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lunes, 7 de noviembre de 2022

La obra transformadora del Espíritu Santo en la vida personal (I)

 


La obra transformadora del Espíritu Santo en la vida personal (I)

“Dios se hizo hombre... no simplemente para producir mejores hombres de la vieja clase, sino para producir una nueva clase de hombre.” (C.S. Lewis)(1)

Convertirse en una nueva persona es el deseo profundo de muchos. A menudo oímos frases como “Ojalá pudiera empezar mi vida de nuevo”, o “cuánto me gustaría ser una persona diferente”. ¿Es esto posible? La respuesta es “sí”. La transformación está en el corazón mismo del Evangelio. Volver a empezar (un nuevo nacimiento) y ser transformados a la semejanza de Jesús (la santificación) son elementos esenciales de la vivencia cristiana.

Estamos ante una realidad apasionante y una gran bendición. Ser transformado por el Espíritu Santo constituye el meollo del discipulado y se convierte, además, en poderosa herramienta de testimonio. Magnífico... pero necesitamos abordar este tema con mucha sabiduría y, sobre todo, a la luz de las Escrituras. Como nos recuerda John Stott: “nunca debemos divorciar lo que Dios ha casado, es decir, su Palabra y su Espíritu. La Palabra de Dios es la espada del Espíritu. El Espíritu sin la Palabra no tiene armas, la Palabra sin el Espíritu no tiene poder”(2).

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Co. 5:17). Esta memorable afirmación de Pablo es a la vez punto de partida y resumen magnífico de nuestro tema. No podemos, sin embargo, interpretar este versículo caprichosamente. Si no lo entendemos bien puede causar más frustración que inspiración, más confusión que estímulo.

Algunos cristianos piensan que con el nuevo nacimiento pueden empezar de cero en todas las áreas de su vida. Les gustaría que el Espíritu Santo los cambiara de forma total e instantánea, borrando todo lo que no les gusta, ya sea en su temperamento, su personalidad o los recuerdos del pasado. ¡Esperan nacer de nuevo en un sentido casi literal! Por tanto debemos ser cuidadosos al adentrarnos en el tema.

Dios no nos promete eliminar un pasado doloroso o las limitaciones impuestas por nuestro temperamento y personalidad aquí en la tierra. El trabajo del Espíritu Santo dentro de nosotros no es destruir nuestro pasado sino construir nuestro presente y nuestro futuro, capacitarnos para vivir una nueva vida, la vida abundante de Jesús (Jn. 10:10). En este sentido, la paciente transformación del Consolador divino va mucho más allá de cualquier técnica o recurso humano porque no es algo natural, es sobrenatural. “La santificación sin la intervención de Dios es inimaginable. Con toda razón decía Pascal: Para hacer de un hombre un santo es absolutamente necesario que actúe la gracia de Dios, y quien duda de ello no sabe qué es un hombre ni qué es un santo”(3).

Tres preguntas nos guiarán para entender esta obra transformadora del Espíritu. En cada una de ellas veremos, a su vez, nuestra parte de responsabilidad en el proceso.

  • ¿Qué y para qué? La naturaleza y el propósito de la transformación. La necesidad de ser guiados por el Espíritu.
  • ¿Cómo y cómo puedo verlo? La dinámica y la evidencia de la transformación. La necesidad de permanecer en Cristo.
  • ¿Hasta dónde? Los límites y las frustraciones de la transformación. La necesidad de aprender aceptación.

Consideraremos también un obstáculo que dificulta nuestro progreso en el camino: “el espíritu de la época”, el molde social y cultural que se opone a la obra del Espíritu de Dios.

I - La naturaleza de la transformación: una metamorfosis divina

Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Co. 3:18).

Nuestra primera pregunta, ¿para qué?, nos lleva a ver la naturaleza y el propósito de la transformación.

