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jueves, 24 de diciembre de 2020

" Por eso Vino Él "

Deseamos a nuestro lectores que Dios consuele sus corazones,
 otorgue paz y renueve su gozo, que vuestros pensamientos sean centrados en la gracia otorgada por el Redentor de nuestras vidas y que a pesar de las circunstancias siempre confiemos que Dios es sabio y que tiene el control de todo lo que ocurre con un propósito eterno, y aquel que aún no le conoce como Señor y Salvador pueda conocerle hoy .
¡Felíz Navidad y Dios les bendiga! 


                                                  Conjunto: "Vocal Grace".

                                                       "Por Eso Vino Él"

"El gozo que nada ni nadie nos puede quitar"


                                   Foto cortesía de Olimar de Pirela

                            

El gozo que nada ni nadie nos puede quitar

No temáis porque he aquí os doy nuevas de gran gozo... os ha nacido hoy un Salvador que es Cristo, el Señor (Lucas 2:10-11).

Esta es la Navidad más extraña en mucho tiempo. Es una Navidad diferente, triste para muchos que han perdido seres queridos y llena de incertidumbre para todos. El dolor y la ansiedad flotan en el ambiente. Buscamos, necesitamos, alguna buena noticia.

Hace unos días se disparó la euforia en las bolsas; la cercanía de la vacuna levantó el ánimo de la gente. Por fin una buena noticia. Y ciertamente la vacuna nos ayuda a ver más cerca el final del túnel, pero ¿es suficiente?

El escritor irlandés Chesterton comparaba nuestra vida a un círculo con dos partes, el centro y la periferia. En el cristiano el centro está ocupado por el gozo, mientras que la tristeza es periférica; en la persona no creyente (ateo o agnóstico) ocurre a la inversa: la alegría es periférica y la tristeza, el vacío, ocupa el centro. ¿Qué significa ello en la práctica? El creyente puede pasar malos momentos, las circunstancias pueden ser muy duras, pero sabe que toda prueba es “periférica”; en el centro de su vida hay gozo. La persona sin fe, por el contrario, puede pasar buenos momentos, pero en el fondo de su vida persiste el dolor, hay una pena, un vacío.

La alegría por la vacuna o cualquier noticia humana, por buena que sea, pasará porque es periférica. La verdadera buena noticia, la que ocupa el centro del círculo y llena nuestra vida es:

No temáis porque he aquí os doy nuevas de gran gozo... os ha nacido hoy un Salvador que es Cristo, el Señor. Este es el mensaje de la Navidad.

Vamos a considerar tres aspectos de este gozo de la Navidad respondiendo a tres preguntas:

  • ¿Qué es? Su naturaleza
  • ¿De dónde viene? Su origen
  • ¿Cómo se mantiene? Su visión
  • Conclusión: Su resultado: trae paz

1. Su naturaleza: es más que alegría

¿Qué es? El gozo del cristiano tiene una naturaleza distinta y distintiva.

El gozo no es lo mismo que la alegría. La alegría se siente, el gozo se tiene. La alegría es una emoción; el gozo es una actitud ante la vida. La alegría, como todas las emociones, es pasajera, transitoria, depende de las circunstancias y se puede perder; el gozo no te lo puede quitar nadie.

La alegría pertenece al campo de la mente, de la psique. El gozo, por el contrario es un estado del alma, no reside en la mente sino en el corazón.

El gozo es más profundo que la alegría; permanece aún en medio del dolor. Es más, mientras que la alegría se hace fuerte en el bienestar, el gozo se robustece en la prueba. ¡Divina paradoja! Se puede tener gozo en la tristeza. Yo puedo estar llorando y tener, conservar, el gozo porque las lágrimas no apagan el gozo. El gozo sólo lo apaga la amargura, su mayor enemigo.

Por ello hoy, en esta extraña y triste Navidad, sean cuales sean nuestras circunstancias personales, podemos decir: no me siento alegre, pero tengo el gozo del Señor, ese gozo que no viene de dentro sino de arriba. Ello nos lleva a considerar su origen.

2. Su origen: es cristocéntrico

¿De dónde viene? ¿Cuál es el origen y la causa del gozo?

Al ver la estrella se regocijaron con muy grande gozo (Mateo 2:10).

Nuestro gozo va inseparablemente unido a la estrella que brilló el día de la primera Navidad en Belén; no era la estrella en sí sino lo que la estrella significaba: Dios ha venido a este mundo para morir y, por su muerte, darnos vida. Como anunciaba el ángel, Jesús es Salvador y Señor. La causa número uno de nuestro gozo es la salvación, por ello hablamos del gozo de la salvación.

El carácter cristocéntrico del gozo se hace evidente en un detalle muy significativo: la estrecha relación entre las palabras gozo (jara) y gracia (jaris). El gozo es una manifestación práctica de la gracia de Dios. Por ello está por encima de las circunstancias personales y no depende de ellas; no es fruto de un esfuerzo humano, sino del amor divino, no se consigue con ninguna técnica de relajación sino con los recursos que vienen de Dios.

Veamos en más detalle este origen sobrenatural del gozo. El gozo de Cristo fluye hasta nosotros mediante:

  • Una posiciónregocijaos EN el Señor siempre (Fil. 4:4). Estar en Cristo, unidos a Cristo, es condición indispensable.
  • Una acción: la obra transformadora del Espíritu Santo produce gozo como parte de su fruto (Gá. 5:22).

Estar en Cristo y dejarnos guiar por el Espíritu Santo es el camino para estar llenos de gozo. Este ha de ser nuestro anhelo y oración.

La estrella que brilló el día de la primera Navidad alcanzará su máximo fulgor un día en el Cielo, aquel día cuando Cristo mismo nos alumbrará con su luz (Ap. 21:23). Ello nos lleva a nuestra última pregunta: ¿Cómo se puede mantener el gozo?

3. Su visión: se nutre de esperanza

Poco antes de su muerte Jesús preparó a sus discípulos con estas emocionantes palabras: Vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo (Jn. 16:22).

Con esta formidable promesa de Jesús llegamos al clímax de nuestro tema y al corazón mismo del gozo: el gozo se nutre de esperanza.

