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miércoles, 20 de agosto de 2025

Cómo conocer y hacer la voluntad de Dios


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Cómo conocer y hacer la voluntad de Dios

Mucho se ha especulado sobre el tema. Y muchos creyentes se hacen la pregunta que encabeza el presente artículo. Esa curiosidad, por lo general, es sana, pues en el servicio cristiano la aprobación o la desaprobación por parte de Dios depende del conocimiento y cumplimiento de su voluntad (Lc. 12:47-48). Para el Señor Jesucristo la sumisión a la voluntad del Padre era tan vital como el alimento para el cuerpo (Jn. 4:3234Jn. 5:30). Y algunos ejemplos bíblicos nos muestran que nada puede sustituir la aceptación de tal voluntad. El rey Saúl había recibido de Dios órdenes muy claras acerca del botín dejado por los amalecitas; pero él creyó que sería mejor apropiarse de éste a cambio del sacrificio de vacas y ovejas en honor de Jehová. ¿Y qué le dice el Señor? ¿Acaso se complace Jehová tanto en holocaustos y sacrificios como en la obediencia a las apalabras de Jehová? Mejor es obedecer que sacrificar (1 Sa. 15:1-23 RVR1995). Cuando la voluntad de Dios llega clara a nuestro conocimiento, todo intento de sustituirla por criterios humanos aparentemente más acertados es insensatez y rebeldía cuyas consecuencias habremos de deplorar el resto de nuestros días.

La voluntad de Dios en las cuestiones dudosas de la vida

No siempre encontramos en la Biblia respuesta a nuestras preguntas. Damos algunos ejemplos (podrían citarse muchos más):

  • Se me presenta la oportunidad de obtener un nuevo empleo. ¿Debo aceptarlo o no?
  • Hay una persona que me atrae poderosamente. Ambos estamos recíprocamente enamorados. ¿Es voluntad de Dios que me case con ella?
  • La relación con mis padres se ha hecho tensa, prácticamente insoportable. ¿Debo abandonar la casa paterna y vivir mi propia vida?
  • Una situación análoga vivo en la iglesia. ¿Debo buscar otra en la que me incorpore como miembro?
  • ¿Quiere el Señor que me prepare para servirle mejor en alguna forma de servicio cristiano?
  • En el círculo de mis relaciones hay una persona con la cual congenio, pero no es cristiana. ¿Qué es aconsejable en tal caso?
  • Me urge comprar un piso. ¿He de solicitar una hipoteca al banco?
  • etc. etc. etc.

Principios generales para conocer la voluntad de Dios

En primer lugar hemos de entender que no hay camino seguro al conocimiento de la voluntad divina cuando nuestra consulta admite dudas. La respuesta puede variar según multitud de factores y circunstancias. Nos gustaría que Dios nos enviase un ángel que nos indicara la decisión a tomar. O, al menos, que nos fueran dadas una tablillas al estilo del antiguo Urim y Tumim del sacerdote israelita en las que aparecía el oráculo de Dios. La consulta sobre la voluntad del Señor en una cuestión determinada no es hoy en día algo que pueda resolverse mediante un talismán, sino por medio de una percepción espiritual y una sensibilidad debidamente desarrolladas. A modo de guía, sugerimos las siguientes pautas:

1. Renuncia a todo prejuicio y a todo intento de justificar lo que a nosotros nos gustaría que fuese la voluntad divina. De lo contrario, cualquier respuesta que no se ajuste a nuestro deseo fácilmente será rechazada con razonamientos fruto del autoengaño. Hemos de ir a Dios con mente y oídos abiertos a su voz, sea cual sea su respuesta.

2. Oración sincera para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él; que él alumbre los ojos de vuestro entendimiento para que sepáis cuál es la esperanza de la vocación a que él os ha llamado (Ef. 1:17-18), que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual. Así podréis andar como es digno del Señor, agradándole en todo (Col. 1:9-10 RVR1995).