Cuando era niño me fascinaba la asombrosa transformación del gusano de seda en mariposa después de un tiempo escondido en el capullo. Había algo de misterioso y emocionante para la mente de un niño de 7-8 años en este increíble cambio. Cada invierno me ocupaba de los gusanos para luego ver con entusiasmo emerger la mariposa. A esta temprana edad aprendí mi primera lección de teología. Recuerdo a mi padre explicándome cómo este cambio se llamaba metamorfosis y que la misma palabra se usaba para otro cambio aún más fascinante: el cambio que el Señor Jesús hace en nosotros preparándonos para que un día en el cielo podamos estar con Él(4). Nunca olvidé la ilustración y desde entonces he recordado el significado y la meta de la transformación iniciada por Jesucristo y realizada por el Espíritu Santo.

¿Cómo se opera esta metamorfosis? Cuando nacemos del Espíritu recibimos la naturaleza de Dios (Jn. 1:13Jn. 3:6), somos participantes de la naturaleza divina (2 Pe. 1:4). Es como recibir el código moral y espiritual de Dios, “el ADN divino”. Esta naturaleza, sin embargo, “no significa que el creyente recibe una porción de divinidad, que es un poco Dios –idea platónica o gnóstica más que cristiana-, sino en el sentido de que participa de su santidad”(5). El Espíritu Santo no nos hace pequeños dioses, sino grandes imitadores de Dios y de Cristo (Ef. 5:11 Co. 11:1).

En esta transformación hay un elemento de misterio que trasciende nuestro razonamiento humano. Sabemos qué ocurre, pero ignoramos mucho del cómo ocurre tal como Jesús mismo le declaró a Nicodemo (Jn. 3:8). Wayne Grudem escribe: “La naturaleza exacta de la regeneración es un misterio para nosotros. Sabemos lo que sucede -el resultado- pero no cómo sucede ni qué hace Dios exactamente para darnos la nueva vida espiritual”(6).

Esta nueva naturaleza viene a ser como una semilla o un embrión que va creciendo hasta su pleno desarrollo. Es un proceso muy similar al crecimiento de un niño de modo que el propio Pablo usa esta metáfora: Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros (Gá. 4:19). Es un crecimiento hacia la madurez. De hecho, la palabra “maduro”, o “perfecto” -téleios- aparece numerosas veces en este contexto de transformación. Pero, ¿de qué tipo de madurez hablamos?

La respuesta a esta pregunta nos aclara el propósito del crecimiento: Somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. El objetivo de nuestra transformación es ser más y más como Cristo cada día. La transformación es, en esencia, la formación del carácter de Cristo en nosotros. Somos llamados a ser como espejos que reflejan “la imagen de Cristo”.

Un ejemplo notable de este poder transformador lo vemos en el apóstol Pablo quien pasó de ser un perseguidor a ser perseguido. También los apóstoles fueron transformados de forma tan sorprendente después de Pentecostés que la gente se maravillaba y les reconocían que habían estado con Jesús (Hch. 4:13). La misma influencia transformadora ha continuado a lo largo de los siglos cambiando a millones de personas.

Esta transformación personal tiene, además, implicaciones comunitarias. Es un cambio individual, pero no individualista, va más allá de la esfera personal para influir en toda la sociedad. Por citar solo un ejemplo: el impacto social de la obra del Ejército de Salvación entre los marginados en Londres en el siglo XIX fue tan grande que Spurgeon afirmó: “Si el Ejército de Salvación desapareciera de las calles de Londres, cinco mil policías no serían suficientes para reemplazar su vacío en la prevención del crimen y la delincuencia”(7). Cientos de vidas fueron rescatadas del lodo de la marginación y cambiadas a la imagen del Señor Jesús.

Estamos, por tanto, ante una gran bendición, un enorme privilegio: “Sí, el mayor regalo que el cristiano ha recibido, recibirá o podría recibir es el Espíritu de Dios mismo”(8).

¿Y qué se espera de nosotros? ¿Qué hemos de poner de nuestra parte? La voluntad, el deseo genuino, de ser guiados por el Espíritu, «vivir (andar) por el Espíritu» (Ro. 8:14Gá. 5:161825). Como un velero despliega sus velas para ser llevado por el viento, así nosotros necesitamos dejarnos guiar por el viento del Espíritu.

