendecido por su Dios.


El profeta, impresionado por el mensaje recibido, ora con una súplica preciosa que todo creyente debería hacer suya (Hab. 3:2). Y la oración se convierte en visión arrobadora: la majestad de Dios y de sus obras proclaman su magnificencia y su soberanía (Hab. 3:3-16). Habacuc tiene bastante. Ya no le importa lo que pueda suceder, ni lo que de inexplicable pueda ver. Ahora descansa en Dios y aun en las circunstancias más adversas puede decir: «Con todo, yo me alegraré en Jehová; me alegraré en el Dios de mi salvación; Jehová el Señor es mi fortaleza; él me da pies como de ciervas y me hace caminar por las alturas.» (Hab. 3:18-19). Lo mismo puede decir todo creyente que, por encima de dudas y misterios de la providencia, confía plenamente en Dios.

Cuando los impíos interpretan erróneamente a Dios

Porque Dios no destruye de modo inmediato y fulminante a los malvados, muchos piensan que es indiferente a la conducta humana. No hace nada. No dice nada. Su palabra y sus actos pueden ser temibles; pero ¿quién temerá su silencio? Si pecados graves quedan impunes, ¿por qué no seguir pecando? Quienes así piensan no necesariamente son ateos declarados. Pueden, a su manera, creer en Dios con una mezcla de impiedad y religiosidad, pero su Dios es un Dios mudo. ¿Cómo reacciona ante la maldad de los hombres? ¡Calla!. Quizá está tan lejos en el cielo que no se entera de lo que acontece en la tierra. Los más inicuos pueden delinquir con frecuencia impunemente... y no pasa nada. Dios calla. Su silencio se prolonga...

Pero no siempre callará. Llegará el momento del juicio, cuando Dios dirá al impío: «Estas cosas hacías y yo he callado. ¿Pensabas que de cierto sería yo como tú? Pero te redargüiré y las pondré delante de tus ojos» (Sal. 50:21). En algunos casos el juicio de Dios es inmediato, como nos recuerda la muerte de Ananías y Safira (Hch. 5:1-11). Pero generalmente el ajuste de cuentas se reserva para el juicio final, «por cuanto (Dios) ha establecido un día en el cual va a juzgar al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, acreditándolo ante todos al haberlo levantado de los muertos» (Hch. 17:31). En aquel día quienes enmudecerán confusos y atemorizados serán los que ahora viven a su antojo conculcando las leyes del soberano Dios.

Cuando Dios aflige a su pueblo

«¿Te quedarás quieto antes estas cosas, Señor? ¿Callarás y nos afligirás sobremanera?» (Is. 64:12).

Esta patética invocación brota del corazón de un pueblo abrumado por el peso de una convicción de pecado profunda. Ese pueblo, escogido por Dios para gloriosos destinos, ha sido extraordinariamente favorecido (Is. 64:3-5): amado, protegido, bendecido para ser bendición a los restantes pueblos de la tierra. Pero, lejos de mantenerse a la altura de la vocación con que Dios lo había llamado, Israel (Judá) ha provocado el enojo de Dios con sus pecados (Is. 64:5-7), lo que le acarrea destrucción, ruina, deportación, desastre total (Is. 64:10-12). 

Toda esta aflicción era merecida. Pero ¿se prolongaría indefinidamente? ¿Acaso el pecado del pueblo era mayor que la misericordia de Dios? Una oración ferviente sube a los cielos: «No te enojes sobremanera, Señor, no tengas perpetua memoria de la iniquidad» (Is. 64:9). ¿Habrá respuesta favorable a esta súplica? Durante un tiempo todo sigue igual, lo que promueve la duda y suscita el lamento de Is. 64:12 que encabeza este apartado.

Una vez más la aparente inacción de Dios y su silencio turban la fe y nublan la esperanza. Tal es la experiencia de innumerables creyentes que se ven inmersos en aguas profundas de tribulación. Unas veces porque, como en el caso de Israel y Judá, la acción disciplinaria del Padre celestial así lo exige (Heb. 12:5-11). Otras porque la fe ha de ser probada mediante el sufrimiento (1 P. 1:6-8). En algunos casos, incluso, a causa de nuestros errores y torpezas. Pero en todos los casos se puede tener la certidumbre de que el silencio y la aparente pasividad de Dios no durarán indefinidamente. él puede permitir que pruebas de diverso tipo nos aflijan, pero no más de lo que podamos soportar (1 Co. 10:13). En el momento oportuno intervendrá para convertir la turbación en paz, el dolor en gozo, la duda en plena certidumbre de fe.