3. Consideración del tema a la luz de la Biblia. En algunos casos la enseñanza de la Escritura es suficientemente clara y nos indica si debemos o no tomar la decisión que nos planteamos. En otros, puede suceder que no hallemos un texto suficientemente claro para decidir la resolución que debemos tomar. Sin embargo, la enseñanza global de la Escritura y el espíritu de la misma siempre contienen luz que nos ayuda a tomar nuestras decisiones. Esa luz será tanto más clara y útil cuanto más ampliamente conozcamos la globalidad de las Escrituras. No podemos fiarnos demasiado de lo que nos dice un solo versículo. Es poco fiable la práctica de abrir al azar la Biblia después de haber orado pidiendo a Dios que nos dé como mensaje suyo el primer versículo que aparezca a nuestros ojos. La experiencia de Agustín de Hipona no debe tomarse como ejemplo a seguir. Él mismo, en sus Confesiones, da testimonio de lo que aconteció. Cuando se debatía en una gran crisis moral, torturado por su conciencia de pecado, oyó una voz misteriosa que decía: “Toma y lee”. En aquel momento no tenía a mano en su estancia más libro que un ejemplar del Nuevo Testamento. Lo tomó y lo abrió al azar. Sus ojos se fijaron en el texto de Romanos 13:12-14, que fue determinante de su conversión.

Pero no siempre ese modo de buscar la voluntad de Dios tiene efectos tan positivos. La experiencia de Agustín debería contrastarse con la de aquel creyente que, torturado por un problema, trató de encontrar la voluntad de Dios abriendo -como Agustín- al azar el Nuevo Testamento. El texto sobre el cual se fijaron sus ojos fue el referido al suicidio de Judas (Mt. 27:5). Pensando que algo no había funcionado bien, aquel hombre piadoso repitió la prueba. Esta vez le salió el texto Ve y haz tú lo mismo (Lc. 10:37). Insatisfecho, y desechando esta respuesta por inapropiada, probó una vez más. El texto que leyó en el tercer intento fue: Lo que vas a hacer, hazlo pronto (Jn. 13:27).

La experiencia ha mostrado que en la mayoría de los casos el texto salido al azar nos dirá muy poco o nada que pueda considerarse una respuesta fiable.

En cualquier caso es importante asegurarnos de que no distorsionamos la orientación bíblica con una interpretación de su mensaje sesgada por nuestras ideas preconcebidas.

4. Demanda de consejo a persona capacitada para aconsejar con sabiduría y criterio espiritual reconocidos. El que obedece al consejo es sabio (Pr. 12:15). Importantes decisiones de algunos personajes bíblicos se debieron a la intervención de sabios consejeros. Como botón de muestra, recordemos a David en su hora de furor incontenible por la rudeza hiriente de Nabal. La decisión de David era dar muerte a aquel hombre. ¿Era esto la voluntad de Dios? Pronto se vio que no. El sabio consejo de Abigail, esposa de Nabal, fue seguido por David, y lo que pudo haber sido un episodio trágico se convirtió en un ejemplo de sensatez; y el dominio propio, principio de una experiencia apacible y romántica (1 Sa. 25).

5. Orientación mediante las circunstancias. Éstas en muchos casos pueden ser valiosamente orientativas; pero también se prestan a ser mal interpretadas. En el curso de su Providencia, Dios puede disponer las cosas de modo que nos libre de decisiones equivocadas; o, por el contrario, introducir una circunstancia que aparentemente facilite la decisión correcta. Sin embargo, no siempre las circunstancias son guía infalible. En algunos casos pueden ser engañosas y llevarnos a resoluciones que no corresponden a la voluntad de Dios. Esta posibilidad ha de llevarnos a analizar la situación con cautela, dando un grado de fiabilidad superior a los medios anteriormente señalados. No siempre circunstancias favorables para tomar una decisión indican que nos guían a la voluntad de Dios. A veces aun el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz (2 Co. 11:14). El auge espiritual de la iglesia de Antioquía en días de Bernabé y Pablo era una circunstancia que podía conducir a la iglesia a retener en su seno a aquellos dos hombres extraordinarios; así seguirían beneficiándose de su magnífico ministerio. Parecía un criterio muy juicioso; pero no entraba en los planes del Señor, cuya voluntad era diametralmente opuesta. La circunstancia que se daba en Antioquía no tenía por objeto retener a los dos grandes misioneros, sino prepararlos para emprender la gran obra de su vida; de ella se beneficiaría no sólo la iglesia antioquena, sino todas las iglesias que iban surgiendo y de las iglesias de todos los tiempos hasta nuestros días. Una circunstancia determinada puede ayudarnos a entender si apunta a la voluntad de Dios, siempre que coincida con los parámetros ya señalados.