II - Las evidencias de la transformación: un cambio en tres niveles

Nuestra segunda pregunta es ¿cómo? y ¿cómo puedo verlo?

¿Cómo? La dinámica de la transformación

La obra transformadora del Espíritu Santo es un proceso que ocurre en tres niveles:

  • Ser una nueva persona: Recibimos una nueva identidad expresada en un nuevo carácter (Gá. 5:22-23).
  • Ver desde una perspectiva diferente: Recibimos una nueva mente expresada en un nuevo propósito de vida.
  • Vivir una nueva vida: Tenemos una nueva ética expresada en un nuevo comportamiento. Creencia y vivencia son inseparables.

Ser, ver y vivir como Jesús se convierte en el núcleo y la meta de la obra transformadora del Espíritu Santo.

¿Cómo puedo verlo? Las evidencias de la transformación

Esta triple transformación se manifiesta de muchas maneras prácticas. Podemos resumir en dos las evidencias visibles de la santificación:

Recibimos un “nuevo corazón”: un cambio radical e integral. Algunos de estos cambios son inmediatos y totales, otros son progresivos y parciales, pero todos son radicales. Radicales en el sentido original de la palabra, es decir, llegan hasta las raíces de nuestra persona, afectan a cada “habitación” de nuestra vida. Se opera una transformación existencial, emocional y moral.

C.S. Lewis lo expresó de esta manera: “El hombre regenerado es totalmente diferente del no regenerado, ya que la vida regenerada, el Cristo que se forma en él, transforma toda su persona: su espíritu, alma y cuerpo”(9). Sin duda Lewis tenía en mente las palabras de Pablo: Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Ts. 5:23).

Ya en el Antiguo Testamento Dios mismo explica este cambio con una hermosa metáfora: Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Ez. 36:26-27). Los nuevos nombres dados a Abraham, Jacob, Mateo, Pedro o Saulo, entre otros, simbolizan esta nueva persona resultante de su encuentro personal con Dios.

Recibimos ojos nuevosla mente de Cristo. A medida que el Espíritu Santo nos va cambiando somos capaces de mirar todas las cosas (y a todas las personas, incluidos nosotros mismos) con ojos nuevos porque las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.

Esta nueva mirada es posible porque tenemos la mente de Cristo (1 Co. 2:16). La palabra mente aquí (nóos) no significa tanto pensar como percibir. Es una nueva percepción, una mirada nueva con ojos distintos. Cambia toda la perspectiva de la vida, nuestra cosmovisión. Pasamos a tener actitudes diferentes, nuevas prioridades, una nueva escala de valores, nuevas relaciones, una perspectiva de futuro llena de esperanza... todo se ve de forma diferente. El apóstol Pablo lo resume de forma muy precisa: andamos en novedad de vida (Ro. 6:4 RVR1977)(10).

¿Qué se espera de nosotros aquí? Necesitamos permanecer en Cristo. Estar en Cristo es la única condición (Jn. 15:4-5). Para ello contamos con dos grandes recursos que son la esencia de nuestro alimento espiritual:

  • La oración que nos permite cultivar la presencia de Dios.
  • Las Escrituras que nos permiten nutrirnos de la Palabra de Dios.

                                                 Pablo Martínez Vila

                                            pensamientocristiano.com

                                        (Usado con permiso de su autor)

                                                    Copyright © Pablo Martínez Vila

                                     

martes, 2 de noviembre de 2021

domingo, 25 de julio de 2021

"Una Montaña"

Cante con nosotros y anímese a cruzar,
  que aunque el camino sea muy incierto
 vamos de la mano de nuestro Señor Jesús.



   VOCAL GRACE

Una vida plena de paz:Victoria sobre la ansiedad (II)


Una vida plena de paz: victoria sobre la ansiedad (II)

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En la primera parte de este artículo consideramos los tres primeros pasos en el camino que lleva a la paz: su puerta de entrada, el gozo; su expresión visible, la gentileza, y su enemigo principal, el estar afanoso. Veremos ahora cómo nuestro texto base de Filipenses 4:4-9 alcanza el clímax con las dos estaciones finales y nos lleva a una paz que sobrepasa todo entendimiento.