Cuando los planes de Dios están velados

«Desde el siglo he callado, he guardado silencio, me he contenido; pero ahora daré voces...» (Is. 42:14).

Esta declaración de Dios es hecha en el contexto de la relación con su pueblo, cautivo en Babilonia desde hacía largo tiempo («desde el siglo...», como si al Señor le hubiese parecido una eternidad). Los años, las décadas, han ido sucediéndose monótonamente. En el ánimo de los deportados ya no hay expectativas luminosas. Sólo hay lugar para la nostalgia (Sal. 137:1). 

El futuro aparece lóbrego, sin motivo alguno de ilusión. ¡Penoso estado! Y Dios calla. Y no hace nada... Pero a duras penas; el lenguaje antropomórfico del texto sugiere la idea de que le había costado mucho a Dios mantener esa actitud («me he contenido»). Su mutismo y su quietud le exigían un verdadero esfuerzo. Pugnaban con su misericordia infinita.

Finalmente todo va a cambiar de modo súbito, como el alumbramiento de la mujer encinta (Is. 42:14).. Babilonia cae tras un periodo calamitoso (Is. 42:15). Los judíos pueden volver a su tierra. Dios está preparando para ellos un nuevo éxodo. Todo de acuerdo con su plan de restaurar a su pueblo en el marco de salvación llevada a efecto por el Siervo de Yahvéh» (Is. 42:1-4). Pero este plan de Dios está velado a los ojos humanos. Por eso el pueblo judío sufre, confuso y dolorido, entretanto dura el silencio divino, ajeno a la gran liberación que se aproxima. Pero ha llegado el momento, y ahora sí habla Dios: «Estas cosas les haré y no los desampararé» (Is. 42:16).

Siempre actúa Dios así. Desde los acontecimientos históricos más trascendentales hasta los más insignificantes, todo está perfectamente engarzado en los designios sabios y amorosos de Dios. Todo avanza hacia una nueva era en la que resplandecerán su gloria, su sabiduría y su poder en la realización de su plan de salvación. El creyente, instruido por lo que Dios ha revelado en su Palabra, conoce esa verdad y sabe que su presente y su futuro está en las manos del Padre Eterno. 

Pese a ello, en su experiencia personal, subjetiva, la oscuridad de una situación existencial penosa extiende el velo sobre su mente. Entonces, perplejo y abatido, no ve nada más que situaciones y hechos que comprometen la perfección de Dios. Pero el soberano Señor, a pesar de sus silencios y su inmovilidad aparentes, cumplirá sus propósitos, siempre sabios y henchidos de bondad. Así su pueblo verá reconfortado mutaciones maravillosas en su situación. La derrota se trueca en victoria; la humillación, en ensalzamiento; el sufrimiento, en gozo, «las tinieblas en luz» (Is. 42:16).

¿Por qué no alegrarnos ya hoy, sea cual sea nuestra circunstancia presente, aceptando anticipadamente lo que Dios determine para nuestra vida? ¿Por qué no alabarle gozosos con la visión de la fe? Recordemos de nuevo lo dicho a Habacuc: «Aunque la visión tarde en cumplirse, se cumplirá en su tiempo; no faltará. Aunque tarde, espérala, porque sin duda -y sin retraso- vendrá.»

José M. Martínez

Copyright © 2003 - José M. Martínez

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lunes, 3 de julio de 2017

El amor sólido en una «sociedad líquida»

Construyendo un amor que apaga el divorcio

«El amor nunca deja de ser» (1 Co. 13:8)

«¿Cómo podemos alimentar nuestra relación de manera que el matrimonio funcione bien? ¿Se puede reavivar la llama del amor? ¿Qué se puede hacer para prevenir el divorcio?»
Con creciente frecuencia me piden responder a estas preguntas que surgen del corazón de muchos matrimonios como necesidad vital para sobrevivir en medio de una epidemia de relaciones rotas. Sí, se viven malos tiempos para la fidelidad y «el amor para toda la vida»

Hoy las relaciones de pareja suelen ser efímeras; la idea del amor aparece cada vez más diluida en una atmósfera de hedonismo donde la prioridad es «sentirme yo bien y ser feliz»

El divorcio -o la ruptura de una relación- se conciben como algo natural, casi tan natural como cambiar de domicilio o de trabajo cuando a uno le conviene. El pensador Z. Baumann, lúcido analista de nuestro tiempo, habla de una «sociedad líquida» donde nada permanece de forma sólida y todo cambia a capricho. Con esta idea en mente me gustaría hablar también de un «amor líquido» que va cambiando con facilidad para adaptarse al recipiente que lo contiene. Es un amor leve, frágil, superficial, tan pasajero como una emoción, tan adaptable como un líquido.