El gozo del cristiano se inauguró con la primera venida de Cristo al mundo, la Navidad, y será completo, perfecto, con su segunda venida en gloria, la Parousia. Dos hechos, dos eventos en la Historia de la salvación enmarcan nuestro gozo y son su garantía. Nada ni nadie nos puede quitar este gozo porque no depende de hombres, depende de los hechos salvíficos de Dios, hechos objetivos encarnados en la Historia. Por ello Jesús afirma con énfasis, aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn. 16:20).

El gozo de Cristo requiere una visión adecuada, como los sabios de Oriente que al ver la estrella se regocijaron con muy grande gozo. Ello nos obliga a poner la mirada en el cielo y no en el suelo. El gozo no viene de dentro, viene de arriba. Los ojos de la fe y no los ojos de la introspección son los que de verdad nos levantan el ánimo.

Esta visión pone la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra (Col. 3:2). Y fue la visión de Moisés quien tenía puesta la mirada en el galardón... y se sostuvo como viendo al Invisible (Heb. 11:26-27).

El apóstol Pablo describe esta espera gozosa con una triple actitud: Gozosos en la esperanza, sufridos en la tribulación; constantes en la oración (Ro. 12:12). ¡Formidable tridente divino que nos permite transitar con fortaleza por los valles de la vida!

Conclusión: el gozo trae paz

El gozo es inseparable de la paz. No es casualidad que el texto que anuncia la Navidad empiece con estas dos palabras: «No temáis...». El gozo y la paz van juntos como cogidos de la mano. El gozo trae paz y la paz aumenta el gozo en un divino feedback.

El orden del relato bíblico en Lucas 2 enfatiza esta asociación: Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de huestes celestiales que decían: ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz! (Lc. 2:13-14).

Jesús es no sólo Admirable Consejero, Dios Fuerte, y Padre Eterno, también es Príncipe de Paz (Is. 9:6). Los nombres, reflejo de su identidad, culminan con «Príncipe de Paz».

También las primeras palabras del Jesús resucitado a sus discípulos reunidos fueron: Paz a vosotros... y los discípulos se regocijaron (Jn. 20:19-26) (hasta tres veces se repitió esta expresión que iba mucho más allá de un saludo de cortesía).

Sí, Jesús trae a nuestra vida una paz y un gozo profundos. Por ello hacemos nuestras las palabras de Teresa de Ávila en un memorable himno, “por nada te acongojes, nada te turbe; venga lo que venga nada te espante”. Este himno empieza precisamente así: “Eleva el pensamiento, al cielo sube”. La mirada al cielo alimenta nuestro gozo y trae paz a nuestra alma.

Los sabios de Oriente al ver la estrella se regocijaron con muy grande gozo. Pero hicieron algo más: respondieron a la visión con adoración y gratitud. Su experiencia se ha repetido después en miles de personas y nos enseña el camino de la fe: adorar y dar gracias. En palabras de F.F. Bruce, en el Evangelio la teología es gracia y la ética, gratitud. Esta es la esencia de la fe cristiana.

He aquí os doy nuevas de gran gozo... os ha nacido hoy un Salvador que es Cristo, el Señor. En esta Navidad te puede faltar la alegría, pero no el gozo, puedes estar ansioso, pero vivir con la paz de Cristo. Deja que esta sea tu experiencia también, deja que Cristo llene de gozo tu vida en esta Navidad. Entonces podrás cantar “Me gozo en Jesús que su trono de luz dejó por comprar mi salud (salvación) en la cruz. ¡Aleluya el Cordero!.”

                                        Pablo Martínez Vila

        

                           Copyright © 2020 - Pablo Martínez Vila

                               Usado con permiso de su autor

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domingo, 29 de noviembre de 2020

El ministerio de la consolación en la vida de Job




 

El ministerio de la consolación en la vida de Job

El tema del sufrimiento es una cuestión de perenne actualidad, pues constituye una experiencia común a todos los seres humanos. Sus manifestaciones son muy diversas. Pueden ser de carácter físico (hambre, penuria, enfermedad) o moral (soledad, abandono, dolor causado por injurias o acusaciones injustas, entre muchas otras). De ahí que filósofos, moralistas y maestros religiosos hayan disertado, con mayor o menor acierto, sobre esta faceta oscura y punzante de la experiencia humana. Pocos han sido, sin embargo, los pensadores y los investigadores que con sus ideas o descubrimientos han contribuido a aliviar el dolor moral de quienes sufren. Posiblemente ello se debe a que no se tiene en cuenta un hecho fundamental: es muy fácil hablar -o escribir- sobre el sufrimiento; pero sólo puede esperar algo positivo quien habla desde el sufrimiento. Las disquisiciones teóricas de poco o nada sirven.

Debemos situarnos en el sufrimiento con realismo, con empatía; es decir, poniéndonos en la situación del que padece, como haciendo nuestra su angustia, sus temores, su soledad.

El sufrimiento, gran misterio

Cuando nos situamos en el sufrimiento con realismo nos enfrentamos con un doble dolor: el del padecimiento en sí y el del misterio que entraña. ¿Por qué el vivir siempre implica sufrir? ¿Por qué? ¿Qué pensar? ¿Qué decir? Todas las vías de acercamiento al problema plantean dificultades: la de una cosmovisión atea, que sólo ve en el sufrimiento una desgracia fortuita, y la de una cosmovisión teísta, según la cual todo cuanto acontece en el mundo está de algún modo relacionado con Dios.

Esta última nos conduce a la teodicea con sus complicados poblemas. ¿Resultará que la causa de nuestros sufrimientos está en Dios mismo? Sólo con mucha cautela podemos atrevernos a avanzar en busca de luz, siempre partiendo de una aseveración fundamentral: «Las cosas secretas pertenecen a Yahveh, nuestro Dios, mas las reveladas son para nosotros...» (Dt. 29:29). Sería el colmo de las pretensiones pensar que podemos llegar a conocer a Dios sin velos o sombras. Él es infinitamente grande, y nosotros, infinitamente pequeños. ¿Cómo llegar a conocer y entender todo cuanto concierne a su naturaleza, su carácter, sus pensamientos, sus obras? La respuesta de Dios es clara: «Las cosas reveladas son para nosotros». La Biblia es el depósito de su revelación, a sus páginas debemos acudir para empezar a entender. Con humildad debemos escudriñar su contenido, alabando al Señor por todo lo que nos va mostrando, y aceptando lo que excede a nuestra comprensión. Como muy sabiamente indicó G. K. Chesterton: «Los enigmas de Dios son más satisfactorios que las soluciones de los hombres».