6. La voz interior. Muchos creyentes sostienen que Dios les habla de modo especial, indicándoles lo que deben pensar y hacer. Frecuentemente se les oye decir: “El Señor me ha dicho”. Sin embargo, este elemento en la búsqueda de la voluntad divina es el más dudable. Puede esa voz proceder del Espíritu de Dios, como en el caso del joven Samuel (1 Sa. 3). Y no cabe duda que el Señor puede guiar nuestro pensamiento y “hablarnos” de modo que lo que pensamos y después decidimos es conforme a los planes que él tiene para nuestra vida. No obstante, en muchos otros casos la voz interior no procede de Dios, sino del interior del propio creyente. Tal fue el caso de los falsos profetas en Israel (Jer. 14:14). Por eso lo que atribuimos a Dios creyendo que es revelación suya para guiarnos no pasa de ser una pretensión injustificada. De todos los caminos para llegar a conocer la voluntad de Dios, éste es el menos garantizado, por ser el más expuesto a error. Ello hace necesaria una gran sensibilidad espiritual y un conocimiento sólido de las Escrituras. Lo que hemos dicho bajo el epígrafe anterior, es válido para lo que aquí acabamos de señalar.

A menudo ninguno de los caminos a seguir para conocer la voluntad de Dios es suficiente por sí solo. Conviene complementarlo con los medios expuestos a lo largo de este artículo.

Dos observaciones importantes

1. No debemos esperar una respuesta sobrenatural del Señor cuando le pedimos que nos revele su voluntad. Es más lógico, y más bíblico, ejercitar las facultades intelectuales que él nos ha dado para discernir lo mejor a la luz de su Palabra.

2. Por atinada que sea nuestra búsqueda de la voluntad de Dios, a menos que ésta la hallemos muy claramente expuesta en la Biblia, siempre habremos de adoptar nuestras conclusiones con reservas. Nunca podremos decir o pensar con carácter absoluto: “Ésto es el plan de Dios para mi vida”. Por lo general, siempre quedará la sombra de la duda. Lo máximo que puedo decir es: “Creo que, a través de mis reflexiones, limitadas pero honestas, Dios me guía a tomar tal o cual decisión. Si me equivoco, que él me perdone y en su misericordia me haga conocer mejor lo que quiere de mí y para mí”. De una cosa podemos estar seguros: Por el Señor son ordenados los pasos del hombre y él aprueba su camino. Cuando el hombre caiga, no quedará postrado, porque el Señor sostiene su mano (Sal. 37:23-24).

Añadamos sinceramente algo más:

  • Una declaración sincera: Hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado (Sal. 40:8).
  • Una súplica: Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán (Sal. 43:3).
  • Y una entrega renovada: Heme aquí, oh Dios, vengo para hacer tu voluntad (Heb. 10:9).

José M. Martínez

pensamientocristiano.com

Usado con permiso de su autor.

Copyright © 2007 - José M. Martínez

lunes, 7 de noviembre de 2022

La obra transformadora del Espíritu Santo en la vida personal (I)

 


La obra transformadora del Espíritu Santo en la vida personal (I)

“Dios se hizo hombre... no simplemente para producir mejores hombres de la vieja clase, sino para producir una nueva clase de hombre.” (C.S. Lewis)(1)

Convertirse en una nueva persona es el deseo profundo de muchos. A menudo oímos frases como “Ojalá pudiera empezar mi vida de nuevo”, o “cuánto me gustaría ser una persona diferente”. ¿Es esto posible? La respuesta es “sí”. La transformación está en el corazón mismo del Evangelio. Volver a empezar (un nuevo nacimiento) y ser transformados a la semejanza de Jesús (la santificación) son elementos esenciales de la vivencia cristiana.