4. La oración vence a la ansiedad

Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración... (Fil. 4:6).

Pablo vuelve a una exhortación positiva. Prosigue para presentarnos el antídoto contra la ansiedad existencial. La oración surge en el texto como agua que nos refresca en el camino.

Pablo, de nuevo, es realista y nos ayuda a tocar de pies al suelo. Lo ideal es no estar afanoso por nada, pero como esto es imposible, cuando algo turbe tu corazón, llévalo al Señor en oración, sean conocidas tus peticiones delante de Dios, en toda oración y ruego. Si nuestra gentileza ha de ser conocida por los hombres, nuestras preocupaciones y cargas han de ser conocidas por Dios (el verbo usado es el mismo).

Todo motivo de preocupación debe convertirse en motivo de oración. Estamos aquí ante un ejercicio espiritual decisivo en nuestro progreso hacia la paz. Es parecido a una traducción. ¿Qué motivos de preocupación -peticiones- tienes en tu vida hoy? Identifícalos y haz una traducción: conviértelos en motivos de oración. Así el lenguaje de la preocupación será sustituido por el lenguaje de la confianza.

No debería existir en nuestro diario devocional un apartado como “motivos de preocupación”. Anula este epígrafe y sustitúyelo por “motivos de oración”. Transforma tus preocupaciones en oraciones. Es uno de los ejercicios más terapéuticos que existen, espiritual y emocionalmente.

De nuevo llama la atención la contundencia de Pablo: en toda oración y ruego. Hasta nueve veces aparecen en el texto las expresiones absolutas “todo” o “nada”. Es muy significativo que la Palabra de Dios al referirse a la paz y la ansiedad usa términos absolutos. Por ejemplo, tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera (Is. 26:3); Echando toda vuestra ansiedad sobre Él... (1 P. 5:7). En los asuntos de confianza y de paz el creyente no puede conformarse con medias tintas, ha de aspirar a lo máximo: todo y completo.

La oración le es a la ansiedad lo que el agua al fuego: la extingue y genera paz. Ello ocurre porque la oración nos sitúa en la presencia misma de Dios, fuente de toda paz y descanso: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso (Éx. 33:14).

5. El pensamiento bueno, higiene de la mente

Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad (Fil. 4:8).

El último paso en el camino a la paz consiste en pensar lo bueno. Hay una correlación lógica en el texto. El ejercicio de oración y “traducción” considerado lleva de forma natural a una forma de pensar específica. Durante la oración, el Espíritu Santo realiza en nosotros una higiene de los pensamientos, algo así como una toilette moral. Es un paso importante porque mis pensamientos pueden ser una piedra en el camino o un estímulo hacia la paz.

Si comparamos nuestra vida con una pintura, los pensamientos vienen a ser el color que le ponemos. Podemos pintar nuestra vida con colores oscuros o bien con tonos vivos y luminosos. Veamos primero los oscuros:

  • La hipercrítica. Hay personas que van por la vida con ojos de auditor, buscando siempre lo que está mal y el defecto a corregir. Spurgeon recomendaba a sus alumnos ir a la iglesia el domingo con un oído y un ojo tapados; así iban a ver y oír sólo la mitad! Algunos creyentes hacen exactamente lo contrario; en lugar de taparse el oído y el ojo, se ponen una lupa para inspeccionar y así poder criticar más. La actitud hipercrítica colorea de negro nuestra vida. El “síndrome del auditor” es una piedra en el camino a la paz. El gran auditor es Dios. No nos corresponde a nosotros juzgar.
  • La murmuración. Murmurar, en el original hebreo, quiere decir “hablar lepra”. Cuando yo estoy murmurando, estoy “contagiando lepra”. El Señor Jesús mismo nos advierte que se puede matar con la palabra (Mt. 5:21-22). La palabra que difama, la palabra que injuria o calumnia, o simplemente la palabra que no edifica es otro obstáculo para la paz.
  • La queja permanente. Es muy duro vivir con una persona que se está quejando siempre. Como gotera que erosiona la piedra, acaba con la resistencia del más fuerte. La queja crónica suele acabar en amargura y destruye la vida propia y la de los que están a su alrededor.
  • La autocompasión. Suele ser “hija” de la queja, su consecuencia más frecuente. ¡Qué desgraciado soy! ¡Mira qué bien les va la vida a los demás! ¡Yo recibo todos los golpes, todo lo malo va para mí!