El libro de Job, caudal riquísimo de enseñanza

Su texto no es una respuesta definitiva al misterio del sufrimiento, pero es una ayuda valiosísima para alentar a los que sufren.

Conviene recordar la experiencia del patriarca. Tras un periodo de prosperidad, sosiego y honra, se ve azotado por crueles golpes de adversidad: pérdida violenta de su ganado y de sus criados, catástrofe familiar que acaba con la vida de sus hijos. Había para hundirse en la desesperación; pero, lejos de esto, mantuvo la serenidad y dejó traslucir lo admirable de su fe. Se afligió, como es normal en todo ser humano, y dio comienzo a un doloroso duelo: «Se levantó, rasgó su manto y rasuró su cabeza; se postró y adoró» (Job. 1:20); pero no se desahogó con aparatosas lamentaciones. Por el contrario, hizo unas declaraciones que han causado admiración en millones de creyentes después de él: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor dio y el Señor quitó; sea el nombre del Señor bendito» (Job. 1:21). No menos admirable es el comentario de su biógrafo: «En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despróposito alguno» (Job. 1:22).

Las cosas, no obstante, comienzan a enredarse con la comparecencia de tres amigos que habían de irritarle en vez de consolarle como era su deseo. En su opinión, el sufrimiento de Job no es una desgracia fortuita; es castigo divino por algúin gran pecado cometido por Job. Tanto insisten que al final el patriarca llega a pensar que esa conclusión era verdad a medias: Dios mismo, por razones que Job no llega a comprender, se ha puesto en contra de él. De ahí lo acre de su declaración: «El Todopoderoso ha clavado en mí sus flechas y el veneno de ellas me corre por el cuerpo. Dios me ha llenado de terror con sus ataques» (Job. 6:4Job. 16:12-13). Job, sin embargo, se resiste a aceptar la tesis del castigo. Considera, no sin cierta lógica, que si Dios estuviera a su favor, ningún poder del mundo podría dañarle, pues todo está sujeto a su soberanía. Si todas las potencias destructoras del mundo le atacan es porque Dios mismo le ataca y las usa para destruirle.

Pero Job yerra en sus conclusiones teológicas. El universo, el hombre, la vida, Dios, la providencia, no pueden encajonarse en los estrechos límites de nuestro raciocinio. Ante lo incomprensible de muchos misterios, lo más sabio es mantener nuestros juicios en suspenso, en espera de que lo que ahora no entendemos lo entenderemos en el día de Cristo en su venida (1 Co. 13:9-13).

La ineficacia de muchos «consoladores»

Elifaz, Bildad y Zofar tenían buenas intenciones, pero estaban encajonados en sus moldes dogmáticos. Algunas de sus afirmaciones eran correctas, pero globalmente erraban los tres «amigos» al insistir en su interpretación de los males de Job: un hombre que tanto sufre ha de haber cometido algún gran pecado que, humillado, debe confesar a Dios. Pero esta conclusión es falsa. El patriarca ha sido siempre un hombre íntegro, piadoso, compasivo, intachable.

Job no entiende el porqué de su calamidad. Los amigos no supieron ser humanos. Fracasaron estrepitosamente en su deseo de consolar al atormentado por el dolor físico y por el misterio de su relación con Dios. Los tres se proponen ser defensores de Dios y se convierten en cómplices de Satanás, el acusador. Carentes de compasión y verdadera sabiduría, caen en la incomprensión, la arrogancia y la intolerancia más detestables. Con esas características mal podían consolar a un hombre tan dolorido y desconcertado como el «varón de Uz». Nada entendían de los efectos devastadores que en el estado de ánimo suele producir el dolor prolongado:

  • Escepticismo. Sólo se ven los aspectos sombríos de la vida (Job. 3Job. 7:1-10).
  • Fatalismo. Job se ve acorralado, confundido, como gran derrotado. Y se abandona al desaliento. Está convencido de que se halla envuelto en la red de un destino adverso. Lo peor de todo: tras ese destino está la voluntad soberana de Dios. Es Dios mismo quien le acosa. ¿Llegará a destruirle? A esos extremos puede inducir un sufrimiento agudo, prolongado e incomprendido.
  • Depresión. La vida pierde su sentido; se desvanece toda ilusión. Con frecuencia se llega incluso a desear la muerte, como señaló Job en su patético soliloquio del capítulo 3. La vida se ve como una gran frustración sin sentido. Muchos seres humanos han hecho suyo el testimonio de las dudas de Gustav Mahler: manifestado en su segunda sinfonía «¿Por qué has vivido? ¿Por qué has sufrido? ¿Acaso no era todo una enorme y espantosa broma?»

Pero esa situación de sombría y dolorosa incertidumbre no es inevitable. El creyente, pese a sus dudas, puede tener reacciones maravillosas. Fue el caso de Job, quien se situó en cotas de certidumbre si no de comprensión. Sabía que en su justicia, tarde o temprano, Dios le daría la razón, lo justificaría y lo restauraría a una vida apacible y luminosa. A este respecto son admirables las palabras del patriarca en el capítulo 19 del libro: «Yo sé que mi Redentor vive...» (Job. 19:25-27).