En este contexto social y moral el título de este artículo puede parecer paradójico. El énfasis hoy se pone mucho más en el amor apagado que en el amor que apaga. Ciertamente la falta de amor apaga una relación de pareja, pero también existe un amor que extingue los fuegos que surgen en toda relación. De ahí nuestro planteamiento positivo: hay un tipo de amor que actúa como antídoto contra el enfriamiento, un amor que «nunca deja de ser» (en expresión del apóstol Pablo), un amor que no caduca, el amor sólido opuesto al «amor líquido». 

Examinar, aunque sea someramente, la naturaleza de este amor que soporta bien las tormentas propias de una relación y los vaivenes de los sentimientos es el propósito de esta reflexión.

Ante todo, necesitamos aclarar un mito muy extendido y que se esgrime como argumento que legitima la separación. Entenderlo bien es el primer paso para recuperar el amor sólido.

El mito del enamoramiento perdido: «Se me ha acabado el amor»

«Ya no estoy enamorado. No siento nada por ella/él. Es para mí como un hermano/a o un amigo/a».
Detrás de esta forma de pensar se esconde un doble error conceptual, muchas veces inconsciente, que proviene del contagio de los valores fuertemente pragmáticos y hedonistas de nuestra sociedad.

El enamoramiento es mucho más que «la ilusión del principio»

El primer error consiste en reducir el enamoramiento a una mera emoción y, en especial, a la emoción original, «lo que sentía al principio de la relación». Los expertos nos enseñan que la «versión original» del enamoramiento suele durar dos o tres años, no más. Ello no significa que se ha acabado el enamoramiento; lo que ha terminado es la forma inicial, pero no la capacidad para seguir enamorado.

¿Nos legitima esta ausencia del sentimiento original para decir «ya no estoy enamorado?» Ciertamente no, por cuanto estar enamorado es mucho más que sentir la «química» de los primeros tiempos. 

La frase exacta y justa debería ser: «ya no siento como al principio». El enamoramiento de verdad es mucho más profundo y duradero que la emoción inicial. El amor romántico puede seguir muchos años, pero varía en su forma de sentirse y de manifestarse igual como el cauce de un río va variando según su curso, pero sigue siendo el mismo río. Conozco muchos matrimonios que siguen enamorados después de 30 años juntos. 

Lo que se les ha acabado no es el amor romántico ni su capacidad para seguir enamorándose de su pareja, sino la excitante sensación de novedad y de aventura que caracteriza los primeros tiempos de una relación de amor. Es la etapa juvenil de la relación, tan agradable como pasajera. 

Pretender mantener esta etapa juvenil es tan ilusorio como intentar detener el paso del tiempo y sus efectos.

El amor es mucho más que enamoramiento

El segundo error cosiste en reducir el amor solo a un sentimiento. Ello da lugar a un amor amputado. Ciertamente el amor romántico es imprescindible para que funcione una relación de pareja, pero hay otras facetas esenciales del amor que son inseparables del sentimiento. Intentar separarlas es como amputar el cuerpo del amor. 

El amor es amistad, este compañerismo y lealtad propios de dos personas que tienen un proyecto en común y que disfrutan llevándolo a término juntos. El amor es, además entrega, dar y darse, se centra en el tú y busca enriquecer, edificar, animar, en una palabra hacer feliz a quien está conmigo. Éste es el amor en su dimensión más altruista: busca el bien del otro antes que el propio y se resume en frases como «te quiero el bien» o «daría mi vida por ti». El amor es, también, cariño, esta sensación misteriosa de vinculación al otro que nos deja un vacío profundo en su ausencia.