Todos estos tonos negros apagan el gozo y paralizan el camino hacia la paz. Éste fue el gran problema del pueblo de Israel: coloreó la travesía del desierto con pensamientos y actitudes negativas que retrasaron mucho su llegada a la Tierra Prometida.

Si queremos brillar como estrellas en el mundo hemos de seguir las pisadas de Aquel que es la luz del mundo. En esto pensad. Pablo nos menciona ocho cualidades morales que llenan de luz nuestra vida. Enfatizamos la palabra moralesPensar lo bueno es más que el “pensamiento positivo” de la psicología moderna. Éste afecta solamente a la mente. El pensamiento bueno del que habla la Escritura es el pensamiento recto y correcto. Llega al corazón. Hay una clara connotación moral en las cualidades mencionadas por Pablo.

El beneficio del pensamiento positivo es, sobre todo, emocional; el beneficio del pensamiento bueno es emocional y, además, ético. Afecta mi conducta, mi forma de vivir tanto como mis emociones. En una sociedad hedonista es importante recordar que la prioridad no es sentirse bien, sino hacer lo recto; vivir felices es inseparable de vivir rectamente. El autor de Hebreos nos lo recuerda certeramente: la paz y la santidad van juntas (Heb. 12:14).

La paz de Dios, final del camino

Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Fil. 4:7).

Incrustada como una perla en medio del texto aparece la meta anhelada, el final del camino: la paz. Veamos para concluir los aspectos más destacados de esta paz.

Su origen divino

Sobrepasa todo entendimiento.

La paz viene de Dios, es sobrenatural. Humanamente es imposible conseguirla. La mente humana no la puede producir porque va más allá de la capacidad de nuestro pensamiento finito. Es en este sentido que sobrepasa todo entendimiento. Por ello la paz de Cristo no puede surgir de una técnica mental sino sólo de la relación personal con Él.

En esta relación Dios ha provisto dos recursos para que su paz fluya hasta nosotros:

  • Una posición: estar en Cristo.
  • Una acción: la obra del Espíritu santo.

La gracia de Cristo nos da acceso a esta posición (Ro. 5:1) y la obra del Espíritu Santo produce paz como parte de su fruto. “Gracia y paz” es mucho más que un saludo protocolario al comienzo de las epístolas, es el resumen de todo el Evangelio; ahí está el corazón de Dios volcado para hacer la paz y “reconciliar consigo al mundo”.

Así pues la fuente de nuestra paz no está en lo que nos ocurre a nosotros hoy –nuestras circunstancias- sino en lo que ocurrió un día en la historia, la victoria de Cristo en la cruz, y lo que ocurrirá en el futuro con su segunda venida. La resurrección y la parousía (el retorno de Cristo) enmarcan nuestra paz y nuestra esperanza. Es muy significativo que las primeras palabras del Jesús resucitado al grupo de sus discípulos fueron Paz a vosotros (Jn. 20:19).

Ello nos obliga a poner la mirada en el cielo y no en el suelo. La paz de Cristo, requiere una visión adecuada, como los pastores que al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo (Mt. 2:10). Es la visión de la fe que pone la mira (la mente) en las cosas de arriba, no en las cosas de la tierra (Col. 3:2).

Su propósito

...guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Como decíamos al principio, la paz de Dios no excluye el sentirse bien -el lago tranquilo- pero éste no es su propósito principal. La meta no es la tranquilidad sino la seguridadOs guardará en Cristo Jesús. Guardar nuestra posición en Cristo es más importante y trascendental que sentir una emoción pasajera.