La eficacia de la labor pastoral ante el sufrimiento

¡Cuánto bien pudieron haber hecho Elifaz, Bildad y Zofar si, apeándose de su arrogancia y su intolerancia, se hubiesen acercado a Job con humildad, comprensión y amor! Pero entendían tan poco de psicología pastoral que fracasaron totalmente en su plan inicial de consolar a su amigo. Les faltó lo que todo médico de almas debe tener:

  • Auténtica simpatía, o, mejor aún, empatía, participación afectiva en la realidad del que padece (llorar con los que lloran).
  • Teología equilibrada. Los amigos de Job fracasaron porque en su teología sólo cabía la ley de la siembra y la siega. Job cosecha sufrimiento porque antes ha sembrado pecado. Esta doctrtina pierde de vista que ese principio en muchos casos no se cumple. Un estudio equilibrado del sufrimiento a la luz de la Biblia nos muestra que el sufimiento puede tener otras causas y diferentes finalidades. Una faceta importante de la cuestión la hallamos en la experiencia del Cristo sufriente. Si estamos en comunión con Cristo, difícilmente estaremos del todo exentos de pruebas y dolorosas tribulaciones. Por otro lado, es en los días de padecimiento que disfrutamos de la gracia consoladora de Dios. Sólo en la noche cerrada vemos lo maravilloso de una noche estrellada.
  • Comunicación auténtica. El gran problema muchas veces es que no se sabe escuchar, con lo que el diálogo efectivo resulta imposible. Si no se sabe escuchar, menos se sabe hablar «palabra en sazón» (Is. 50:4). La comunicación en la relación pastor-persona que sufre es diálogo, nunca puede ser sermón.
  • Oración. Solo Dios puede iluminar con efectividad al atribulado. Sólo él tiene capacidad para restaurar al abatido por el dolor y la confusión de ideas.

Conclusión

En un mundo plagado de sufrimientos, son benditos quienes administran la consolación y la gracia reparadora de Dios. En el ejercicio de ese ministerio, dos bendiciones se hacen manifiestas: el bien que el consolador hace y el bien que recibe. Quien esto escribe da testimonio de su propia experiencia: «Entre muchos motivos de gozo en el ministerio cristiano, el que me ha producido una satisfacción más profunda ha sido el del contacto pastoral con personas que sufrían intensamente».

Para alcanzar esa cota espiritual, nada nos ayudará tanto como la segunda bienaventuranza expresada por el Señor Jesús en la segunda bienaventuranza del Sermón del Monte: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación» (Mt. 5:4).

                                                       José M. Martínez

                                             Copyright © Pablo Martínez Vila

                                             Usado con permiso de su autor

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Musíca especial de adoración

¡Gloria a Dios soy un hijo del Rey!



                                                         Vocal Grace - Hijo del rey

sábado, 20 de junio de 2020

El duelo, puerta de esperanza entre amor y dolor.

El duelo, puerta de esperanza entre amor y dolor

En esta hora de dolor tremendo queremos transmitir nuestra más sentida condolencia a tantas familias que han perdido a sus seres queridos en la pandemia. Las circunstancias que han rodeado estas pérdidas multiplican el dolor y la pena. Las circunstancias que han rodeado estas pérdidas multiplican el dolor y la pena. Por ello, ahora más que nunca, recordamos las palabras del apóstol: «No os entristezcáis como los que no tienen esperanza» (1 Ts. 4:13).


Vivir el duelo con consuelo y llorar con lágrimas llenas de esperanza
 es el propósito de esta entrevista con el Dr. Pablo Martínez Vila. Es nuestro deseo que el lector encuentre en ella el bálsamo que la Palabra de Dios siempre aporta y orientación práctica para afrontar un duelo tan anómalo.

Lloramos con esperanza porque el Cristo resucitado ha hecho posible que llegue el día cuando:

No se pondrá jamás tu sol, ni menguará tu luna; porque Jehová te será por luz perpetua, y los días de tu luto serán acabados. (Isaías 60:20)


Pregunta: ¿Nos podría definir qué existe tras ese sentimiento que llamamos duelo?

Respuesta: El duelo, duele. Hay sobre todo una pena profunda y mucho dolor. No es casualidad que en español la palabra “duelo” está relacionada con dolor. Sin embargo hay un concepto clave que nos ayuda mucho a cambiar nuestra visión negativa, oscura, del duelo. En el duelo no hay solo dolor, hay amor. El duelo es una reacción de amor, es la otra cara del amor. Lloramos porque amamos. Y cuanto mayor sea el amor, más profundo será el dolor. El duelo es el precio pagado en dolor por el final de una relación querida y valiosa.

Ver el duelo como una expresión póstuma de amor es bálsamo que mitiga la pena. Esta visión positiva arroja luz en la oscuridad del luto y nos puede ayudar a crecer como personas. De hecho el duelo nos cambia, nunca más volvemos a ser los mismos.

Pregunta: Entiendo que hay un duelo natural, y un momento en el que el duelo se convierte en un problema en sí mismo. ¿Cómo diferenciarlos?

Respuesta: El duelo es un camino siempre difícil, pero a algunas personas les resulta más difícil que a otras. Esto ocurre cuando el doliente es incapaz de aceptar o de aprender a vivir con la pérdida y los sentimientos que la acompañan. En estos casos el duelo se reprime (duelo ausente), se pospone (duelo aplazado) o se prolonga (duelo crónico). Son las reacciones de pena patológica que suelen acompañarse de alteraciones como ansiedad o depresión.

Hay un criterio bastante fiable para saber cuándo el duelo se está volviendo anormal: la persona es incapaz de volver a la vida cotidiana. El vínculo con el ser querido es tan intenso que no puede librarse de él y, en consecuencia, no puede abordar adecuadamente el presente ni el futuro. Esta sensación de parálisis, de que “mi vida acabó el día que él/ella partió”, es muy indicativo de duelo complicado.

Pregunta: Con la pandemia del coronavirus se ha producido una situación especialmente delicada y terrible: la muerte de seres queridos a pocos metros de distancia sin poder acompañarles en sus últimos instantes. ¿Cómo afecta esto?

Respuesta: Afecta mucho. Éste ha sido uno de los efectos más devastadores de la pandemia desde el punto de vista emocional. El acompañamiento y la despedida en la hora de la muerte son necesidades profundamente arraigadas en la naturaleza humana. Esto es así porque la muerte no es algo natural; la muerte es lo más antinatural que existe. No fuimos creados para morir sino para vivir. Contrariamente a lo que sostienen algunos pensadores como Heidegger, no existimos para morir, sino para vivir. La muerte es un cuerpo extraño en la creación de Dios, en palabras de Pablo, es el postrer enemigo (1 Co. 15:26).