Estamos ante una realidad apasionante y una gran bendición. Ser transformado por el Espíritu Santo constituye el meollo del discipulado y se convierte, además, en poderosa herramienta de testimonio. Magnífico... pero necesitamos abordar este tema con mucha sabiduría y, sobre todo, a la luz de las Escrituras. Como nos recuerda John Stott: “nunca debemos divorciar lo que Dios ha casado, es decir, su Palabra y su Espíritu. La Palabra de Dios es la espada del Espíritu. El Espíritu sin la Palabra no tiene armas, la Palabra sin el Espíritu no tiene poder”(2).

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Co. 5:17). Esta memorable afirmación de Pablo es a la vez punto de partida y resumen magnífico de nuestro tema. No podemos, sin embargo, interpretar este versículo caprichosamente. Si no lo entendemos bien puede causar más frustración que inspiración, más confusión que estímulo.

Algunos cristianos piensan que con el nuevo nacimiento pueden empezar de cero en todas las áreas de su vida. Les gustaría que el Espíritu Santo los cambiara de forma total e instantánea, borrando todo lo que no les gusta, ya sea en su temperamento, su personalidad o los recuerdos del pasado. ¡Esperan nacer de nuevo en un sentido casi literal! Por tanto debemos ser cuidadosos al adentrarnos en el tema.

Dios no nos promete eliminar un pasado doloroso o las limitaciones impuestas por nuestro temperamento y personalidad aquí en la tierra. El trabajo del Espíritu Santo dentro de nosotros no es destruir nuestro pasado sino construir nuestro presente y nuestro futuro, capacitarnos para vivir una nueva vida, la vida abundante de Jesús (Jn. 10:10). En este sentido, la paciente transformación del Consolador divino va mucho más allá de cualquier técnica o recurso humano porque no es algo natural, es sobrenatural. “La santificación sin la intervención de Dios es inimaginable. Con toda razón decía Pascal: Para hacer de un hombre un santo es absolutamente necesario que actúe la gracia de Dios, y quien duda de ello no sabe qué es un hombre ni qué es un santo”(3).

Tres preguntas nos guiarán para entender esta obra transformadora del Espíritu. En cada una de ellas veremos, a su vez, nuestra parte de responsabilidad en el proceso.

  • ¿Qué y para qué? La naturaleza y el propósito de la transformación. La necesidad de ser guiados por el Espíritu.
  • ¿Cómo y cómo puedo verlo? La dinámica y la evidencia de la transformación. La necesidad de permanecer en Cristo.
  • ¿Hasta dónde? Los límites y las frustraciones de la transformación. La necesidad de aprender aceptación.

Consideraremos también un obstáculo que dificulta nuestro progreso en el camino: “el espíritu de la época”, el molde social y cultural que se opone a la obra del Espíritu de Dios.

I - La naturaleza de la transformación: una metamorfosis divina

Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Co. 3:18).

Nuestra primera pregunta, ¿para qué?, nos lleva a ver la naturaleza y el propósito de la transformación.

Cuando era niño me fascinaba la asombrosa transformación del gusano de seda en mariposa después de un tiempo escondido en el capullo. Había algo de misterioso y emocionante para la mente de un niño de 7-8 años en este increíble cambio. Cada invierno me ocupaba de los gusanos para luego ver con entusiasmo emerger la mariposa. A esta temprana edad aprendí mi primera lección de teología. Recuerdo a mi padre explicándome cómo este cambio se llamaba metamorfosis y que la misma palabra se usaba para otro cambio aún más fascinante: el cambio que el Señor Jesús hace en nosotros preparándonos para que un día en el cielo podamos estar con Él(4). Nunca olvidé la ilustración y desde entonces he recordado el significado y la meta de la transformación iniciada por Jesucristo y realizada por el Espíritu Santo.

¿Cómo se opera esta metamorfosis? Cuando nacemos del Espíritu recibimos la naturaleza de Dios (Jn. 1:13Jn. 3:6), somos participantes de la naturaleza divina (2 Pe. 1:4). Es como recibir el código moral y espiritual de Dios, “el ADN divino”. Esta naturaleza, sin embargo, “no significa que el creyente recibe una porción de divinidad, que es un poco Dios –idea platónica o gnóstica más que cristiana-, sino en el sentido de que participa de su santidad”(5). El Espíritu Santo no nos hace pequeños dioses, sino grandes imitadores de Dios y de Cristo (Ef. 5:11 Co. 11:1).