El verbo usado por Pablo aquí alude a los soldados que custodiaban una plaza. Como celoso centinela la paz vigila y guarda nuestros pensamientos y nuestros corazones para que permanezcan bien anclados en Cristo. Su meta es que toda nuestra persona -mente y corazón- permanezca asida a la fe en Cristo como el pajarillo permanece en la rama del árbol en medio de los peligros de la cascada.

La paz de Jesús no excluye el estanque tranquilo pero anhela el refugio seguro. No es casual que Jesús asociara su enseñanza sobre la paz con advertencias sobre persecución y tribulación. Sin solución de continuidad les dijo a sus discípulos: La paz os dejo, mi paz os doy... no se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo (Jn. 14:27). Y poco después: Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Jn. 16:33).

La paz de Dios es mucho más que una emoción para hoy, es una posición para toda la eternidad. Nada ni nadie nos puede quitar esta posición por cuanto nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:3).

Como el pajarillo se siente seguro en medio de la cascada impetuosa, así también el creyente tiene paz cobijado en Cristo. En palabras memorables de Pablo, nuestra paz nace de sabernos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida... ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro. 8:37-39).


                                               Pablo Martinez Vila

                                            pensamientocristiano.com

                                        (Usado con permiso de su autor)

                                        Copyright © Pablo Martínez Vila




Una vida plena de paz : Victoria sobre la ansiedad(I)



Una vida plena de paz: victoria sobre la ansiedad (I)

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Por nada estéis afanosos... Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Fil. 4:6-7).

El mismo Señor de paz os dé siempre paz en toda manera (2 Ts. 3:16).

En cierta ocasión se pidió a dos pintores que ilustraran su idea de paz. Uno pintó un lago solitario, con aguas tranquilas y unas montañas suaves al fondo. Para este hombre, la paz era quietud, silencio, un lugar donde nada turba la tranquilidad. El otro dibujó una cascada, el agua cayendo con fuerza y ahí, escondido en la horquilla de una frágil rama de abedul, salpicado por el agua, un pequeño pájaro con su nido. Su idea de paz era un lugar seguro en medio de una impetuosa cascada.

¿Con cuál de las dos pinturas te identificas más? ¿Cuál es tu concepto de paz? Ciertamente el Señor, como buen pastor, quiere que disfrutemos de delicados pastos y aguas de reposo (Sal. 23:2), pero la imagen de la cascada y el nido del pajarillo ilustran mejor el concepto bíblico de paz. La paz de Cristo no es primordialmente tranquilidad, sino seguridad, no se caracteriza por la ausencia de peligros, sino por la presencia de Cristo en la turbulencia de la cascada, no es tanto una emoción como una posición. La posición frágil pero segura del pajarillo en la horquilla del abedul, aun en medio de aguas tumultuosas, refleja la paz de Cristo mejor que el lago tranquilo.

En paz me acostaré, y asimismo dormiré, porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado (Sal. 4:8). David escribió estas palabras en medio de circunstancias personales muy difíciles, quizás el momento más duro de su vida. Absalón, su hijo, le perseguía para matarle. ¿Puede haber una experiencia más dura para un padre? Aquella noche, sin embargo, al acostarse afirma convencido: “voy a dormir en paz”. La cascada rugía fuerte, las aguas amenazaban, pero él se sentía seguro, tenía paz.

La paz de Jesús es un estado de seguridad que nace de una posición -estar en- y se expresa en un estilo de vida, vivir confiado. No es como el mundo la da (Jn. 14:27). La paz que el mundo busca es el estanque dorado, la ausencia de problemas; aun siendo legítima, hay en ella un toque egoísta y hedonista.

Observemos cómo la popular expresión “déjame en paz” se asocia con una idea más negativa que positiva: “no me traigas problemas”. Tener paz es mucho más que estar tranquilo. Si nuestro concepto de paz es sólo el lago tranquilo, entonces los problemas -el agua de la catarata- la ahogarán con facilidad. La paz de Jesús, como veremos después, es mucho más positiva, sólida y de largo alcance.

Veamos en detalle cómo es la paz de Cristo. Nuestro texto base –Filipenses 4:4-9- es uno de los más alentadores y edificantes del Nuevo Testamento. Vamos a compararlo a un camino con cinco estaciones.