Por ello no podemos reducir el amor a enamoramiento. Cuando alguien dice «se me ha acabado el amor porque ya no siento nada» está limitando el campo de visión y de acción del amor de una forma insostenible. ¿Por qué decimos insostenible? Un amor amputado de sus rasgos más sustanciales es un amor que no puede durar porque no tiene soportes. 

En su sentido más literal es un amor «insoportable». Parafraseando al escritor Milan Kundera, podríamos hablar de la insoportable levedad del amor solo sentimiento. El amor es ciertamente una emoción a disfrutar, pero también un trabajo a desarrollar. Veámoslo.

La sustancia del amor sólido

En contraposición al «amor líquido» que depende casi exclusivamente de los sentimientos, el amor sólido se puede comparar a un edificio. Su construcción requiere tres grandes elementos que constituyen la esencia del matrimonio:
  • Un buen cimiento: el amor es pacto.
  • Un buen crecimiento: el amor es cercanía.
  • Un buen mantenimiento: el amor es reconciliación.
Cada uno de estos aspectos se expresa, respectivamente, con un valor distintivo: la fidelidad, la intimidad y el perdón.

Un buen cimiento: el amor es pacto y se expresa con la fidelidad

Hay una roca inconmovible sobre la que se construye el edificio del amor sólido: el compromiso que nace de un pacto. Amar es mucho más que sentir. 

Amar es permanecer fiel a las promesas hechas. El amor se aferra a -y se sostiene sobre- una decisión; su estabilidad no puede depender de las emociones y sentimientos por naturaleza fluctuantes. El compromiso que arranca del pacto es el ancla que impide el naufragio del barco en la hora de la tormenta, la garantía de estabilidad en el conflicto y la crisis.

El pacto deviene la salvaguarda esencial de toda relación, pero en el matrimonio adquiere un significado especial porque el amor conyugal es un reflejo del amor perfecto que Dios tiene por el ser humano. A ojos de Dios el pacto del matrimonio es un pacto con mayúsculas, no un acuerdo simple entre dos personas que se puede rescindir a la ligera. 

El pacto siempre es caro en la doble acepción de la palabra: caro porque cuesta, requiere esfuerzo y dedicación; pero también es caro porque es «querido». Para Dios el pacto matrimonial es tan especial que romperlo llena «su altar de lágrimas, de llanto y de clamor» (Mal. 2:13).

El cumplimiento del pacto -la fidelidad- es uno de los valores más caros-queridos porque es un reflejo precioso del carácter divino. Dios es fiel. El pacto barato, por el contrario, lleva a un compromiso pobre, a una relación frágil y, eventualmente, a una ruptura fácil de la relación.

Un buen crecimiento: 

el amor es cercanía y se expresa con la intimidad

Una vez puesto el cimiento, el edificio debe crecer. La construcción del amor sólido requiere un material muy sensible: la intimidad. La intimidad le es a la pareja lo que el oxígeno a los pulmones. 

La intimidad es cercanía en todos los aspectos, es global. Busca acercarse y entrar dentro del otro en el sentido emocional tanto como en el físico. «Ser una sola carne» no es un asunto sólo de la sexualidad, sino de la empatía, es el deseo de penetrar en el interior del alma del amado y conseguir un verdadero encuentro entre dos personas, no sólo entre dos cuerpos. De hecho, la intimidad física funciona mucho mejor cuando se acompaña de esta «penetración» emocional.

La intimidad excluye las vidas paralelas –el vivir juntos, pero aparte-, la intimidad busca conocer y comprender al tú, no pretende cambiar al otro sino aceptar, entiende la diferencia como un tesoro que enriquece, no como un obstáculo que separa. La intimidad disfruta con la comunicación y la cultiva en sus diferentes facetas. La ausencia de esta intimidad global es una de las causas más frecuentes de enfriamiento del amor y puede llevar a la ruptura de la relación.

Esta cercanía, sin embargo, no viene sola, de forma automática; requiere trabajo. Sí, el amor sólido es trabajo. No debe sorprender esta idea cuando estamos describiendo el amor en términos de construcción. 

Hay que trabajar cada día en este camino a la cercanía porque nuestra tendencia natural es a encerrarnos en el «yo» y descuidar al «tú». La dejadez en el cultivo de la intimidad genera una sensación de rutina y de aburrimiento en la relación que suele ser el primer paso para enfriar el amor. Por el contrario, la búsqueda activa de nuevas formas de intimidad global es una aventura apasionante que mantiene a la pareja con una ilusión viva.