Por ello el acompañamiento viene a ser como el ungüento que alivia el dolor de la separación. La despedida es la puerta de entrada natural al duelo. Verse privado de esta opción supone un obstáculo que complica el proceso posterior.

La Biblia le da mucha importancia a este aspecto. Algunas de las palabras más hermosas de los patriarcas fueron pronunciadas en estos momentos de despedida. La bendición de Jacob a sus hijos es un buen ejemplo (Génesis 49). Igualmente cuando Pablo se despide de los ancianos de Éfeso pronuncia un mensaje conmovedor e inspirador (Hch. 20:17-38).

Pregunta: Otra circunstancia frecuente ha sido no poder expresar en familia y comunidad estas pérdidas, incluso no poder asistir al sepelio. Es como vivir una muerte virtual, pero que a la vez constatamos que se ha producido por el vacío que deja. ¿Cómo poder afrontar esta situación?

Respuesta: El duelo es una experiencia personal, pero no individual; tiene una dimensión comunitaria imprescindible. Llorar juntos es terapéutico, llorar solos puede ser amargo. Ante todo es conveniente vivir el duelo en familia. El duelo solitario es más proclive a convertirse en un duelo patológico. El creyente, además, tiene otra familia, la familia de la fe, que nos da el calor del amor fraternal. Es en momentos así cuando comprobamos que la iglesia es una comunidad terapéutica. En mi propia vivencia de duelo recuerdo el afecto y el apoyo recibido de los hermanos como una experiencia inolvidable y fuente de mucho ánimo.

En las actuales circunstancias de pandemia no podemos abrazarnos, pero sí podemos apoyarnos a través de los medios que la tecnología nos proporciona (mensajes, video llamadas, teléfono, etc.). Hoy más que nunca podemos hacerle sentir a la persona en duelo que estamos cerca. Estar “conectados” es mucho más que un asunto tecnológico, es una realidad espiritual porque, como cuerpo de Cristo, somos miembros los unos de los otros.

Pregunta: ¿De qué forma la Biblia, como Palabra de Dios, nos ayuda a entender y asimilar no sólo el duelo, sino estas situaciones tan especiales que hemos comentado?

Respuesta: El Evangelio proporciona dos columnas que nos sostienen en la hora del duelo: confianza y esperanza. Nuestra confianza está en que las llaves de la vida y de la muerte le pertenecen sólo a Dios (Ap. 1:18). Ninguno de nosotros será arrancado de esta tierra ni un minuto antes, ni un minuto después de lo que Dios tenga estipulado en su sabia providencia. Como escribí recientemente en un artículo (Un Salmo en la epidemia) la confianza del cristiano radica en la convicción de que no es un virus sino Dios el que marca las horas en el reloj de nuestra vida.

La otra columna es la esperanza. Hay lágrimas llenas de esperanza y hay lágrimas llenas de desesperación. Los cristianos también lloramos, pero nuestras lágrimas están llenas de la esperanza que nos da Cristo. Jesús no es el hombre débil clavado en una cruz que Nietzsche ridiculizó, sino Aquel que se levantó con poder de la tumba y venció a la muerte con su resurrección. Ésta es la esperanza inconmovible, el ancla segura de nuestra fe: porque Cristo ha resucitado, nosotros también resucitaremos (Ro. 8:11). Por ello Pablo exclama victorioso ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?, ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (1 Co. 15:55).

Pregunta: Muchos pastores y personas que han vivido estos duelos extraños se preguntan cómo ayudar o apoyar para quienes han sufrido la pérdida de un ser querido. ¿Qué les aconsejaría?

Respuesta: Las personas en duelo durante esta pandemia sufren un plus de dolor por la soledad y el aislamiento ya mencionados. Además, la pena queda multiplicada porque “todo ocurre muy rápido”, los acontecimientos se aceleran sin tiempo para asimilarlos. Por todo ello su mayor necesidad es sentirse acompañados y amados. Ahí está la esencia del consuelo.

¿Cómo hacerlo? En el consuelo sobran los discursos y se necesitan gestos de amor. El gesto de amor es mucho más alentador que la palabra elocuente. Un principio de oro para acompañar al doliente es “habla poco, escucha mucho y ayuda todo lo que puedas”.

Pregunta: Algún aspecto más que considere relevante comentar...

Respuesta: Consolaos, consolaos, pueblo mío (Is. 40:1). Así empieza el primero de los cánticos del Siervo Sufriente y así empieza el “Mesías de Hándel”. ¡Impresionante nota inaugural! Las dos primeras palabras de Dios para anunciar la venida del Mesías son palabras poderosas de consuelo. No es casualidad. Dios consuela dando esperanza.

Este sublime texto de Isaías nos muestra la estrecha relación entre el consuelo y la esperanza. Dar esperanza es consolar. Por ello a la resonante proclamación inicial -Consolaos, consolaos, pueblo mío- le sigue el anuncio profético del Mesías. No hay solución de continuidad. Con la venida de Cristo al mundo se le ponía fecha de caducidad a la muerte y al sufrimiento. ¿Puede haber una esperanza mayor?

El consuelo que llega al corazón, el auténtico consuelo, es inseparable de la persona y la obra de CristoLa respuesta última al dolor del duelo está en el dolor del Siervo Sufriente. Con su muerte venció a la muerte (Heb. 2:14-15) y nos abrió la puerta de la Esperanza con mayúscula, la esperanza de un día cuando enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron (Ap. 21:4).

Sí, hay consuelo en esta dura época de pandemia que nos toca vivir. Es el fortísimo consuelo dado a los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros, la cual tenemos como firme y segura ancla del alma (Heb. 6:18-19).