En esta transformación hay un elemento de misterio que trasciende nuestro razonamiento humano. Sabemos qué ocurre, pero ignoramos mucho del cómo ocurre tal como Jesús mismo le declaró a Nicodemo (Jn. 3:8). Wayne Grudem escribe: “La naturaleza exacta de la regeneración es un misterio para nosotros. Sabemos lo que sucede -el resultado- pero no cómo sucede ni qué hace Dios exactamente para darnos la nueva vida espiritual”(6).

Esta nueva naturaleza viene a ser como una semilla o un embrión que va creciendo hasta su pleno desarrollo. Es un proceso muy similar al crecimiento de un niño de modo que el propio Pablo usa esta metáfora: Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros (Gá. 4:19). Es un crecimiento hacia la madurez. De hecho, la palabra “maduro”, o “perfecto” -téleios- aparece numerosas veces en este contexto de transformación. Pero, ¿de qué tipo de madurez hablamos?

La respuesta a esta pregunta nos aclara el propósito del crecimiento: Somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. El objetivo de nuestra transformación es ser más y más como Cristo cada día. La transformación es, en esencia, la formación del carácter de Cristo en nosotros. Somos llamados a ser como espejos que reflejan “la imagen de Cristo”.

Un ejemplo notable de este poder transformador lo vemos en el apóstol Pablo quien pasó de ser un perseguidor a ser perseguido. También los apóstoles fueron transformados de forma tan sorprendente después de Pentecostés que la gente se maravillaba y les reconocían que habían estado con Jesús (Hch. 4:13). La misma influencia transformadora ha continuado a lo largo de los siglos cambiando a millones de personas.

Esta transformación personal tiene, además, implicaciones comunitarias. Es un cambio individual, pero no individualista, va más allá de la esfera personal para influir en toda la sociedad. Por citar solo un ejemplo: el impacto social de la obra del Ejército de Salvación entre los marginados en Londres en el siglo XIX fue tan grande que Spurgeon afirmó: “Si el Ejército de Salvación desapareciera de las calles de Londres, cinco mil policías no serían suficientes para reemplazar su vacío en la prevención del crimen y la delincuencia”(7). Cientos de vidas fueron rescatadas del lodo de la marginación y cambiadas a la imagen del Señor Jesús.

Estamos, por tanto, ante una gran bendición, un enorme privilegio: “Sí, el mayor regalo que el cristiano ha recibido, recibirá o podría recibir es el Espíritu de Dios mismo”(8).

¿Y qué se espera de nosotros? ¿Qué hemos de poner de nuestra parte? La voluntad, el deseo genuino, de ser guiados por el Espíritu, «vivir (andar) por el Espíritu» (Ro. 8:14Gá. 5:161825). Como un velero despliega sus velas para ser llevado por el viento, así nosotros necesitamos dejarnos guiar por el viento del Espíritu.

II - Las evidencias de la transformación: un cambio en tres niveles

Nuestra segunda pregunta es ¿cómo? y ¿cómo puedo verlo?

¿Cómo? La dinámica de la transformación

La obra transformadora del Espíritu Santo es un proceso que ocurre en tres niveles:

  • Ser una nueva persona: Recibimos una nueva identidad expresada en un nuevo carácter (Gá. 5:22-23).
  • Ver desde una perspectiva diferente: Recibimos una nueva mente expresada en un nuevo propósito de vida.
  • Vivir una nueva vida: Tenemos una nueva ética expresada en un nuevo comportamiento. Creencia y vivencia son inseparables.

Ser, ver y vivir como Jesús se convierte en el núcleo y la meta de la obra transformadora del Espíritu Santo.