Un buen mantenimiento: el amor es reconciliación y se expresa con el perdón

Todo edificio debe tener un mantenimiento adecuado. Las obras de restauración permiten arreglar grietas y desperfectos cuando surgen. Lo mismo con el edificio del amor: es imprescindible tratar de forma adecuada el conflicto de manera que lleve a la reconciliación lo antes posible.

Los conflictos son normales en toda relación. De hecho, lejos de ser una señal de alarma, el conflicto puede expresar vida. Cuando dos personas no discuten nunca, quizás están tan lejos la una de la otra que no pueden chocar. Lo malo no es enfadarse, sino permanecer enfadados. De hecho, la salud de un matrimonio no se mide por lo mucho o lo poco que se pelean los cónyuges, sino por el tiempo que tardan en hacer las paces. La prontitud en la reconciliación es un síntoma de madurez en la relación. «No se ponga el sol sobre vuestro enojo» (Ef. 4:26) advertía sabiamente el apóstol, es decir, no os acostéis sin haber hecho la paz.

¿Por qué es tan importante reconciliarse pronto? El enojo tiene unos efectos tóxicos que se agravan con el tiempo. Primero, se transforma en rencor; y mientras el enojo es un simple sentimiento, una reacción, el rencor es ya un resentimiento, se ha convertido en una actitud. 

A su vez, el rencor prolongado dará lugar a la amargura que es un estado de ánimo, es decir afecta el alma y tiene un potencial destructor enorme tanto sobre la relación como sobre la propia persona amargada. Por esta razón es tan importante apagar el conflicto cuanto antes.

El perdón es el bálsamo que nos permite transformar una herida en cicatriz. Como dijo alguien, «perdonar es la mejor manera de librarte de tus enemigos». No es fácil perdonar, pero es imprescindible para el mantenimiento de la relación. Hay que perdonar tantas veces como haga falta. Al perdonar le estamos imprimiendo al matrimonio un sello de calidad superior, el sello divino, porque «errar es humano, perdonar es divino» como decían los antiguos romanos.

Ello nos lleva de forma natural a nuestra conclusión.

Conclusión: Dios, el arquitecto por excelencia

«Yo buscaba sanidad, pero descubrí que, además, necesitaba santidad», me compartió agradecida una mujer después de un tiempo de consejería matrimonial. Esta frase, y en especial la palabra «además», vienen a resumir de forma certera el secreto último del amor sólido.

Hasta aquí nos hemos referido a los aspectos que aportan salud y sanidad al matrimonio. ¿Es suficiente con ello? No, no lo es porque la sanidad debe ir acompañada de santidad. Sanidad y santidad van juntas y se potencian, tal como nos enseña repetidas veces la Palabra de Dios.

La paz es inseparable de la verdad: «He aquí yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré y les revelaré abundancia de paz y de verdad» (Jer. 33:6). En último término, la fuente del amor sólido sólo se encuentra en Dios. Por ello, el salmista nos recuerda: «Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los constructores» (Sal. 127:1).

Hay una dimensión en el edificio del amor que no puede aportar ni la psicología, ni la medicina, ni ninguna ciencia humana por cuanto es sobrenatural. Nos referimos a la gracia del arquitecto supremo, Dios. Esta gracia nos hace fuertes en la debilidad y nos da la esperanza cierta de que no estamos luchando sólo con nuestras fuerzas, sino con los recursos divinos.
  • El Dios del pacto es quien nos capacita para la fidelidad;
  • el Dios que se acercó a nosotros en Cristo es quien nos capacita para la intimidad;
  • el Dios que no escatimó esfuerzos para la reconciliación es quien nos capacita para el perdón.
Sí, hay un amor que apaga cualquier amago de divorcio o ruptura. Es el amor maduro que cumple el pacto con fidelidad, que cultiva la intimidad global y que está dispuesto a perdonar siempre que haga falta. Es un amor tan sólido que «nunca deja de ser».


Pablo Martínez Vila


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sábado, 1 de julio de 2017

¡Voz audible!

La Palabra de Dios es la voz audible de Dios para todo aquel que quiere estar en comunión y en obediencia a Él.
Les animamos, este día y siempre, a permanecer fieles a los principios de Dios, aún en medio de este mundo tan convulsionado.
¡Dios les bendiga!
                                                          Grupo Twice