El camino que lleva a la paz. La paz tiene una dimensión sobrenatural que le corresponde a Dios. Es fruto del Espíritu Santo. Pero nosotros también hemos de poner algo de nuestra parte. Por ello el apóstol usa el verbo en imperativo para describir los cinco pasos que encontramos en el camino a la paz:

  • Regocijaos en el Señor siempre (Fil. 4:4)
  • Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres (Fil. 4:5)
  • No estéis afanosos por nada (Fil. 4:6)
  • Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios (Fil. 4:6)
  • Todo lo justo, todo lo puro... en esto pensad (Fil. 4:8)

1. El gozo, la puerta de la paz

Regocijaos en el Señor siempre; otra vez digo: ¡Regocijaos! (Fil. 4:4).

La paz tiene una puerta: regocijaos en el Señor siempre. Tan importante es esta entrada que Pablo nos lo repite: otra vez os digo: ¡Regocijaos!. El primer paso es como la llave que nos abre el acceso. ¡Formidable pórtico de entrada!

El énfasis del apóstol no es casual. La paz y el gozo forman un todo inseparable. Parafraseando a Valle Inclán, hay en la Biblia divinas parejas de palabras: la justicia y la paz, la misericordia y la verdad, etc. Ahí tenemos una de estas divinas parejas; el gozo y la paz van juntas. En este mismo orden aparecen como parte del fruto del Espíritu. amor, gozo, paz (Gá. 5:22).

La paz viene precedida -y enmarcada- por una “doble dosis de gozo”. Un gozo que está por encima de las circunstancias porque es más hondo que la alegría. No olvidemos que Pablo está escribiendo desde la cárcel de Roma y en riesgo de muerte. Como dice un autor, Norman Wright, el gozo en la vida es una elección.

2. La gentileza, expresión visible de la paz

Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres (Fil. 4:5).

Si el gozo es la “puerta de la paz”, la gentileza es “la cara de la paz”, su expresión visible (no la única). Franqueada la entrada, revestidos de gozo, estamos en condiciones de adentrarnos en el camino.

El segundo paso es cultivar la gentileza. La palabra original es muy rica en matices y puede significar amabilidad, bondad, cordialidad, moderación. La paz no es sólo un estado interior, algo para mí, sino que es también para los demás, se irradia hacia fuera. Recordemos el lema “Brillando como estrellas”. Tiene una dimensión relacional, social. Si yo tengo paz y vivo en paz, trato a los demás con gentileza, cordialidad y bondad. La manera cómo trato a los demás es una evidencia de mi paz interior. Lo mismo ocurre a la inversa: un trato rudo, áspero es expresión de falta de paz. La gentileza es como un termómetro de nuestra paz.

Hay dos aspectos que merecen nuestra atención en la exhortación del apóstol. En primer lugar, su carácter universal: delante de todos los hombres (Ro. 12:17). No puede haber excepciones. No hay ningún mérito en mostrar gentileza hacia los que nos caen bien, los amigos. Parece un eco de las palabras de Jesús, en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Jn. 13:35).

En segundo lugar, observemos el realismo de Pablo. No dice “estad en paz...”, sino sea conocida vuestra gentileza.... Sabía por experiencia propia que es imposible estar en paz con todos. Así lo dio a entender en otro texto: Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres (Ro. 12:18). La doble matización previa le da un toque de realismo muy necesario. No es posible estar en paz con todos los hombres, pero sí es posible mostrar gentileza hacia todos.

La gentileza, sin embargo, no está de moda, incluso, está mal vista. Corren malos tiempos para el que quiere ser amable. Hoy se habla despectivamente del “buenísimo” como una debilidad, algo negativo. Si te esfuerzas por ser una persona cordial, bondadosa, moderada puedes ser acusado de “buenismo”. También aquí estamos llamados a ir contracorriente.