                                           Pablo Martínez Vila

                                  Copyright © Pablo Martínez Vila

                                   Usado con permiso de su autor

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 Entrevista publicada originalmente en el periódico “Protestante Digital”.




viernes, 13 de marzo de 2020

Un Salmo en la epidemia

Un Salmo en la epidemia

La confianza triunfa sobre el miedo

El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente.
Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré.
 (Sal. 91:1-2)
El Salmo 91, también llamado el “Himno triunfal de la confianza”, es una joya. Ha infundido aliento y paz a millones de creyentes en el fuego de la prueba. Según algunos comentaristas fue escrito en medio de una epidemia de peste (2 Samuel 24:13). Podrían ser circunstancias similares a las que estamos viviendo hoy. Su mensaje, por tanto, es muy relevante a nuestra situación actual de epidemia.
Vivimos días de ansiedad e incertidumbre. El mundo entero está con miedo. De pronto hemos tomado conciencia de la fragilidad de la vida. ¿Qué pasará mañana? La fortaleza en la que el hombre contemporáneo se creía seguro se ha tornado debilidad, hay grietas en la roca y nos sentimos vulnerables. La gente busca un mensaje de serenidad y tranquilidad. ¿Dónde encontrarlo?
El mensaje del Salmo 91 se resume en una frase: la confianza triunfa sobre el miedo. El salmista nos presenta tres frases clave que resumen el “trayecto” dese la ansiedad-miedo hasta la confianza:
  • «Mi Dios»: lo que Dios es para mí
  • «Él te librará»: lo que Dios hace por mí
  • «Confiaré»: mi respuesta

1. «Mi Dios»: El carácter de Dios

El salmo empieza con una deslumbrante descripción del carácter de Dios. Hasta cuatro nombres distintos se mencionan en los dos versículos iniciales para explicar quién y cómo es Dios. ¡Formidable pórtico de entrada a la confianza! Para el salmista, Dios es el Altísimo, el Todopoderoso, el Señor (Yahweh) y el Dios Sublime (Elohim).
La conciencia de la grandeza de Dios es el cimiento de nuestra confianza. Podríamos parafrasear el refrán y afirmar “dime cómo es tu Dios y te diré cómo es tu confianza”. En la hora del temor el primer paso es alzar los ojos al cielo, mirar a Dios y contemplar su grandeza y su soberanía. Al hacerlo, el salmista experimenta que Dios es su Abrigo, su Sombra, su Esperanza y su Castillo. El retrato de Dios en “cuatro dimensiones” conlleva una bendición cuádruple. Conocer cómo es Dios realmente es un paso imprescindible en el trayecto hacia la confianza.
Notemos, sin embargo que el salmista se refiere a Él como MI Dios. Esta pequeña palabra “mi” nos abre una perspectiva singular y cambia muchas cosas: el Dios del salmista es un Dios personal, cercano, que interviene en su vida y se preocupa por sus temores y necesidades. Estamos ante uno de los rasgos más distintivos de la fe cristiana: Dios no es sólo el Todopoderoso, el creador del Universo, sino también el Padre íntimo, el Abba (“papá”) que me ama y me guarda (Gá. 4:6). Éste es nuestro gran privilegio: Dios nos trata como un padre a su hijo porque en Cristo somos hechos hijos adoptivos de Dios. El salmista describe esta vivencia con una preciosa metáfora:
Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro. (Sal. 91:4)

2. «Él te librará»: La providencia de Dios

Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora, escudo y adarga es su verdad. No temerás... ni a la pestilencia que ande en oscuridad, ni a mortandad que en medio del día destruya... No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada. (Sal. 91:3-6, 10)
Llegamos al corazón del salmo: la protección de Dios en la práctica. La conciencia de la grandeza de Dios ha de ir acompañada de la conciencia de la providencia de Dios. Estamos ante un punto crucial, decisivo en la experiencia de fe. Si lo entendemos bien, será una fuente insuperable de paz y serenidad, pero si lo malinterpretamos podemos caer en errores y extremismos, o sentirnos frustrados con Dios.
La manipulación del diablo. Es muy significativo que el diablo tentó a Jesús (Mt. 4:6, Lc. 4:10-11) con una doble cita de este salmo: Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden... en las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra (Sal. 91:11-12). Usar mal las promesas de la protección divina es una tentación vigente hoy. ¡Cuidado con la súper espiritualidad y la súper fe! Puede ser una forma de tentar a Dios como nos enseña la contundente respuesta de Jesús a Satanás: No tentarás al Señor tu Dios (Mt. 4:7). Confiar en Dios no nos exime de actuar de forma responsable y sabia.
Dicho esto, no podemos minimizar la potente acción protectora de Dios sobre los que en Él confían:
Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré. (Sal. 91:14-15)
¿Una póliza a todo riesgo? La palabra clave es “librar”. ¿Qué significa “Dios te librará”? La misma expresión se aplica a José – Dios le libró de todas sus tribulaciones (Hch. 7:10), y sin embargo el patriarca tuvo que pasar por muchos valles de sombra y de muerte. Dios no le evitó la prueba, pero le rescató de ella. Como dijo Spurgeon, es imposible que ningún mal acontezca a los que son amados por DiosLa fe no garantiza la ausencia de la prueba, pero sí la victoria sobre la prueba. El apóstol Pablo desarrolla esta idea de forma majestuosa en el cántico de Romanos 8:28-39: en todas estas cosas (pruebas) somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó, Cristo (Ro. 8:37).
Así pues, la fe en Cristo no es una vacuna contra todo mal, sino una garantía de total seguridad, la seguridad de que si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Ro. 8:31). Este salmo no es una promesa de completa inmunidad, sino una declaración de plena confianza. Confianza en la protección de Dios expresada de tres maneras.
La triple “C” de la protección de Dios. En toda situación de prueba,
  • Dios conoce
  • Dios controla
  • Dios cuida (de mí)
En la vida de los hijos de Dios nada ocurre sin su conocimiento y su consentimiento. El azar no existe en la vida del creyente. La providencia majestuosa del Dios personal resplandece en los momentos más oscuros: Caerán a tu lado mil y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará (Sal. 91:7). Nada sucede si Él no lo permite, como vemos tan vívidamente en la experiencia de Job. Esta promesa viene ratificada por el Señor Jesús mismo:
¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos. (Mt. 10:29-31) (Ver también Lc. 12:6-7).