¿Cómo puedo verlo? Las evidencias de la transformación

Esta triple transformación se manifiesta de muchas maneras prácticas. Podemos resumir en dos las evidencias visibles de la santificación:

Recibimos un “nuevo corazón”: un cambio radical e integral. Algunos de estos cambios son inmediatos y totales, otros son progresivos y parciales, pero todos son radicales. Radicales en el sentido original de la palabra, es decir, llegan hasta las raíces de nuestra persona, afectan a cada “habitación” de nuestra vida. Se opera una transformación existencial, emocional y moral.

C.S. Lewis lo expresó de esta manera: “El hombre regenerado es totalmente diferente del no regenerado, ya que la vida regenerada, el Cristo que se forma en él, transforma toda su persona: su espíritu, alma y cuerpo”(9). Sin duda Lewis tenía en mente las palabras de Pablo: Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Ts. 5:23).

Ya en el Antiguo Testamento Dios mismo explica este cambio con una hermosa metáfora: Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Ez. 36:26-27). Los nuevos nombres dados a Abraham, Jacob, Mateo, Pedro o Saulo, entre otros, simbolizan esta nueva persona resultante de su encuentro personal con Dios.

Recibimos ojos nuevosla mente de Cristo. A medida que el Espíritu Santo nos va cambiando somos capaces de mirar todas las cosas (y a todas las personas, incluidos nosotros mismos) con ojos nuevos porque las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.

Esta nueva mirada es posible porque tenemos la mente de Cristo (1 Co. 2:16). La palabra mente aquí (nóos) no significa tanto pensar como percibir. Es una nueva percepción, una mirada nueva con ojos distintos. Cambia toda la perspectiva de la vida, nuestra cosmovisión. Pasamos a tener actitudes diferentes, nuevas prioridades, una nueva escala de valores, nuevas relaciones, una perspectiva de futuro llena de esperanza... todo se ve de forma diferente. El apóstol Pablo lo resume de forma muy precisa: andamos en novedad de vida (Ro. 6:4 RVR1977)(10).

¿Qué se espera de nosotros aquí? Necesitamos permanecer en Cristo. Estar en Cristo es la única condición (Jn. 15:4-5). Para ello contamos con dos grandes recursos que son la esencia de nuestro alimento espiritual:

  • La oración que nos permite cultivar la presencia de Dios.
  • Las Escrituras que nos permiten nutrirnos de la Palabra de Dios.

                                                 Pablo Martínez Vila

                                            pensamientocristiano.com

                                        (Usado con permiso de su autor)

                                                    Copyright © Pablo Martínez Vila

                                     

martes, 2 de noviembre de 2021

domingo, 25 de julio de 2021

"Una Montaña"

Cante con nosotros y anímese a cruzar,
  que aunque el camino sea muy incierto
 vamos de la mano de nuestro Señor Jesús.



   VOCAL GRACE

Una vida plena de paz:Victoria sobre la ansiedad (II)


Una vida plena de paz: victoria sobre la ansiedad (II)

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En la primera parte de este artículo consideramos los tres primeros pasos en el camino que lleva a la paz: su puerta de entrada, el gozo; su expresión visible, la gentileza, y su enemigo principal, el estar afanoso. Veremos ahora cómo nuestro texto base de Filipenses 4:4-9 alcanza el clímax con las dos estaciones finales y nos lleva a una paz que sobrepasa todo entendimiento.

4. La oración vence a la ansiedad

Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración... (Fil. 4:6).

Pablo vuelve a una exhortación positiva. Prosigue para presentarnos el antídoto contra la ansiedad existencial. La oración surge en el texto como agua que nos refresca en el camino.

Pablo, de nuevo, es realista y nos ayuda a tocar de pies al suelo. Lo ideal es no estar afanoso por nada, pero como esto es imposible, cuando algo turbe tu corazón, llévalo al Señor en oración, sean conocidas tus peticiones delante de Dios, en toda oración y ruego. Si nuestra gentileza ha de ser conocida por los hombres, nuestras preocupaciones y cargas han de ser conocidas por Dios (el verbo usado es el mismo).