La amabilidad, la bondad, la gentileza conforman un profundo sentido de cortesía cristiana que es expresión de madurez y de fortaleza, de santidad y de piedad. Esta cortesía moldeada por el Espíritu Santo es uno de los requisitos de los líderes de la iglesia (el anciano debe ser “amable”, 1 Ti. 3:3) y también de todo creyente (1 P. 3:4).

Por tanto, el primer obstáculo hacia la paz es la ausencia de gentileza, la rudeza expresada en un espíritu de conflicto permanente. La vida de Jesús nos muestra amabilidad, bondad, benignidad, mansedumbre. Sus controversias y aparente aspereza con escribas y fariseos fueron puntuales y justificadas, incluso necesarias. Hay un tiempo y un momento para la controversia, pero éste no es nuestro carácter ni nuestro estilo de vida. El creyente está llamado a ser agente de paz porque Dios es un Dios de paz. Nuestro ADN más genuino nos lleva a la gentileza, no al conflicto, a seguir la paz con todos (Heb. 12:14). Sí, una vida plena de paz irradia gentileza, amabilidad, bondad, cortesía.

3. La ansiedad que apaga la paz

Por nada estéis afanosos (Fil. 4:6).

Pablo nos presenta el tercer paso hacia la paz en forma negativa, algo a evitar. Estar afanoso es un obstáculo grande en el camino hacia la paz interior, por ello el apóstol vuelve a usar un término absoluto: por nada.

Necesitamos entender bien qué significa estar “afanoso” o “afanarse”, de lo contrario puede generar confusión y sentimientos de culpa. No pocos creyentes se sienten abrumados porque confunden “ser ansioso” con “estar afanoso”. Veamos la diferencia.

Ser ansioso es una reacción, surge de forma automática como un reflejo natural y está relacionada con el temperamento. Tiene una cierta base genética. Lo llamaremos ansiedad temperamental o carácter ansioso. La persona que tiene este problema se da cuenta, lo lamenta y desearía reaccionar de otra manera, no quiere ser así. Lucha contra su ansiedad. Su confianza está puesta en el Señor, no duda de Dios, pero no puede evitar estas reacciones temperamentales de temor y anticipación ansiosa. Este tipo de ansiedad no ofende a Dios, el Señor la entiende y no nos reprende por tener un carácter ansioso.

El mismo salmista exclama con sinceridad: En el día que temo, yo en ti confío (Sal. 56:3). La ansiedad y la confianza coexisten en el corazón del salmista. Hay un tipo de temor natural, incluso necesario, que nos protege y nos estimula a luchar mejor ante los peligros. En algunas personas esta reacción adaptativa aparece con excesiva intensidad (posiblemente por problemas de química cerebral). Obviamente el ser ansioso no es un problema espiritual y, en sí mismo, no es pecado.

Estar afanoso, por el contrario, no es una reacción, es una actitud. Surge del fondo del corazón, no surge de los genes como la anterior. La llamaremos ansiedad existencial o vital. Es el miedo a que te falte o te falle algo esencial en la vida, el sustento, el abrigo, el pan nuestro de cada día. A este tipo de ansiedad se refirió Jesús en el Sermón del Monte: Por tanto, no os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber... (Mt. 6:25-34).

A diferencia de la ansiedad de carácter puede llegar a ser un pecado porque contiene una semilla de desconfianza. Si esta semilla crece, hace a Dios pequeño. Es la falta de confianza que el pueblo de Israel manifestó en el desierto, actitud que irritó mucho no sólo a Moisés sino a Dios en varias ocasiones. El pueblo olvidaba la fidelidad de Dios en el pasado. Esta amnesia espiritual es un pecado porque lleva a la queja y convierte al Todopoderoso en un dios de bolsillo. No obedecían el sabio consejo divino: Fíate de Jehová de todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia (Pr. 3:5).

Esta confianza de todo tu corazón se expresa de tres maneras. Lo llamaremos la triple “p” de la confianza:

  • Confiar en la providencia de Dios: Dios ve.
  • Confiar en la provisión de Dios: Dios provee.
  • Y confiar en la protección de Dios: Dios me guarda.

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                                             Pablo Martínez Vila

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                                      (Usado con permiso de su autor)

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