3. Mi respuesta: «Confiaré»

Después de contemplar el carácter de Dios –lo que Él es para mí- y su providencia -lo que Él hace en mi vida- el salmista exclama con firmeza: Mi Dios en quien confiaré (Sal. 91:2).
Es una secuencia lógica. La confianza es la respuesta a unas evidencias. El salmista ha conocido a Dios de forma personal, íntima -por cuanto ha conocido mi nombre (Sal. 91:14). Tal conocimiento le lleva a enamorarse de Él -en mí ha puesto su amor (Sal. 91:14)- y se establece una relación estrecha. Ahí tenemos, por cierto, el meollo de la fe cristiana: es la confianza que nace de una relación de amor, la certeza de que el Amado no me va a fallar porque Él (Dios) es fiel”.
Nuestra vida no está a merced de un virus, sino en manos del Dios todopoderoso. Ahí radica la certidumbre de nuestra fe y el cimiento de la confianza que vence todo temor. No hay lugar para el triunfalismo, pero ciertamente hay triunfo; es el triunfo que Cristo nos aseguró con su victoria sobre el mal y el maligno en la Cruz. Es el mismo Cristo cuyas últimas palabras fueron:
Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. (Mt. 28:20)
                                         Pablo Martínez Vila
                                       pensamientocristiano.com 
                                     (Usado con permiso de su autor)
                                      Copyright © Pablo Martínez Vila



sábado, 11 de enero de 2020

Musica Especial de Adoración.

Qué hermoso es contar con nuestro Señor en su perfecto amor.
¡Dios les bendiga!

                                                     Twice Música- Perfecto Amor

viernes, 10 de enero de 2020

"Ser antes que hacer"-Parte 3


Psicología y Pastoral

Ser antes que hacer (III)

Buscando las prioridades de la vida

«Sed imitadores de mí como yo de Cristo» (1 Co. 11:1)
En los dos temas anteriores, hemos considerado la meta del camino, a dónde nos dirigimos. Ahora debemos ocuparnos del cómo hacer este «viaje hacia la santidad»: ¿cómo se realiza esta labor de forja del ser que prevalece sobre el hacer?
Antes de responder a esta pregunta, una consideración práctica sobre la «cronología» de acontecimientos en la vida del discípulo. Hay un orden lógico que no debemos alterar. El ser como Cristo -sobre la base de la nueva naturaleza que se inicia con el nuevo nacimiento- nos lleva a ver la vida con los ojos de Cristo -«tenemos la mente de Cristo» (1 Co. 2:16)- y ello, finalmente, nos lleva a vivir, actuar como Cristo. No podemos invertir el orden so pena de caer en el legalismo o en el activismo. La ética -el hacer o vivir- es resultado natural del ser y mirar como Cristo. No es éste el momento adecuado para extendernos, pero ahí tenemos una de las explicaciones fundamentales del nominalismo: querer hacer sin ser. Si la conducta cristiana no es el resultado natural de la nueva vida que Cristo insufla en nosotros, la práctica de la fe se convierte en una carga pesada. La persona que busca hacer sin ser acaba «arrastrándose» en vez de ir «transformándose de gloria en gloria». Este es un peligro, por desgracia frecuente, en aquellos que se han criado en hogares cristianos. Nacer en un hogar cristiano es una gran bendición. Pero la experiencia del nuevo nacimiento es imprescindible para experimentar el frescor y la libertad que Cristo promete y que convierte la fe cristiana en una relación en vez de una religión.
¿Entonces, cómo se produce este cambio progresivo a la imagen de Cristo? Esta pregunta nos introduce en un aspecto muy práctico: los medios para la formación del carácter del Señor en cada creyente. Vamos a distinguir dos grandes instrumentos que son nuestra fuente de aprendizaje:
  • Los modelos humanos
  • El modelo supremo

Los modelos humanos

En el versículo que encabeza este epígrafe (1 Co. 11:1) Pablo nos muestra la importancia de los modelos. El apóstol anima a sus lectores a ser imitadores de Cristo, pero antes les ha dicho de forma inequívoca «sed imitadores de mí». ¿Cómo se explica tamaña osadía? El aprendizaje por imitación o identificación es capital en la vida cristiana. Hay una relación muy estrecha entre el llegar a ser como y el estar con. Para ser hay que aprender de modelos vivos. Nos demos cuenta o no, todos somos modelos para los que están a nuestro alrededor, y de forma especial lo somos con los más jóvenes. El mismo Pablo, en otra comparación, nos recuerda que «somos cartas vivas» en las cuales los demás están constantemente leyendo: «Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres» (2 Co. 3:2).
En otro pasaje el Apóstol nos enseña este mismo principio en una dimensión más comunitaria, como iglesia. «Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor... de tal manera que habéis sido ejemplo a todos los de Macedonia y Acaya» (1 Ts. 1:6-7). Precioso testimonio el que Pablo puede dar de los tesalonicenses, con un resultado final admirable: «...en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada» (1 Ts. 1:8). Queremos resaltar que la palabra «ejemplo» usada por Pablo aquí en griego es tipos, significando «golpe, huella, impacto que deja una persona o cosa sobre otra». Todos nosotros estamos dando «golpes», haciendo impacto, dejando huella sobre los demás. ¡Qué privilegio y qué responsabilidad!
Ahí tenemos otra gran necesidad de la iglesia hoy: el aprendizaje por modelos, el discipulado a través de mentores vivos. Así es como los apóstoles aprendieron del Señor y así es como el testigo de la fe -«el buen depósito»- se ha ido transmitiendo con fidelidad a lo largo de la historia de la Iglesia. Debemos recuperar y fomentar este tipo de formación si queremos que la siguiente generación esté preparada para coger nuestro relevo. En las diferentes áreas de actividad en la iglesia (escuela dominical, campamentos, clase de catecúmenos, grupos de jóvenes, etc.) así como en la familia debemos facilitar y promover esta actitud de ser modelos o mentores. Nunca enfatizaremos suficiente este aspecto del discipulado en estos días de postmodernismo cuando las relaciones personales se han trivializado y apenas hay tiempo para estar juntos, para convivir en la iglesia o incluso en la familia. Los jóvenes en la fe necesitan conversar, escuchar, ver, en una palabra, convivir con creyentes más maduros. Esta es una dimensión insustituible del discipulado.