Todo motivo de preocupación debe convertirse en motivo de oración. Estamos aquí ante un ejercicio espiritual decisivo en nuestro progreso hacia la paz. Es parecido a una traducción. ¿Qué motivos de preocupación -peticiones- tienes en tu vida hoy? Identifícalos y haz una traducción: conviértelos en motivos de oración. Así el lenguaje de la preocupación será sustituido por el lenguaje de la confianza.

No debería existir en nuestro diario devocional un apartado como “motivos de preocupación”. Anula este epígrafe y sustitúyelo por “motivos de oración”. Transforma tus preocupaciones en oraciones. Es uno de los ejercicios más terapéuticos que existen, espiritual y emocionalmente.

De nuevo llama la atención la contundencia de Pablo: en toda oración y ruego. Hasta nueve veces aparecen en el texto las expresiones absolutas “todo” o “nada”. Es muy significativo que la Palabra de Dios al referirse a la paz y la ansiedad usa términos absolutos. Por ejemplo, tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera (Is. 26:3); Echando toda vuestra ansiedad sobre Él... (1 P. 5:7). En los asuntos de confianza y de paz el creyente no puede conformarse con medias tintas, ha de aspirar a lo máximo: todo y completo.

La oración le es a la ansiedad lo que el agua al fuego: la extingue y genera paz. Ello ocurre porque la oración nos sitúa en la presencia misma de Dios, fuente de toda paz y descanso: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso (Éx. 33:14).

5. El pensamiento bueno, higiene de la mente

Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad (Fil. 4:8).

El último paso en el camino a la paz consiste en pensar lo bueno. Hay una correlación lógica en el texto. El ejercicio de oración y “traducción” considerado lleva de forma natural a una forma de pensar específica. Durante la oración, el Espíritu Santo realiza en nosotros una higiene de los pensamientos, algo así como una toilette moral. Es un paso importante porque mis pensamientos pueden ser una piedra en el camino o un estímulo hacia la paz.

Si comparamos nuestra vida con una pintura, los pensamientos vienen a ser el color que le ponemos. Podemos pintar nuestra vida con colores oscuros o bien con tonos vivos y luminosos. Veamos primero los oscuros:

  • La hipercrítica. Hay personas que van por la vida con ojos de auditor, buscando siempre lo que está mal y el defecto a corregir. Spurgeon recomendaba a sus alumnos ir a la iglesia el domingo con un oído y un ojo tapados; así iban a ver y oír sólo la mitad! Algunos creyentes hacen exactamente lo contrario; en lugar de taparse el oído y el ojo, se ponen una lupa para inspeccionar y así poder criticar más. La actitud hipercrítica colorea de negro nuestra vida. El “síndrome del auditor” es una piedra en el camino a la paz. El gran auditor es Dios. No nos corresponde a nosotros juzgar.
  • La murmuración. Murmurar, en el original hebreo, quiere decir “hablar lepra”. Cuando yo estoy murmurando, estoy “contagiando lepra”. El Señor Jesús mismo nos advierte que se puede matar con la palabra (Mt. 5:21-22). La palabra que difama, la palabra que injuria o calumnia, o simplemente la palabra que no edifica es otro obstáculo para la paz.
  • La queja permanente. Es muy duro vivir con una persona que se está quejando siempre. Como gotera que erosiona la piedra, acaba con la resistencia del más fuerte. La queja crónica suele acabar en amargura y destruye la vida propia y la de los que están a su alrededor.
  • La autocompasión. Suele ser “hija” de la queja, su consecuencia más frecuente. ¡Qué desgraciado soy! ¡Mira qué bien les va la vida a los demás! ¡Yo recibo todos los golpes, todo lo malo va para mí!

Todos estos tonos negros apagan el gozo y paralizan el camino hacia la paz. Éste fue el gran problema del pueblo de Israel: coloreó la travesía del desierto con pensamientos y actitudes negativas que retrasaron mucho su llegada a la Tierra Prometida.

Si queremos brillar como estrellas en el mundo hemos de seguir las pisadas de Aquel que es la luz del mundo. En esto pensad. Pablo nos menciona ocho cualidades morales que llenan de luz nuestra vida. Enfatizamos la palabra moralesPensar lo bueno es más que el “pensamiento positivo” de la psicología moderna. Éste afecta solamente a la mente. El pensamiento bueno del que habla la Escritura es el pensamiento recto y correcto. Llega al corazón. Hay una clara connotación moral en las cualidades mencionadas por Pablo.