El modelo supremo

«Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, vamos siendo transformados de gloria en gloria en la misma imagen....» (2 Co. 3:18)
Este versículo nos lleva al clímax de nuestro tema: ningún modelo humano, por excelente que sea, puede sustituir la relación personal con Cristo. Los modelos nos inspiran; Cristo nos cambia. Estar con Cristo es la fuente última de nuestro crecimiento porque él es el único que posee el poder y la gracia que transforman. Esta metamorfosis sobrenatural, un proceso continuo según el texto, es obrado por el Espíritu del Señor. En otro pasaje es el mismo Dios Padre quien aparece como el autor: «el que comenzó la buena obra en nosotros, la irá la perfeccionando -completando- hasta el día de Jesucristo» (Fil. 1:6).
Pero el texto de 2 Corintios 3:18 apunta sobre todo a Cristo como la fuente de nuestro cambio: «mirando la gloria del Señor somos transformados...» (Recomendamos al lector interesado en este tema la lectura de Contemplando la gloria de Cristo). Como enfatizamos antes con los modelos humanos, la relación personal constituye la clave. La razón es obvia: si nuestra meta es parecernos cada día más al Señor, entonces hemos de conocerle cada vez mejor y para conocer no hay otro camino más apropiado que estar con. Veamos dos ejemplos.
El rey David, hombre de Estado y por tanto muy ocupado en múltiples quehaceres, veía muy clara la prioridad número uno de su vida. En una memorable declaración que constituye todo un programa de vida, afirma:
«Una cosa he demandado al Señor, ésta buscaré;
Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida,
Para contemplar la hermosura del Señor,
Y para inquirir en su templo» (Sal. 27:4)
Estar con el Señor todos los días para «contemplar e inquirir», es decir, para adorar y buscar su voluntad, depender de Dios para todo en una estrecha relación personal constituía la prioridad de la vida del más grande rey de Israel. No es sorprendente, entonces, que se dijera de él que «era un hombre según el corazón de Dios».
El mismo Señor Jesús nos muestra este principio en el conocido pasaje de Marta y María. Marta, mujer muy trabajadora, estaba abrumada por el hacer: «Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas». ¿Cuál es el remedio más profundo contra el estrés y la ansiedad de un activismo frenético? Jesús apunta de manera clara a la prioridad del ser: «Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte». Solemnes palabras que a mí nunca me han sonado a reproche agrio, sino a paciente lección; imagino el tono de voz de Jesús como el del maestro amante que con dulzura imparte una lección viva: «una sola cosa» ¿Cuál? Estar con, estar a los pies de Jesús en una relación cercana que permite ser moldeados por su gracia.
Para finalizar, ¿cómo podemos cultivar esta relación personal con Cristo? ¿Qué medios tenemos nosotros hoy para estar con él? Como el alfarero trabaja el barro, así se vale el Señor de diversos medios para forjarnos a semejanza de él. Un análisis pormenorizado escaparía al propósito de este escrito. Por ello vamos simplemente a esbozar la respuesta:

El estudio y meditación de la Palabra de Dios

Las Escrituras están llenas de Cristo: «Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían» (Lc. 24:27).
Procura imitar a los cristianos de Berea que «con toda solicitud escudriñaban cada día las Escrituras» (Hch. 17:11) y te encontrarás con el Cristo vivo. El estudio de la Palabra te permite no sólo el conocimiento de la verdad sino también encontrarte con el Verdadero, aquel que dijo «Yo soy la verdad».
  • Deja que la Palabra te hable de forma personal
  • Deja que la Palabra te penetre, que «more en abundancia» en ti.
  • Deja que la Palabra te cambie, te moldee.
«Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu» (Heb. 4:12).

La oración

Es el instrumento más directo porque nos permite conversar con Dios como nuestro Padre, con naturalidad e intimidad sabiendo que Él es el Abba -«papá»- del que nos habla Pablo (Ro. 8:15).
Si la meditación en la Palabra supone más bien escuchar a Dios -dejar que El te hable-, en la oración tú le hablas a Dios. Pero aun sin darnos cuenta, el Señor usa este medio para moldearnos, para hacernos crecer. La oración no sólo cambia las situaciones o las circunstancias; también nos cambia a nosotros. Todos hemos experimentado alguna vez cómo la ansiedad es sustituida por la paz que «sobrepasa todo entendimiento», el odio o el resentimiento es cambiado en una actitud de perdón e incluso de amor; el miedo es trocado en confianza; la duda en certeza cuando nos presentamos delante de Dios «en toda oración y ruego, con acción de gracias» (Fil. 4:6).
«Orar es cambiar. La oración es el cauce principal que Dios utiliza para transformarnos» (Richard Foster en Celebration of Discipline).

Las pruebas

Alguien quizás se sorprenda de esta idea. ¿De veras Dios pueda usar la prueba como un medio de transformación para llegar a ser como Cristo? La respuesta en la Palabra es abrumadora. Numerosos pasajes nos hablan del valor transformador, purificador y pedagógico del sufrimiento, los problemas y las tentaciones. Sólo mencionaremos dos a modo de ejemplo:
  • «Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados» (Heb. 12:11).
  • «En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra...» (1 P. 1:7).
El apóstol Pablo había experimentado sin duda este efecto transformador de la prueba. Ello le permite describir con detalle los cambios escalonados sobre el carácter y la experiencia de fe: «Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, aprobación; y la aprobación esperanza; y la esperanza no avergüenza» (Ro. 5:3-5).
Hay muy pocas cosas realmente importantes en la vida. A la hora de fijar estas prioridades, el llegar a ser como Cristo -que Cristo sea «formado en nosotros» (Gá. 4:19) viene en primer lugar. Nuestro deseo y oración es que Jesús pueda decir de cada uno de nosotros lo que dijo de María:
«Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la buena parte y no le será quitada».
                                       
                                       Pablo Martínez Vila
                                    www.pensamientocristiano.com
                                   (Usado con permiso del autor)