El beneficio del pensamiento positivo es, sobre todo, emocional; el beneficio del pensamiento bueno es emocional y, además, ético. Afecta mi conducta, mi forma de vivir tanto como mis emociones. En una sociedad hedonista es importante recordar que la prioridad no es sentirse bien, sino hacer lo recto; vivir felices es inseparable de vivir rectamente. El autor de Hebreos nos lo recuerda certeramente: la paz y la santidad van juntas (Heb. 12:14).

La paz de Dios, final del camino

Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Fil. 4:7).

Incrustada como una perla en medio del texto aparece la meta anhelada, el final del camino: la paz. Veamos para concluir los aspectos más destacados de esta paz.

Su origen divino

Sobrepasa todo entendimiento.

La paz viene de Dios, es sobrenatural. Humanamente es imposible conseguirla. La mente humana no la puede producir porque va más allá de la capacidad de nuestro pensamiento finito. Es en este sentido que sobrepasa todo entendimiento. Por ello la paz de Cristo no puede surgir de una técnica mental sino sólo de la relación personal con Él.

En esta relación Dios ha provisto dos recursos para que su paz fluya hasta nosotros:

  • Una posición: estar en Cristo.
  • Una acción: la obra del Espíritu santo.

La gracia de Cristo nos da acceso a esta posición (Ro. 5:1) y la obra del Espíritu Santo produce paz como parte de su fruto. “Gracia y paz” es mucho más que un saludo protocolario al comienzo de las epístolas, es el resumen de todo el Evangelio; ahí está el corazón de Dios volcado para hacer la paz y “reconciliar consigo al mundo”.

Así pues la fuente de nuestra paz no está en lo que nos ocurre a nosotros hoy –nuestras circunstancias- sino en lo que ocurrió un día en la historia, la victoria de Cristo en la cruz, y lo que ocurrirá en el futuro con su segunda venida. La resurrección y la parousía (el retorno de Cristo) enmarcan nuestra paz y nuestra esperanza. Es muy significativo que las primeras palabras del Jesús resucitado al grupo de sus discípulos fueron Paz a vosotros (Jn. 20:19).

Ello nos obliga a poner la mirada en el cielo y no en el suelo. La paz de Cristo, requiere una visión adecuada, como los pastores que al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo (Mt. 2:10). Es la visión de la fe que pone la mira (la mente) en las cosas de arriba, no en las cosas de la tierra (Col. 3:2).

Su propósito

...guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Como decíamos al principio, la paz de Dios no excluye el sentirse bien -el lago tranquilo- pero éste no es su propósito principal. La meta no es la tranquilidad sino la seguridadOs guardará en Cristo Jesús. Guardar nuestra posición en Cristo es más importante y trascendental que sentir una emoción pasajera.

El verbo usado por Pablo aquí alude a los soldados que custodiaban una plaza. Como celoso centinela la paz vigila y guarda nuestros pensamientos y nuestros corazones para que permanezcan bien anclados en Cristo. Su meta es que toda nuestra persona -mente y corazón- permanezca asida a la fe en Cristo como el pajarillo permanece en la rama del árbol en medio de los peligros de la cascada.

La paz de Jesús no excluye el estanque tranquilo pero anhela el refugio seguro. No es casual que Jesús asociara su enseñanza sobre la paz con advertencias sobre persecución y tribulación. Sin solución de continuidad les dijo a sus discípulos: La paz os dejo, mi paz os doy... no se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo (Jn. 14:27). Y poco después: Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Jn. 16:33).

La paz de Dios es mucho más que una emoción para hoy, es una posición para toda la eternidad. Nada ni nadie nos puede quitar esta posición por cuanto nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:3).

Como el pajarillo se siente seguro en medio de la cascada impetuosa, así también el creyente tiene paz cobijado en Cristo. En palabras memorables de Pablo, nuestra paz nace de sabernos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida... ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro. 8:37-39).


                                               Pablo Martinez Vila

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                                        (Usado con permiso de su autor)

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